En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

viernes, 27 de mayo de 2016

Un lustroso lustro



  
            Dice Ajonio que disculpéis. Que ha intentado preparar las velitas como le había pedido, pero que solo ha podido robar cuatro y que la quinta la ha tenido que fabricar él mismo con los materiales que tenía a mano en su «sex hop» (así, sin ese).

                  En fin... No sé qué vais a pensar de nosotros.

            ¿Por qué velitas? Porque ayer hizo cinco años que Ajonio Trepileto llegó a las librerías. Aunque el primer lugar donde lo vi expuesto no fue en una de ellas, sino en una caseta de la Feria del Libro de Huesca. Hacía sol, y tras toda la vida leyendo y viviendo las historias narradas por otros, no acertaba a creerme que por una vez los papeles se habían invertido. Era una sensación extraña y hermosa.

            Han sucedido muchas cosas desde entonces, buenas y malas, y La terrible historia de losvibradores asesinos ha tenido muchos lectores. Algunos eminentes, que me da pudor citar. Pero aunque su renombre me halague el ego y ponga las cosas fáciles a mi chuchurrida memoria, a quienes recuerdo constantemente es a los lectores, cada vez más y casi todos anónimos, que cinco años después están permitiendo que Ajonio Trepileto, pese a lo lamentable de su modo de vida, siga correteando por estos mundos. Gracias a ellos, a muchos de vosotros, cada día Ajonio renace y vuelve a apañarse, a su manera, con la ciclópea y cariñosa Claudita, se vuelve loco  por Zoé o por Danuta, persigue su libertad localizando vibradores defectuosos en su primera historia o se las ve con amantes del dinero y curas prófugos en la segunda, y también cada día la suerte de su asendereado pellejo vuelve a depender de su peculiar  inteligencia y de su nulo sentido del ridículo. Y todo para lograr algo tan difícil como vivir en paz cuando nadie te respeta.

          Hoy la edición en ebook de La terrible historia de los vibradores asesinos ha amanecido en el puesto sexto en España, en Amazon, en humor, por delante de un éxito del género publicado hace un mes y medio por el grupo editorial más potente, y cerrando el primer tercio del disputadísimo top de novela negra, junto a la nueva obra de uno de los autores «negros» consagrados. Hace cinco años que está en papel, y año y medio en ebook. En este formato, tras un primer año de darse poco a poco a conocer a los lectores que lo usan, en los últimos siete meses ha sido nº 1 de humor en español en cuatro países, nº 2 en otro más, y ha estado entre los cinco primeros en otros dos. De forma recurrente. Sin promoción. Boca a boca. No sé qué decir, salvo gracias a todos.

La semana que viene, casi como hace cinco años al día siguiente de la de Huesca, estaré en la Feria del Libro de Zaragoza firmando ejemplares de La terrible historia de los vibradores asesinos y de La sota debastos jugando al béisbol, que también ha alcanzado algún puesto destacado y que en sus primeros seis meses de vida en ebook (y ya año y medio en papel) se está comportando aún mejor que su antecesora en ese periodo. Será el viernes por la tarde. Una bonita forma de celebrar este cumpleaños.

        A pesar del desaguisado de las velitas, a menudo pienso  que a Ajonio Trepileto le debo muchas más cosas de las que él me debe a mí.




miércoles, 25 de mayo de 2016

Regalar novelas de humor



         Anoche leí una frase sobre regalar libros, y recordé algunas cosas.

Hablando de novelas de humor, esas novelas tan raras en las que cualquier historia y argumento son válidos para sustentar lo importante, el espíritu, cuando alguien te pide que le dediques a otra persona un ejemplar, detrás del obsequio que le va a hacer suele haber más que cariño. Hay una conducta, algo superior al mero gesto que supone un regalo o una dedicatoria.

Diferencio conductas frente a gestos porque sé que las personas que han regalado mis libros a quienes estaban afrontando enfermedades, accidentes, problemas familiares o laborales, lo han hecho no como el gesto de afecto implícito en tantos regalos, que a menudo se agota en sí mismo, sino como un paso dentro de algo más elevado: una conducta, una preocupación activa que comenzó hace tiempo y seguirá después. Ese regalo, sin lectura, no es nada, porque su objetivo no es decir algo con el «gesto».

