En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 20 de marzo de 2017

La Bruja y el Capitán - Leonardo Sciascia




          Pocos autores razonan con la concisión y claridad de Sciascia. No es raro que sus obras construyan ante los ojos del lector una historia real sobre los mimbres de unos cuantos datos y un notable sentido común que le permite entretejerlos. Es lo que ocurre en La bruja y el capitán, obra breve desarrollada a partir de una referencia real hecha por Alessandro Manzoni en Los novios, que aborda el proceso por brujería en el siglo XVII contra Caterina, una pobre mujer acusada de recurrir a fórmulas infernales para provocar tanto los dolores de estómago del dueño de la casa donde sirve, como para el enamoramiento de un patrón anterior.

          La realidad, sin embargo, es otra, y Sciascia dedica esta obra, precisamente, a analizar cómo desde una realidad tan lejana puede acabar una mujer en la hoguera.

Leonardo Sciascia.
Racalmuto, 1921 - Palermo, 1989
          Hoy tenemos una concepción de la brujería irreal, mediatizada por el espectáculo literario y científico, pero para comprender este libro hay que recordar, como Sciascia hace, que el número de "brujas" y "brujos" es infinito: cualquiera que dice saber leer las cartas o las líneas de la mano, o cualquiera que crea en amuletos y esté dispuesto a utilizarlos "por si acaso" para conseguir algo, era susceptible de convertirse en víctima de la Inquisición. O a veces, ni eso: basta la diferencia de ser pobre a ser rico, como luego diré. Dicho de otro modo, para la Inquisición brujería y superstición era una misma cosa. Si aun hoy, con tanta información y tantas certezas en el futuro, los supersticiosos y curiosos y quienes están dispuestos entretenerse con ellos o a sacar tajada forman tropa, imaginemos en un siglo donde el analfabetismo y la miseria campaban a sus anchas, un tiempo de incertidumbre donde la línea entre la supervivencia y la indigencia o la muerte era muy fina.

          Caterina no es una bruja, sino una mujer pobre y sin cultura que confía en la suerte y en la superstición para lograr lo que pretende. Entre sus aspiraciones figuraba un desigual matrimonio con uno de los hombres a los que había servido no solo en el servicio doméstico, sino también en la cama porque el hombre se había encaprichado de ella, pero no enamorado. Simplemente, la utilizaba, y ella se rebeló contra esa situación intentando algo tan ingenuo como recurrir a la superstición para que su explotador y acosador se transformara en su marido.

          Las cosas no le salen bien, como a ningún paniaguado que aspira a que su explotador lo iguale a él. Y tampoco le va nada bien en su siguiente trabajo, en el que es culpada de los males de estómago de un caballero que a todas luces lo que tiene es estrés debido a cuestiones solamente achacables a él.

          A partir de aquí todo converge para condenar a Caterina, comenzado por su propia actitud, porque, ¿qué hace el débil para aplacar al poderoso? Intentar satisfacerlo, humillarse, ponerse a sus pies. Luego, ¿qué quieren escuchar estos señores? ¿Qué he recurrido a tales y cuáles prácticas? No hacen falta testigos: lo confirmo a ver si con mi sinceridad me gano su favor y evito el suplicio.

          Y en así, entre el modo en que la ingenuidad nacida de la pobreza intelectual lanza al débil a su propia tumba y el egoísta modo en que el poderoso se quita de en medio sus culpas cargándoselas al débil, es como Caterina, y tantas otras como ella, acabaron en la hoguera tras sufrir espantosos suplicios.

          La historia de siempre, la del poderoso que, incapaz de asumir su propia responsabilidad, masacra al débil. 



miércoles, 15 de marzo de 2017

No me toques - Andrea Camilleri




          Magistral y breve novela de Andrea Camilleri sobre la desaparición, todo apunta que voluntaria, de la joven esposa de un anciano escritor; una mujer bella, atractiva para todos y promiscua. O eso parece, porque el encanto de la novela es ir conociendo poco a poco a una protagonista a la que no escuchamos ni vemos actuar si no es por lo que otros cuentan de ella y por alguno de sus propios escritos.

          La forma de presentación, brevísimos capítulos ordenados cronológicamente con alguna marcha atrás (ojo con las fechas, son importantes) es tan televisiva como la fluidez y rapidez de los diálogos: frases breves, directas, cargadas de significado.

