En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 29 de julio de 2013

Yo soy Fulana de Tal – Álvaro de Laiglesia




Muchas ediciones vio esta novela de humor hace ya medio siglo, aunque encontrarla hoy es tarea artesanal. Una novela, creo yo, buen exponente del tipo de humor que se ha hecho en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX, donde conviven la hipérbole, el absurdo, cierto costumbrismo autocrítico con casi todos los “valores tradicionales”, y en las que el cambio de papel social de la mujer generaba no pocos personajes y comentarios que entonces pasaban por graciosos y que hoy serían “políticamente incorrectos”.
Sin duda uno de los alicientes, en su día, fue el argumento: contar la vida, obra y milagros de una prostituta no dejaba de ser una osadía en la España de los primeros años 60, cuando todavía faltaban más de tres lustros para que los primeros “desnudos integrales” en televisión se convirtieran en noticia y debate en la prensa. Una osadía doble, porque si por un lado aborda el tema del sexo (y con unos circunloquios y eufemismos que más adornan que ocultan), por otro venía a reivindicar la independencia de la mujer (pues aunque la protagonista se ve lanzada a su profesión precisamente como consecuencia de la debilidad de la mujer en su sociedad, no deja de ser una persona decidida y con criterio propio). Otro aliciente, sin duda, debieron ser las críticas que, rodeadas de sarcasmo, se disparan incluso contra cuestiones políticas y vinculadas a la Guerra Civil. Criticas puntuales, al hilo de comentarios, pero directas y, a veces, duras.
Mapi, que así es llamada la protagonista, es una muchacha humilde, de un pueblo del interior, a quien las circunstancias –la pobreza, el “si te he visto no me acuerdo” de los hombres, el sentido del honor de la época y su derivada: el “qué dirán”- conducen desde una infancia marcada por la muerte de su padre (al caerle encima un avión mientras reparaba un tejado) hasta sus inicios en la prostitución. Yo soy Fulana de Tal relata ese proceso, que no es otro que el de crecimiento junto a una madre sin recursos, los primeros escarceos amorosos, y los “noviazgos” de Mapi. La historia, dicho así, más parece propia de una tragedia que de una novela de humor, pero es que el humor llega por la forma en que se cuentan las cosas. Por las deformaciones, los absurdos, los malos entendidos, los constantes juegos de palabras y, también, por un recurso muy frecuente: hacerse pasar por iletrada para justificar el uso de ciertas ideas o expresiones chocantes. Baste señalar que la obra, escrita en primera persona, no se divide en capítulos, sino en “pedazos”.
Pocas páginas cuesta coger el hilo del humor, menos directo que, por ejemplo en Un náufrago en la sopa, y ese tono se mantiene hasta las páginas finales, donde se torna súbitamente amargo, como queriendo mostrar al lector que la risueña manera en que Mapi ha tratado sus calamidades no debe ocultar lo que de verdad hay en todas esas circunstancias que, “por imperativo social”, terminan condenando al inocente a la marginalidad.


lunes, 22 de julio de 2013

Wilt no se aclara – Tom Sharpe



Cuarta y penúltima novela de Wilt, un personaje al que la reciente muerte de Tom Sharpe hace echar ya de menos.
Y de esas cuatro novelas (me falta por leer la quinta, La herencia de Wilt) Wilt no se aclara quizá sea la que más me ha gustado, aunque Wilt es menos Wilt que nunca, porque se ve envuelto en una aventura disparatada, en un enredo magistral, pero en esta ocasión no es él quien lo provoca, sino que su actitud es pasiva, es más objeto que sujeto. También hay otra diferencia, más leve: los inevitables equívocos están provocados, a menudo, no por hechos más o menos forzados, sino por interpretaciones razonables de hechos normales.
Su esposa y las cuatrillizas, ya adolescentes, emprenden un viaje a Estados Unidos, a casa de unos tíos ricos, con la esperanza de que las niñas sean designadas herederas. El contacto que en el viaje tienen con un tipo que traslada droga hace que sobre ellas recaigan las sospechas de la DEA norteamericana, lo cual no es nada comparado con el alboroto que las irreverentes muchachuelas montan en los dominios de su ultraconservador pariente. Wilt, por su parte, ha conseguido escaquearse del viaje, y se dispone a pasar unos días de vacaciones a su aire, sin informar a su esposa, que lo supone preparando un curso. En concreto, Wilt quiere conocer la Inglaterra profunda, lo cual espera conseguir haciendo senderismo por lugares tan desconocidos que ni él llega a saber dónde está realmente. Y esa ignorancia es la fuente de todo un cúmulo de problemas, pues acaba viéndose envuelto en una venganza en la que aparecen implicados un “ministro en la sombra”, su esposa y el amante de esta. No voy a contar el desenlace, obviamente, pero sí digo que la maestría de Sharpe en el enredo brilla en cada página.
El humor viene de la mano, precisamente, de ese lío que el lector ve formarse, desde fuera, sin que los personajes, desde dentro, puedan hacer otra cosa que quedar atrapados en él. Hay algunas escenas exageradas (como la de los perros), que dan al conjunto cierto halo caricaturesco sin el cual seguramente la novela sería distinta, aunque no sé si mejor o peor. Y, por supuesto, una fuente de humor tradicional en Sharpe son los cáusticos cabreos de muchos de los personajes, así como el pragmatismo con que algunos de ellos afrontan las situaciones más complicadas. Señalo también, porque siempre me llama la atención, que Sharpe deja que las cosas sigan su curso, de forma que no sigue la “estructura comercial” de todas esas novelas que tienden a dejar el punto culminante de la acción para el final; con Sharpe el punto culminante puede darse en cualquier momento, aunque en Wilt no se aclara hay un componente de intriga (no de acción) que, este sí, solo se resuelve al final.