Lo mismo opino de las personas que regalan novelas de humor a quienes, simplemente, saben disfrutarlas. El cariño sin generosidad a veces está peligrosamente cerca del egoísmo: la mayoría de los libros, como los paraguas, las corbatas, los perfumes o los ramos de flores, se regalan para decir o pedir algo: me acuerdo de ti, te tengo presente, recuérdame. En cambio un libro de humor, ese género tan atípico, es uno de esos presentes en los que apenas se repara hasta que no se comienza su lectura; pero entonces quien en realidad hace el regalo es el lector con su sonrisa y buen humor. Eso es lo que deseó quien no quiso regalar un libro ni un rato de entretenimiento, sino unas horas de alegría.

Casi nada.

  


lunes, 16 de mayo de 2016

Vicios ancestrales - Tom Sharpe



                No hace mucho leía a un escritor defender los chistes sobre personas aquejadas de enfermedades graves. Hubiera pasado por un bárbaro de no haber advertido, simultáneamente, que su primer hijo había muerto de cáncer siendo niño y que él, junto a otros en su misma situación, bromeaban sobre el asunto aunque solo fuera para encontrar una vía para abordarlo.

                Digo esto porque en Vicios ancestrales, publicada por primera vez hace alrededor de treinta años, buena parte de la acción gira en torno a la figura de Willy Coppett, a quien Sharpe siempre se refiere como «enano» o, en los ridículos eufemismos del protagonista, «persona de crecimiento restringido». Sharpe anticipaba ya la situación actual, en la que el humor se ha convertido en una actividad de alto riesgo cuando involucra a quien se siente víctima de algo, como si el humor no fuera, en numerosas ocasiones, un mecanismo de defensa o una forma de comunicación que amortigua diferencias, dudas y miedos. 

         Dicho esto, Vicios ancestrales contiene la esencia de Tom Sharpe: equívocos mayúsculos que desembocan en monumentales enredos y personajes que van desde el pringado al ricacho opulento, despótico y pseudoaristrócatra que aborrece a los más cercanos, el listo y el tonto, el educado y el grosero, el idealista y el utilitarista, el modernillo y el ultraconservador. Y, cómo no, frecuentes alusiones a lo que el sexo puede tener de escandaloso para una mente puritana. En cierta manera repetitivo, pero, a diferencia de otras de sus obras, con una calidad superior. Digamos que las «repetidas» son unas cuantas de sus obras posteriores.

                Lord Petrefact, un anciano cascarrabias y tullido, es la cabeza de una amplia familia que, desde la oscuridad social más absoluta, ha hecho fortuna empresarial allí donde ha ido. Ricos y poderosos, pero discretos. Una suerte de aristócratas sin otro título que el que ostenta Lord Petrefact. Pleno de deprecio hacia los suyos, decide darles un escarmiento encargando una corrosiva biografía familiar a un profesor universitario, Walden Yapp, un hombre criado de modo peculiar que ha devenido en idealista defensor de los derechos de los trabajadores y en víctima y defensor de todo prejucio anticapitalista y a favor de las clases menos pudientes. Animado por la posibilidad de ajustar las cuentas a tamaños exploradores como los Petrefact, Yapp se traslada a la pequeña localidad donde surgió el imperio industrial. Allí se aloja en la vivienda del matrimonio Coppett, formado por una mujer a la que Sharpe califica de «subnormal» (también otro término hoy peligroso) que está casada con un «enano» que en serlo encuentra grandes ventajas y numerosas humillaciones que a sus propios ojos no son tales. El interés del profesor por investigar, el del resto de la familia Petrefact por impedirlo, la ingenuidad de la casera y las circunstancias de su esposo conducen a un hecho que no voy a contar para no despanzurrar uno de los momentos culminantes de la historia, que a partir de ese momento cambia de rumbo al adoptar un objetivo distinto: el interés del libro deja de ser la suerte de la investigación del protagonista y pasa a ser, como en tantas ocasiones, saber si un inocente acabará siendo declarado culpable. Maravillosa la manera en que Sharpe consigue que todas las pruebas apunten al inocente. Al final, como ocurre en otras novelas de Sharpe, los protagonistas se ven tan atrapados en la madeja de problemas que han creado que el protagonismo se desplaza a personajes hasta entonces secundarios, pues no hay otros capaces de hacer algo con el embrollo.

                Como he dicho, una novela que refleja como pocas la escritura de Tom Sharpe. Pero también, y volviendo al principio, que se permite lujos humorísticos que hoy muchos no toleran.


sábado, 7 de mayo de 2016

Un cumpleaños y una ausencia




         Hoy este blog cumple cinco años.

     Nació para compartir las impresiones de mis lecturas, para ordenarlas a través de la clasificación por autores, para contar anécdotas e impresiones al hilo de mis vivencias literarias y, como hacer una web sobre mí me parecía demasiado pretencioso, también para narrar las vicisitudes de mis novelas en un apartadillo, el cual, por cierto, hace tiempo que no he actualizado.