Noli me tangere. Fra Angélico
          La intriga y el ritmo, rapidísimo, hacen difícil dejar la lectura. Además, el autor se permite coquetear con «misterios históricos» que dotan al conjunto de cierto aura cercano al de las novelas pseudohistóricas vinculadas a supuestos misterios seculares que mezclan tradición y leyenda. En este caso, el papel en la acción corresponde a una pintura de Fra Angélico reflejando el momento en que Jesucristo resucitado le dice a María Magdalena «Noli me tangere», frase que da título a la novela.  Esa pintura, como otras, permite albergar la duda de si Jesucristo se lo dice cuando ella va a tocarlo o después de que lo haya hecho. Las implicaciones emocionales son distintas. Pero, a diferencia de todas esas novelas de las que se dice que «enganchan», Camilleri cuenta y resuelve algo además de una intriga: desarrolla ante nuestros ojos una personalidad tan rica que no desea otra cosa que encontrarse a sí misma porque es consciente de la vacuidad de la vida incluso cuando se tiene belleza, salud y dinero para disfrutarla. Camilleri nos cuenta la historia de esa búsqueda, que es también la de huida de uno mismo para encontrarse, también a sí mismo, no sabe dónde, pero en el sitio adecuado.

Noli me tangere. Tiziano.
          Solo hay algo que deja cierta sensación de incomodidad: cuando el final (previsible a partir de cierto punto) llega, cabe preguntarse hasta qué punto era necesario todo lo hecho para alcanzar lo alcanzado, cuando hay caminos más directos y que nadie puede cuestionar. ¿O es que a veces huir de uno mismo implica exterminar hasta su recuerdo? Sin embargo, prefiero mirar el lado bueno y no pensar ni en cabos sueltos ni en el simple truco de un capricho, sino en aprovechar ese interrogante para reflexionar acerca de lo dicho: qué debemos dejar atrás cuando decidimos dejar atrás nuestra forma de ser y de vivir.

         Como el autor dice al final, No me toques, Noli mi tangere, no es una novela negra, aunque lo parezca.



martes, 7 de marzo de 2017

La edad de la duda – Andrea Camilleri




La edad de la duda (serie Montalbano, 18)
               

                El comienzo de la novela, genial. El estrambótico sueño del comisario Montalbano da lugar a unas de las páginas de humor absurdo más brillantes que he leído a Camilleri. Es frecuente en él concederse esa libertad a modo de aperitivo o de saludo-reencuentro entre los personajes y el lector. Luego entra en materia cuando el protagonista, de camino al trabajo en medio de un diluvio, auxilia a una chica fea y modosita que iba al puerto a esperar el velero de unos adinerados parientes; con ella comparte unas cuantas horas tras las cuales, y según avanzan los acontecimientos, comprende que la chica no le ha dicho una sola verdad, y que todas las mentiras han sido una intención oculta. ¿Pero cuál?

                Cuando velero llega, lo hace con sorpresa:  con un cadáver desfigurado que han rescatado en un bote cerca de la bocana. A partir de estos datos y de los falsos proporcionados por la mujer el comisario va atando cabos (ya se me perdonará la expresión hecha, pero por ser tan marinera...) y en ellos aparecen nuevos elementos, como otro barco de lujo amarrado temporalmente en el puerto, sobre los que, por desgracia para Montalbano, no puede actuar policialmente pues no hay nada que atribuírles, lo cual le permite desenvolverse con el procedimiento que es su especialidad: hacer lo que le viene en gana.

                No digo más para no chafar la parte de intriga. Sí digo que todo está bien hilvanado, que lo humorístico del principio tiene poca continuidad, y que esta hay que buscarla, además de en Cataré, en las trolas que Montalbano encaja al pobre Lettes para librarse de su pesadez, cada una más gorda que la anterior y cada vez más cerca de escapar a su control. El toque sensual que Camilleri se cuida de poner en todas las novelas de la serie es aquí más acusado, debido a las costumbres de cierto personaje femenino y, pobrecillo Montalbano, acuciado por el avance de la vejez, al problemático fechazo con una teniente que trabaja en el puerto; historia, esta, que en esta novela es la principal del «segundo plano», y que atrapa al lector porque con tantas novelas  previas a cuestas y al consiguiente relación «personal» con el comisario, acaba teniendo tanto interés en la resolución del caso como en el desenlace de lo emocional, si quiera sea por saber a qué atenerse con Livia y hasta qué punto llegará o no el soponcio.

                Pero si la trama y la forma de resolverla es magnífica, creo que la novela flojea, precisamente, en esa segunda historia que trasciende la novela concreta y enlaza con la definición del protagonista a lo largo de la serie. Demasiado poco explicado para lo bien que suele explicarse Camilleri por boca y mente de Montalbano y, sobre todo, un final decepcionante, facilón y hasta manido, que, como decía Cervantes, verá el que lo lea y oirá el que lo oiga leer.