En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 17 de febrero de 2014

Duluth - Gore Vidal



                    Hace falta ser atrevido para intentar explicar Duluth (1983) en este espacio, pero lo voy a intentar. Y hace falta serlo porque aunque el objetivo de la novela está claro (hacer una crítica del modo de vida norteamericano y, por extensión, occidental), lo realmente brillante es la compleja forma en que Gore Vidal crea una historia donde la crítica a la realidad se sustenta en una ficción en la que nada es real ni a veces posible, excepto los valores que la mueven, los cuales llegan a extremos que serían caricaturescos si no estuvieran a la orden del día.

                Es decir, la novela nos hace pensar en lo que se critica, pero también en cómo se hace. Y todo desde un humor permanente y duro. El conjunto, magistral.

              La “superficialidad” a la que he aludido se critica de la mejor forma posible: exponiéndola. Casi nadie piensa en ser, y todos lo hacen en tener, en poder y en parecer, hasta el punto de que quien tiene, parece o es poderoso, cree ser. Y a todo eso se llega por los únicos caminos posibles: la demagogia, la hipocresía, la mentira, la manipulación, la violencia o la discriminación.

                ¿Pero cómo denuncia Gore todas esas cosas? Primero, desde el humor, porque en Duluth usa un humor despiadado, que ridiculiza los excesos con ánimo de denunciarlos y, a ser posible, destruirlos. Un humor, pues, beligerante, combativo, venenoso y en permanente equilibrio (gran mérito, por cierto) para que sea a la vez y en cada página una novela de denuncia que no deja de lado el humor y una novela de humor centrada en la denuncia. 

                  Segundo, tejiendo una historia tan brillante como complicada. Duluth es una ciudad imaginaria, pero a la vez real. Real porque hay un Duluth en Minnesota, porque está lindando con Canadá, porque está en la región de los Grandes Lagos, e irreal porque aunque la Duluth de Gore linda con su propio lago, está también a pocos kilómetros de Méjico, está infestada de negros y chicanos, y no lejos de ella anda el Río Colorado. Como si, de alguna manera, el Duluth de Gore cruzara Estados Unidos de norte a sur sin dejar de ser una misma cosa, lo cual no creo que sea inocente. Y aún hay otra Duluth en la novela: la que aparece en un serial de televisión.

Tres imágenes de Gore Vidal
                En Duluth hay un alcalde cuyo nombre de pila es Alcalde. Su única misión en la vida es ser reelegido, para lo que incluso está dispuesto a escrutar, si es necesario, el voto de los negros (para lo que cuenta con la ayuda de su madre, que casualmente es la responsable de la administración electoral). Su rival es el comisario, que ha decidido presentarse a las elecciones. Para evitar la derrota, el alcalde y su hombre de confianza no dudan en alentar la violencia de los “barrios”, que es donde viven los inmigrantes mejicanos (porque “la gente bien” vive en otras zonas, todas distinguidas, y la propia terminología que utilizan, "barrios", nos indica su actitud ante el inmigrante: el inmigrante solo puede estar en otro sitio, más allá, apartado, en un barrio, "porque la esencia somos nosotros"). Para lograrlo no duda en explotar algo ya de por sí explosivo: las costumbres de Darlene, una bellísima policía que con la excusa de su trabajo se dedica (por vicio, que no por odio) a la vejación sexual de cuanto inmigrante cae en sus manos.

                Hasta aquí parece sencillo, pero no. Porque la novela comienza con la muerte, en un ventisquero, de dos mujeres: la hermana del alcalde y una buena señora llegada desde Tulsa con la sana pretensión de hacerse con las riendas de la ciudad. Muerte peculiar, porque pasan a incorporarse a otras vidas, como personajes de novela y de serie televisiva, lugares desde los que se comunican con el presente. Un recurso retorcido, pero original y que da muchísimo juego, y que al mismo tiempo sirve para hacer una crítica de la cultura del best seller (a la que luego aludiré).