lunes, 15 de julio de 2013

Sputnik, mi amor – Haruki Murakami



               Si dijera que esta es de las novelas que no se olvidan, no sé si mentiría o no: hasta poco después de la página noventa no recordé que ya la había leído antes (en concreto en 2009, es decir, tampoco hace tanto), pero lo cierto es que luego recordaba ya todo. Quizá se deba a que hasta ese momento, hasta que no transcurren esas noventa páginas, en la novela sucede bastante poco, lo cual no quiere decir que sea aburrida.
                El narrador es un joven profesor japonés de unos veinticinco años que se ha enamorado de una chica de veintidós, Sumire, quien ha dejado a su familia para irse a vivir sola y encontrarse a sí misma escribiendo. Porque a eso aspira, a escribir. Y escribe compulsivamente y sin distinguir lo principal de lo accesorio, y con unos horarios que la llevan a telefonear al protagonista a horas intempestivas, amén de algunas otras rarezas. Una suerte de inadaptada que, por su bondad y honradez, no puede dejar de caer bien al lector.
                Si ambos, el narrador y la muchacha, hablan frecuentemente no es, sin embargo, porque Sumire le corresponda, sino porque son buenos amigos. Sumire, en realidad, parece refractaria al amor. Y lo es hasta que se cruza en su camino una mujer de casi cuarenta años, una mujer que tras haber estado a punto de ser una buena pianista, terminó siendo empresaria sensible y, de alguna manera, selecta, dedicada a la importación de vinos. Sumire se enamora de ella de tal forma que Cupido, en esta ocasión, parece llevar bazooka.
                Y así ocurre que un buen día las dos mujeres se van a hacer un viaje por Europa. Myu, que así se llama la empresaria, va a hacer negocios, y se lleva a Sumire como ayudante. Terminada la tarea recalan en una pequeña isla griega. Desde ella Myu telefonea al narrador para pedirle que acuda inmediatamente, porque algo le ha pasado a Sumire.
                ¿Qué? Que ha desaparecido, que se ha esfumado, aunque es imposible que haya podido desaparecer en un lugar tan pequeño.
                Y es así como el protagonista sigue reflexionando (no deja de hacerlo en toda la novela) y, entre reflexión y reflexión, tiene acceso a dos documentos escritos por Sumire; en uno de ellos habla sobre sí misma, y en el otro sobre lo que catorce años antes le ocurrió a Myu. Esto abre el “toque mágico” de la novela, al alumbrar una especie de mundos derivados el uno del otro pero, a la vez, incomunicados entre sí; mundos habitados no por personas, sino por una parte de cada persona, siempre y cuando uno sea capaz de desdoblarse. ¿Y qué le ocurre a quien no lo es? Una de dos, o se queda en “este mundo” o se va por entero al otro. Late la idea, varias veces expresada, de que las personas como los satélites, como el Sputnik, somos fríos cacharros que van dando vueltas perdidos en su soledad, aunque de vez en cuando, solo de vez en cuando, se acercan a otros, igualmente fríos y solitarios, creando la apariencia de una relación que desaparece tan pronto como, sin haber sido posible alcanzar el verdadero contacto, cada cual sigue su ruta.
                Toda la novela está escrita como una reflexión vinculada a unos hechos, e incluso rezuma calma a pesar de los sucesos. A eso ayuda que los personajes se dejan llevar por la razón más que por los sentimientos y, además, son poco dados a expresarlos.  La típica y tópica serenidad del pensamiento oriental se ve en cada frase, y no deja indiferente al lector. Como tampoco creo que sea inocente el que Sumire acabe (o no) buscando otro mundo en un lugar tan distinto a Japón como la Grecia actual. Murakami escribe muy bien, y, lo que es más extraño e importante, es capaz de hacer reflexionar al lector sobre el ser humano.  Y es que Murakami es, junto a Vargas Llosa y pocos más, uno de esos escasísimos “best sellers” de alto nivel literario.