     He dudado de si celebrar este aniversario haciendo una selección de las lecturas del blog, pero a ver quién es el guapo que se atreve a elaborar una lista, y más si apenas lee novedades. En gran medida saldría una «lista macho», y prefiero evitar a quienes utilizan para todo la misma vara de medir independientemente de hechos y circunstancias.

     También podía haber contado las peripecias del blog, los miles de visitantes mensuales que sigue teniendo incluso tras un largo periodo sin apenas entradas, lo cual da idea del valor del fondo acumulado, o podría hablar de sus momentos más intensos, lo especiales que para mí fueron algunos libros y algunas reseñas, o por qué en el último año y pico he podido escribir tan pocas.

     Podría detallar por qué alguna de ellas ha sido la carta de presentación utilizada por quien firmó el libro para enviarlo aquí y allá a la búsqueda de un buen lugar en el mundo literario, porque, me dijo, no sabía explicar mejor que yo su propia obra; podría hablar del aprecio y del desprecio, de las ínfulas de algunos, de la humildad de otros, de la falsa modestia de muchos, del egoísmo y la generosidad, del afán de notoriedad, de cómo el exhibicionismo oculta carencias, de monumentos erigidos a mayor gloria de quien lo erige, de aprendices de escritores que aspiran a ser vendedores, de magníficos vendedores que no saben escribir, de escritores fabulosos que no saben vender, podría contar miserias bochornosas de personas que se creen nobles, o contar que, por respeto a sus autores, no han tenido sitio en este blog un puñado de libros malos; podría contar lo que he disfrutado con muchas novelas, o la increíble historia que hay detrás de alguna de ellas, de obras que pueden cambiar una vida, o de Montalbanos que a pesar de repetirse se ganan tu cariño y tu respeto. Podría hablar de buenos escritores sin confianza que piden consejo a cretinos que escriben redacciones de colegio y se comparan con los clásicos; podría hablar de las amistades interesadas, de que basta una coma para pisotear derechos morales, de reductos y comederos, de quien ayuda y quien vampiriza. De personas buenas y malas. De que el malo se aprovecha del bueno. De que los buenos no son tontos. De que sea el autor santo o canalla, listo o tonto, solo la calidad perdura. De que la calidad es difícil de encontrar. De que adopta muchas formas. O podría haber contado por qué no acepto peticiones para hablar sobre libros concretos, o por qué tampoco me he ofrecido a ninguna editorial para intercambiar adulación por lecturas gratuitas, como tanta gente hace. Podría repetir aquí la frase del encabezado o dar las gracias a quienes dedican su tiempo a leer este blog o mis novelas. También podría haber señalado mis errores y mis muchas omisiones en este mundillo.

     Podría haber hecho muchas cosas, pero he preferido dedicar este pequeño «autohomenaje» a un libro que echo de menos aquí. Lo leí, como otros fabulosos, años antes de comenzar esta andadura, y como esas otras novelas no está aquí porque no tengo memoria suficiente para hacer una reseña que me satisfaga. Hablo de Olvidado Rey Gudú. Y tan olvidado, pese a ser una de las cumbres de nuestro idioma. Como el Quijote, lo leí para festejar uno de los momentos más importantes de mi vida. Pero, a diferencia de él, su huella en mí no es tan nítida porque solo lo he leído una vez. Ojalá me quede por delante tiempo suficiente para volver a hacerlo.

     Me gustaría tener aquí a Olvidado Rey Gudú por la forma en que es superior a la realidad, por cómo demuestra que se puede escapar de la vida «real» a un mundo más duro, más hermoso y todavía más real, por cómo nos dice que no somos lo que hacemos ni lo que perseguimos con nuestros actos, casi siempre mezquinos por interesados, sino lo que imaginamos y soñamos, por cómo leerlo produce la sensación de que la mayoría seres humanos siguen siendo animales que, siempre que pueden, se dedican a entretenerse con la tripa llena, mientras que solo unos pocos son conscientes de su cabeza y en ella encuentran todas las experiencias, felices y dramáticas, y las viven con intensidad. Por cómo Ana María Matute supo escapar de este mundo a otro.

     Esa es la esencia de la literatura y de todo arte. Dar testimonio, denunciar o criticar solo son digestivos para asimilar las dificultades. Pero la esencia del pensamiento es la creación. Carecer de límites. Imaginar. Volar. Construir. Construir todo desde la nada que somos.

     Feliz cumpleaños, bloguito.