En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 10 de mayo de 2018

Filek: el estafador que engañó a Franco - Ignacio Martínez de Pisón



                Hace poco más de diez años todos los partidos políticos y los periódicos de Aragón, e incluso algunos nacionales, dieron credibilidad a una noticia que algunos despachamos al instante (y en mi caso así se lo hice ver a quienes me la dieron) como un evidente intento de estafa: una supuesta multinacional del juego (que ese mismo día podía constarse en Internet que era inexistente) prometía 25 millones anuales de turistas con una inversión de 17.000 millones de euros (alrededor del 1,7% del PIB español) creando un complejo de casinos. De ser ciertas las cifras el asunto suponía ¡el equivalente al 50% del sector turístico de toda España!, que ya de por sí es una de las mayores potencias turísticas mundiales. Aunque la prensa no lo decía, el dato auguraba la epifanización en medio de la nada de una ciudad cuyo tamaño oscilaría entre los de Bilbao y Málaga (el cálculo lo hice suponiendo cuatro pernoctas de media por cada uno de los 25 millones de supuestos turistas repartidos linealmente a lo largo del año, unidos a los 65.000 empleados directos que prometía la noticia, más, a ojo, empleos indirectos). A nadie se le ocurrió preguntar cómo era posible que los más de 50 millones de turistas que cada año visitaban España generaran cientos de miles de puestos de trabajo y en cambio estos 25 millones generaran solo 65.000. Tampoco nadie se preguntó cómo esos 50 millones requerían la existencia de miles de hoteles, algunos de ellos enormes, y en cambio estos 25 se iban a alojar en solo los 70 proyectados. La noticia ocupó portadas enteras tras darse a conocer en la presentación oficial que por todo lo alto se hizo de tan evidente delirio. Seguí el asunto con interés para averiguar en qué consistía el intento de estafa (supuse que en captar inversores institucionales o privados para luego coger la pasta y salir corriendo) y en cómo digerían luego el ridículo quienes se habían creído y apoyado semejante patraña. La locura era tan obvia que no pensé que el asunto tuviera más de unas horas de recorrido, pero que equivoqué. Para mi sorpresa, la farsa duró larguísimo tiempo; primero, reforzando la noticia inicial con otras tales como las relacionadas con las autopistas que se ejecutarían para esa nueva Bilbao-Málaga (que «no se sabía muy bien dónde se iba a ubicar», por lo que, al más puro estilo berlanguiano, varios pueblos de pocos centenares de habitantes aspiraban a «anexionársela»); también se crearían líneas férreas de elevado tránsito para conectar ese Eldorado con el aeropuerto de Huesca, cuya pista, por cierto, tengo entendido que carece de las dimensiones necesarias para acoger los aviones de más tamaño; también se anunció que se reformarían cuantas leyes fueran precisas para acoger esa inversión, e incluso algún oráculo sin identificar cuantificó el impacto en el PIB, en el empleo y hasta en la recaudación fiscal con cifras tan inconexas que se dirían aleatorias, pero todas con la apariencia de chollo que tiene el dinero caído del cielo. También reforzaron la credibilidad del proyecto noticias críticas, como la que señalaba que el volumen de co2 que generaría esa nueva «cosa» -una «cosa» que se contaría entre las siete u ocho ciudades más grandes de España-, equivaldría al que generaba el resto de Aragón, y aquellas otras que consideraban que la explotación de la ludopatía no parece el fin más elevado al que pueda servir el apoyo público a la actividad económica privada. Luego, cuando la patraña comenzó a perder fuelle, el olor a chamusquina se fue extendiendo con sorprendente lentitud hasta alcanzar, por fin, a los más ingenuos. Este proceso transcurrió jalonado de episodios tan chuscos como la aparición de una burda web de la «multinacional» (hecha en español, pese a ser, en teoría, una empresa norteamericana) que, aparte de carecer del contenido más elemental y de haber podido ser hecha en una mañana, recogía los logotipos de supuestas grandes empresas «colaboradoras» de nombre rimbombante que, una vez buscadas en Internet, se comprobaban tan inexistentes como la primera. Los dibujitos que animaban el proyecto en una suerte de cutre powerpoinit daban vergüenza ajena. El colofón, tiempo después, fue la escenificación del inicio «formal» de las inversiones, perpetrado por unos individuos jóvenes que parecían estrenar ese día sus primeros y baratos trajes y corbatas; con más pinta de ejecutados que de ejecutivos, hicieron unas declaraciones a los medios de comunicación en las que no hacía falta muy despabilado para darse cuenta de que aquellos caballeros no habían visto una empresa mediana de verdad ni en el cine; no digamos ya una multinacional, y que estaban recitando una cantinela bien aprendida. Después, nunca más se supo, y si alguien había puesto un céntimo, se cuidó mucho de hacerlo notar. Por tanto, fallé en mi previsión de contemplar cómo algunos digerían el colosal ridículo. No contaba con que como todos lo habían hecho en grado sumo (unos, engañados, y otros, por omisión, para no ser los aguafiestas que Antonio Muñoz Molina denuncia en Todo lo que era sólido), y como además ese todos incluía la prensa, que ni siquiera había contrastado los datos con el sentido común y la matemática más elemental, digo que entre esos «todos» se produjo algo parecido a un tácito pacto de silencio en el que se diluyó todo. Hasta el recuerdo de aquel prometido maná.