jueves, 11 de julio de 2013

La forma del agua – Andrea Camilleri


La forma del agua (Serie Montalbano, 1)              
                
                 Es el primer libro que leí del comisario Montalbano porque es el primero de la serie, pero lo comento ahora, tras una nueva lectura, tras haber leído ya unos cuantos más; en el momento de escribir esto, he leído hasta La Nochevieja de Montabano. Y es que esa primera lectura me dejó una sensación extraña, como de novela mejorable en algunos puntos (en concreto, en los personajes), y como tardé tiempo en leer la segunda me quedé con esa sensación sin llegar a advertir la evolución de Montalbano y su entorno.
                Respecto a la novela en sí, desarrolla una trama brillante, aunque irreal, porque el cúmulo de circunstancias que se dan en torno a la muerte del ingeniero Luparello (prohombre siciliano donde convergen política y mafia, con todo al anejo de corrupción) es un derroche de ingenio tan grande que es imposible creer que haya criminales tan avispados, y mucho menos tan osados. Claro que a una novela no hay que exigirle realismo, sino interés, y La forma del agua lo tiene, porque esta forma de plantear las cosas permite mostrar la compleja red de intereses de la mafia y la política.
                La novela comienza con el hallazgo del cadáver del ingeniero, dentro de un coche, en un lugar, “el aprisco”, donde se practica la prostitución al aire libre. Le ha dado un arrechucho, y ahí se ha quedado. Lo encuentran dos barrenderos, uno de los cuales, además, encuentra una monumental joya (en algunos puntos la historia de este hombre recuerda a la de La perla). No cuento más, porque no hace falta. La gracia está en que el lector acompañe a Montalbano dando todas las vueltas necesarias para saber qué ocurrió de verdad.
El asunto de la joya es relevante en la historia, pero no las vicisitudes del barrendero, que sí sirve, en cambio, para caracterizar a Montalbano como un policía de métodos particulares, un tipo que tiende a dejar en paz la realidad cuando le parece justa, aunque no deje de tener curiosidad por cómo han ocurrido las cosas y que, a la vez, tiene algo de Robin Hood de tres al cuarto.
Sin embargo, tras leer varias de las novelas de la serie, y más tras leer esta por segunda vez, se aprecia una notable evolución del personaje dentro del propio texto: el Montalbano del final de La forma del agua es ya, casi por entero, el Montalbano de las novelas siguientes. Pero el del principio es otro: más bravucón y algo maleducado. Quizá, visto el ritmo de publicación de Camilleri, la cosa se deba a la rapidez con la que escribe. Al mismo tiempo, se observa que en las novelas siguientes se produce cierta transformación del entorno del comisario: por una parte aparecen personajes como Cataré (que nadie lo busque en esta novela), que permiten, con su sola presencia, introducir un toque de humor; por otro lado, desaparecen o pierden protagonismo algunos otros policías que en esta novela presentan un perfil bastante gris; también desaparece Anna, una colega de armas tomar que, me temo, es demasiado directa como para dar juego durante muchas novelas sin caer en la repetición.
Por lo demás, desde el comienzo queda clara esa relación entre Montalbano y la gastronomía que es marca de la casa.
Un novela breve, muy entretenida e ingeniosa.