                Pero hay más: el hijo de la fallecida, un tipo con una nariz horriblemente fea, llega a Duluth convertido en rico heredero y no tarda en coquetear con la gente influyente: el alcalde, el cacique local dueño de todo lo que se mueve y la esposa de este, que a su vez es amante del “negro” que le escribe las novelas de éxito. Y todos rodeados de unos medios de comunicación serviles y paniaguados del poder. Añadamos el entorno del comisario (su ayudante Chico y Darlene, que pese a su violencia es de una inocencia que la hace caer bien), el del alcalde, los bajos fondos mejicanos que alientan una revolución contra las vejaciones (no contra la explotación), los negros cuyo líder está metido en el narcotráfico... reunamos todo eso y todavía faltará una pieza que retrotrae humorísticamente a numerosas imágenes de películas y novelas: el Dandy.  Nadie conoce su identidad, pero todos saben que el Dandy es el hombre más poderoso de Duluth y que nada se mueve en la ciudad sin su conocimiento y consentimiento; un tipo peligroso y misterioso pero que en la distancia aparece como la pieza que falta en un puzle de aspecto grotesco. Por si faltaba algo, hay una nave espacial recién caída en los alrededores de Duluth cuya posición va cambiando según una “ley ficticia” incomprensible a la que el autor saca un enorme partido.

                El mundo real y su conexión con otros mundos -unos “reales” y otros creación “artística”- así como la conexión entre el mundo terrestre y el extraterrestre, permiten hacer avanzar una historia donde las ambiciones individuales pugnan por abrirse paso a costa de los demás; el recurso a lo estrafalario y absurdo del entorno es genial, porque de otra manera se hubiera caído en la intriga, mientras que así la intriga es lo de menos, y lo de más es el espectáculo de gente yendo y viniendo, de información que llega por métodos poco ortodoxos pero que fluye manteniendo una acción en la que el lector, atraído por el vértigo del abismo moral, no deja de ver lo peor de cada cual .

                Podría explayarme citando muchos otros aspectos de la novela que me han llamado la atención, pero me voy a centrar en tres:

                La constante presencia del sexo, por acción u omisión, y que podemos encontrar en casi todos los personajes: la insaciable Darlene, el portentoso Big John, los complejos de Pablo, el matrimonio “abierto” de los Craig, las aventurillas y dudas que suscita Clive, incluso el propio alcalde, que acaba relamiéndose ante la conversión de Tricia (quien quiera saber quién es cada uno de estos personajes, que lea la novela). Es un sexo, además, instintivo, primitivo, violento, aunque el final de Darlene recuerda a los edulcorados finales del cine americano, que siempre terminan bien para el héroe aunque este sea un carnicero.

                La continua referencia al racismo y la xenofobia. Para los blancos de Duluth, que son también los pudientes, negros y mejicanos representan algo parecido a una plaga que, mientras no molesta, es tolerada en la medida en que se pueda sacar partido de ella. La presencia de la discriminación es constante: Darlene aprovechándose de los inmigrantes, la marginalidad de los negros incluido el ayudante del comisario, la forma en que todos están dispuestos a utilizar a negros y mejicanos incluso llevándolos al enfrentamiento y la destrucción, culminando con la postrera humillación de alguno cuando en nada afecta ya al meollo de la historia (pero que es necesaria para acabar de lanzar el mensaje de violencia estéril).

                Y (esto lo digo por deformación) la crítica al mundo del best seller y, por ende, de un sistema cultural donde el espectáculo ha sustituido al pensamiento. Dos escritoras de best sellers hay en esta novela. Una es una analfabeta casada con un hombre poderoso, que se limita a poner su nombre en lo que le escribe un “negro” que la domina manteniéndola en vilo sobre la suerte de uno de "sus" propios personajes. La segunda, Rosemary Klein Kantor, es una sátira de la producción en serie de novelas “de éxito”: una escritora poderosísima, dueña del entorno cultural de Duluth, pero carente por completo de imaginación, cultura y talento, alguien que jamás ha escrito una línea original porque sus escritos los elabora a través de una computadora con una enorme base de datos con 10.000 libros de los que va fusilando ideas y escenas.

                Insisto: una obra magistral de la crítica y el humor y, por tanto, de un humor hiriente, con un final "lógico" pero que parece un juego de magia.



Portadas de diferentes ediciones


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