Si comienzo esta reseña indicando que hace tan poco tiempo unos piernas podían hacer creer que era posible plantar en los alrededores de cualquier pueblo de trescientos habitantes a la mitad de todos los turistas que atraen nuestros miles de kilómetros de playas -Canarias y Baleares incluidas-, todas nuestras montañas, valles y parques naturales y nuestros millares de monumentos, construcciones históricas y museos, amén del «turismo» de ferias y congresos, si comienzo diciendo que unos pelanas fueron capaces de hacer creer que en mitad de un desierto podía crearse en pocos años como por arte de birlibirloque la séptima u octava ciudad de España, es para demostrar que lo que Ignacio Martínez de Pisón cuenta en Filek es de actualidad permanente y no solo, como podría pensarse al hilo de algunas de las noticias sobre este libro, la narración de una anécdota histórica. De hecho, en los últimos años son innumerables las grandes estafas que se han llevado a la práctica al hilo de interesadas y desorbitadas previsiones de usuarios que nadie firma, que nadie sabe quién ha hecho ni con qué métodos, y que han servido de excusa para gastar grandes cantidades de dinero en proyectos que, una vez terminados, no prestan servicio a nadie pero cuyo coste ha ido a parar a manos de quienes de un modo u otro los ejecutaron.

                Filek cuenta la historia de Albert Filek, un ciudadano nacido a finales del siglo XIX en lo que fuera el imperio austrohúngaro, que dedicó toda su vida al arte de la estafa, esquilmando a cándidos no menos ávidos de ganar dinero fácil que él. El cénit de su actuación «profesional» fue el intento de endilgar, a sucesivos gobiernos españoles, un mejunje denominado «gasolina sintética» que, fabricado a base de agua y potingues varios, pretendía ser utilizado (sí, con abundante agua) en motores de combustión. No fue el único en intentar vender majaderías de ese cariz, pero sí quien llegó más lejos, proeza conseguida con el primer gobierno franquista como víctima y amparado por algo parecido al apadrinamiento del mismísimo dictador, quien, por este hecho, pasó a ser el primer y mayor burlado. Además, el tamaño del ridículo suele ser directamente proporcional a la posición de poder que ostenta el engañado.

                No voy a contar los pormenores de la peripecia vital de Filek porque en ellos está la gracia de buena parte del libro, aunque el sentido de la obra no es tanto analizar esa estafa concreta como la singular vida del estafador y el papel que la mentira juega en ella. La tarea realizada por Ignacio Martínez de Pisón ha sido magnífica; no es sencillo reconstruir la vida de un desconocido, y menos de alguien que ha hecho de la mentira un modo de vida. Martínez de Pisón lo hace de un modo tan ameno y sencillo que es fácil reconocer en cada línea a uno de los mejores escritores españoles.

                Un valor añadido al interés de la obra es el entorno histórico en el que se movió Filek, tanto temporal como espacial: su lugar de nacimiento le permitió afirmar ser austriaco, alemán e incluso húngaro, y las convulsiones políticas de la época lo sumieron en un maremágnum de problemas –al tiempo que también le dieron muchas oportunidades- que pusieron de manifiesto tanto las ironías del destino como, también, la capacidad de Filek para mentir, tan relacionada con la falta de principios y escrúpulos.

                Este es otro de los elementos a destacar de la obra: cómo al hilo de la vida del protagonista Martínez de Pisón nos traslada, sin que nos demos cuenta, abundantes conocimientos de los albores de la Guerra Civil, de su desarrollo y de la posguerra, un periodo del que todo el mundo habla, pero muchos lo hacen oídas, de modo parcial y con lagunas de conocimientos que a menudo parecen océanos. Para muchos lectores, Filek también será una sana lección de historia.

                Cómo nace y crece el estafador, cómo se beneficia de sus trapacerías y, al mismo tiempo, cómo es víctima de ellas porque su propia fama le persigue y porque la mentira pasa a ser su realidad, y, en fin, cómo se afronta la vida y el final de la misma cuando no has hecho nada honrado en ella y ni siquiera tu pasado es verdad, es lo que vemos en esta obra. No tiene un interés menor: habida cuenta de que lo fácil que es toparse con aspirantes a desplumarnos hasta a través del teléfono, todos estamos más o menos familiarizados con este tipo de gente.

                Hay cierta tendencia –el mismo autor lo advierte- a sentir simpatía hacia los estafadores: al fin y al cabo son gente que trata de aprovecharse de quienes intentan prosperar buscando atajos. Un estafador suele ser un avaricioso que se aprovecha de otro. Suele. Porque, y esto es lo que marca la diferencia entre la simpatía y el asco, a menudo también abusan del necesitado. Todo eso lo advierte Martínez de Pisón, si bien, limitado su objetivo a contarnos la vida de Filek, no bucea con tanta intensidad en las razones que llevan a algunos –en especial a quienes detentan el poder- a dejarse engañar por cualquier tipo de prometedora payasada. Está claro por qué se deja engañar el necesitado. Por desesperación. También lo está en el caso de ciertos estafados con más dinero que cabeza y cultura. Por avaricia. No lo está tanto en el caso de gente a la que cabe presumir formación, cabeza y posibilidades de asesoramiento: quizá para algunos la vanidad y el deseo de permanecer en el poder o de pasar a la historia sea tan fuerte y les ciegue tanto como a otros la desesperación o la avaricia.

                Una estupenda obra.


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