lunes, 8 de julio de 2013

El fantasma de Canterville – Oscar Wilde



              Para sacar todo el jugo a este relato, conviene recordar que fue publicado en 1887. Es decir, en un momento en que Estados Unidos comenzaba a despegar como potencia industrial y a hacer sombra económica a Europa y, en especial, a Inglaterra. Un momento, también, donde los adelantos industriales comenzaban a cambiar los modos de vida y a otorgar al hombre una confianza en sí mismo, nacida en la Ilustración, y que, desde entonces, no ha dejado de crecer.
                La tradición, el mundo antiguo, los viejos valores en el que el sentido del honor, la dignidad o la culpa jugaban un papel esencial, están representados por el mundo de los Canterville. Por Lord Canteville, que no deja de prevenir sobre la existencia del fantasma, y por el propio fantasma, Sir Simon de Canterville, que no solo viene del pasado sino que a lo largo del relato se recrea recordando algunos de sus fantasagóricos “éxitos”, consistentes en los morrocotudos sustos que a lo largo de los siglos ha ido dando a diestro y siniestro mediante las escenificaciones “terroríficas” más tradicionales.
Oscar Wilde. 1854-1900
                Pero ocurre que el castillo de Canterville ha sido ocupado por un estadounidense y su familia, los cuales tienen una ilimitada confianza en sí mismos y en sus procedimientos. Así, por ejemplo, presumen de cómo no sé qué producto de limpieza norteamericano hace desaparecer por completo la mancha de sangre de la esposa de Sir Simon, que desde el siglo XVI “decora” el suelo de una estancia. El pobre fantasma se ve obligado a repintarla una y otra vez, mientras sus “oponentes”, insensibles a lo que de sobrenatural tienen las reapariciones, insisten en limpiarla a diario con una fe ciega en la técnica. Pero lo peor para el pobre fantasma es, sin duda, que ninguno de esos locos americanos se lo toma en serio, hasta el punto de que el padre de familia le da un lubricante para que no le chirríen las cadenas, y los hijos gemelos lo hacen blanco de todo tipo de escarnios.
                Pese a lo que de simbología puede tener, pese a que anticipa la imposición de la cultura norteamericana, estamos ante un relato de humor.  Divertidas son las tribulaciones del fantasma, las estrafalarias actuaciones que rememora, las tropelías de las que es víctima, o el exagerado pragmatismo de los americanos. Un humor muy evidente, por lo que de contraste tiene, pero de alguna manera sutil, dentro de un relato muy breve, en el que se va al grano sin entrar ni en disquisiciones ni descripciones. A veces, incluso, es un poco telegráfico. Solo el final, poético por buscar la redención  a través del amor,  deja un poso de alegría y melancolía que escapa a la intención humorística.


lunes, 1 de julio de 2013

Locuras de Hollywood – P. G. Wodehouse




Una gran novela de humor que casi parece una obra de teatro, habida cuenta de lo limitado de su localización: básicamente, una de las salas de la mansión donde, en Hollywood, vive Adela Cork, una estrella del cine mudo que, a sus poco más de cuarenta años, ya está retirada y disfrutando de sus millones.
Con Adela con vive su cuñado, Smedley, un vividor en pleno sinvivir porque Adela se limita a darle techo y comida en  rácano cumplimiento del deseo protector de su difundo marido. Adela tiene una personalidad arrolladora y un genio de mil demonios; pero no menos personalidad tiene su hermana, Bill, que acaba de llegar a la mansión tras haber sido despedida de los estudios donde trabaja, y se ha puesto a trabajar de “negro”, redactando las aburridas memorias de su hermana.
Pero en la mansión Bill se encuentra con Phipps, un perfecto mayordomo inglés al que conoció en Nueva York... formando parte ella del jurado que estaba juzgando a Phipps por reventar cajas fuertes.
Otros tres personajes pululan: Kay, la sobrina de las dos mujeres, un joven, rico y calamitoso inglés, Lord Topham, al que han invitado a ver si “colocan” a la sobrina, y un desastroso muchacho que se muere de amor por la muchacha: Joe Davenport.
Adela y el lord son millonarios y el resto andan con una mano delante y otra detrás. Y ocurre que la mansión, recién adquirida, perteneció a una famosa actriz hispana súbitamente fallecida, de la que se cuenta que llevaba un escandaloso diario que sería la comidilla de Hollywood y que, por tanto, vale su peso en oro.
Pelham Grenville Wodehouse
1881-1975
En ese ambiente de selecta pobreza en medio de dos ricos que no están dispuestos a dar un centavo... ¿Quién se hará con el diario? ¿Quién conseguirá salir de la pobreza? ¿Quién delatará a quién, o será sorprendido o...? Estamos ante una novela de enredo perfectamente escrita, donde no falta nada y, sobre todo, no sobra nada. Todo va sin prisa pero sin pausa, muy bien organizado.
Y el humor, excelente. Todo un ejemplo de ironía. Sobre todo a partir del personaje central, Bill, cuyas palabras siempre oscilan entre la ironía y la socarronería.  Ella es la más inteligente, la única capaz de conocer las debilidades del resto. También es la más osada. Smedley, el cuñado vividor, es también un tipo simpático: ¡lo que sufre el pobre hombre, que ya se va haciendo mayor, en su afán de poder llevar una vida de juerga en juerga! Pero la culminación de la ironía es Phipps, amparado en su inalterable flema de mayordomo inglés, que además sirve de contraste al temperamento alocado de cuantos le rodean.
El discurrir de la trama, donde todos, de uno u otro modo están relacionados con la industria del cine o, cuando menos, del espectáculo, tiene un punto de ingenuidad, e incluso podría decirse que muchos razonamientos de los personajes se vendrían abajo sin más que teniendo en cuenta que Adela compró la casa con todo lo que había dentro, lo que elimina cualquier tipo de duda sobre la propiedad del diario. Sin embargo, esos “flecos sueltos” son lo de menos. Lo importante es el humor, y en esta novela lo hay, y mucho, muy sutil, constante y muy diferente al humor español.