En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 27 de julio de 2015

La importancia de las portadas


          Voy a contar una historia más o menos curiosa.

          Elegir la portada de un libro siempre es complicado. Junto al título y la sinopsis de la contraportada son los principales reclamos de cualquier novela. A menudo, los únicos.

          Cuando hace ya unos años Mira Editores me planteó la cuestión de qué portada podía tener La terrible historia de los vibradores asesinos, decidirlo fue complicado. A la dificultad habitual se añadía que cada tipo de portada podía trasladar al potencial lector ideas muy distintas, a causa de lo particular del título.

          Por ejemplo, sin ver portada alguna y dejándose llevar por la palabra «vibradores» (y, por supuesto, sin haber leído una línea) hubo quien afirmó por entonces, y no para echarme flores, que había escrito un libro pornográfico. Lo de «asesinos» le preocupaba menos. De ser cierto, la portada más adecuada se hubiera parecido a la que bajo estas líneas puede verse. La imagen, no sé si erótica, sugerente o vulgar, de puro típica no hubiera dejado lugar a dudas de que lo importante del título era la palabrita «vibradores», y de que, por tanto, el argumento giraba en torno al sexo. Literatura erótica. Similar resultado hubiera logrado cualquier portada de tonos oscuros y algún objeto en penumbra en medio, como cuantas han imitado las de las famosas 50 sombras de Grey. No digamos ya si en la portada hubiera aparecido un vibrador: por poco realista que fuera, muchos hubieran tenido la novela por pornográfica, cuando en realidad era solo una parodia de la novela negra.



          En cambio, si en la portada hubiera aparecido un pistolón, la sangre hubiera acudido a la mente de quien la viera, y las palabras claves hubieran sido «terrible» y «asesinos», lo cual, seguramente, hubiera hecho pensar al lector en una novela negra más o menos típica cuya relación con el humor (por la estrambótica expresión de vibradores asesinos) fuera, como mucho, tangencial.



         Una calle desierta, de noche, mojada, con una persona alejándose, hubiera provocado una idea a medio camino. «Historia» sería el término clave. Algunos lo habrían vinculado al crimen por lo de «asesinos» y otros al misterio por lo de «terrible».





          La terrible historia de los vibradores asesinos tiene intriga y hay quien no duda en calificarla de novela negra, aunque paródica, pero es, ante todo, una novela de humor. Tras comentar con la editorial la idea de que una portada u otra podía inducir a confusión, se me ocurrió proponer que apareciera un sex shop como el que regenta el protagonista y, aparcado delante, un coche de la Guardia Civil. La idea recreaba una escena de la novela. Quien viera esa portada vincularía la palabra «vibradores» al sex shop y se quedaría con la idea no de una novela erótica, sino de una historia donde el sexo está presente de forma indirecta, porque la presencia de la Guardia Civil sería indicativa de un suceso vinculado a la intriga o al género negro que sería el motor de la acción. Desde esta idea, si la portada era una composición fotográfica no se remarcaría la importancia del humor, cosa que sí se lograría con un dibujo caricaturesco o casi infantil. Pensé, además, que de esa forma todas las palabras del título aportaban algo a la idea de lo que había tras la portada.

          Para explicarme mejor pintarrajeé un esbozo, aprovechando que hace varios siglos dibujaba viñetas (incluso perpetré un largo cómic titulado La verdadera historia de Caperucita Feo, que a saber dónde ha ido a parar). Para mi sorpresa, gustó, y me preguntaron por qué no lo adecentaba un poco y lo usábamos de portada.

         Dije que sí. Era la idea que había trasladado, y, además, aquel mequetrefe que hace siglos dibujaba vio así uno de sus dibujos en la portada de un libro. Si la idea fue acertada o no, juzgad vosotros.

          Cuando ya en 2014 publiqué La sota de bastos jugando al béisbol, no dudé: la portada la haría yo. La similitud, debida al tipo de dibujo, informaría de la continuidad de la saga de Ajonio Trepileto.








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