En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Yo, que tanto te quiero - Marta Querol



Yo, que tanto te quiero es la tercera y mejor obra de Marta Querol, una novela que leída aisladamente es magnífica, y puesta en relación con las dos anteriores culmina una tarea colosal, impropia de estos tiempos. Un proyecto literario surgido de una necesidad vital, personal, que da un sentido profundo a cada línea.

Hace ya unos años Lucía Company, la protagonista de Yo, que tanto te quiero, firmó el inolvidable prólogo de El final del ave Fénix. En él Lucía comparte los últimos momentos con su madre, Elena Lamarc, echa la vista atrás y trata de hacer lo más difícil en un momento así: comprender. Con el alma ahíta de amor y amargura se pregunta por qué la vida fue como fue, por qué siempre fue tan difícil, incluso imposible, el entendimiento entre ellas.

Fruto de esa necesidad de entender, en El final del ave Fénix supimos por qué Elena era como era, y para hacerlo fue preciso remontarse a sus padres, a los abuelos de Lucía, para comprender a la niña que fue Elena, a la adolescente, a la mujer joven que tuvo que enfrentarse a una familia extraña y a la vida en una época donde ser mujer no era sencillo.

Más tarde, en Las guerras de Elena supimos cómo la madurez siguió forjando el difícil carácter de Elena Lamarc a través de experiencias dolorosas, de dificultades injustas propias de una sociedad prejuiciosa donde la mujer estaba relegada. Llegada a la madurez, las guerras a las que alude el título acabaron de endurecer su carácter, cuando una vida sosegada podría haberlo aplacado.

     Ya sabíamos por qué Elena era como era, por qué su carácter era tan duro, exigente y esquivo. La vida no le había dejado otra alternativa. Pero faltaba algo para cerrar el círculo. ¿Por qué, siendo Elena así, su hija Lucía se había llegado a distanciar de ella para luego, más tarde, volver a unirse y superar todo en los momentos finales de la vida? ¿Cómo era vivir junto a una madre como Elena? O lo que es lo mismo: ¿Por qué aquel desgarrador prólogo? ¿De dónde había surgido la necesidad de contar toda una vida, de explicarnos todo con tanto detalle? ¿Por qué alguien había sentido la necesidad de contar con tanto esfuerzo cómo era Elena Lamarc? Nos faltaba la visión de Lucía. Y esa visión llega en Yo, que tanto te quiero, porque Lucía, que tanto quiso a su madre, también sufrió lo indecible por su culpa. Y es preciso reflexionar para comprender, ponerse en el lugar del otro y luego en el propio para acabar de entender. Es así como esta novela cierra el círculo de una trilogía memorable. Porque fue Lucía, que tanto quiso a su madre, quien escribió la primera y dolorosa línea de aquel formidable prólogo, y la escribió, precisamente, porque tanto la quería, tanto la quiso y tanto la quiere; y por eso, una vez nos ha contado por qué su madre fue como fue, pasa a explicarse.

Y Lucía escribe porque se siente culpable aunque haya sido inocente. Porque Lucía fue una niña hija de un matrimonio separado en los tiempos en que nadie se podía separar, porque se vio en medio de una lucha de egos, porque se sintió responsable de disputas que ni siquiera podía llegar a entender, porque creció con una madre hambrienta de afecto y tan endurecida por la vida que devoraba la de su propia hija, porque conoció la soledad.

Yo, que tanto te quiero es una gran novela sobre el sentimiento de culpa. Pero a diferencia de Raskolnikov Lucía Company no ha hecho nada. Nada en absoluto. Solo querer. Querer a sus padres como toda niña los quiere. La culpa surge cuando al quererlos no los encuentra y no puede asimilarlo, cuando no halla en ellos ni la seguridad ni la confianza que necesita, cuando al buscarlos solo encuentra soledad, cuando ella misma, sin hacer nada y muy a su pesar, se transforma en motivo de disputa entre las personas que más ama, cuando esas personas se transforman en sus carceleros, cuando cualquier acontecimientos que para el resto de los mortales es feliz, a ella le origina una nueva herida en el alma.

Y así vemos cómo Lucía, la niña de apenas diez u once años que comienza la novela en el mismo traumático momento en el que terminó Las guerras de Elena, se va convirtiendo en una adolescente tímida e insegura que no cree merecer nada porque nunca nadie le ha dado otra cosa que exigencia o distancia, una mujer que deja atrás la adolescencia siendo capaz de dejar que otros jueguen con sus sentimientos porque nunca ha podido vivir de otra manera ni se siente con derecho a pedir más; una mujer que llega a ser una joven trabajadora y estudiosa, bien intencionada, noble y sin otro afán que ser capaz de respirar por sus propios medios, una joven que llegará a ser madre y la mujer madura que, por fin, alcanza a comprender, poco a poco, dolor a dolor, humillación a humillación, que sus padres no fueron sino personas normales, con tantas ambiciones como limitaciones, que la quisieron con toda su alma pero no supieron cómo quererla, que le hicieron daño por no saber evitarlo, que hicieron lo que hicieron porque eran tan débiles como ella. Y con la comprensión surge en Lucía la necesidad de redención que da sentido a toda la trilogía, que se transforma así en un inmenso acto de amor.

Si Yo, que tanto te quiero tiene una enorme carga de profundidad, es porque todo surge del relato de una vida normal, donde las grandes aventuras son, simplemente, las desavenencias, las carencias afectivas, el egoísmo... Todo transcurre, como indica el título de sus diferentes partes, «entre bodas y funerales», entre la vida y la muerte, que es como transcurre la vida: entre lo bueno y lo malo, entre la esperanza y la certeza de que nada es para siempre.

Amores y desamores, intereses económicos y el enfrentamiento de caracteres alocados y nobles, como el de Carlos, con caracteres también nobles pero endiablados hasta la crueldad involuntaria, como el de Elena, histéricos y malignos como el de Verónica y nobles, bondadosos y sedientos de dignidad como el de Lucía, nos llevan de forma ágil y amena por la vida de una persona, de una mujer, de Lucía Company Lamarc, a la que acompañamos al colegio cuando es niña, con la que vivimos el veintitrés de febrero de 1981, a quien acompañamos en sus primeras juergas, en sus descomunales cogorzas, en sus primeros escarceos sexuales, en sus amoríos, en sus modestos sueños, en todos los acontecimientos familiares, buenos y malos, desde el matrimonio a la maternidad o la enfermedad de unos u otros, pasando por el adiós a quienes se van para, al final, porque así lo exige la vida, afrontar la pérdida de aquellos a quienes más quiso y, en este caso, también más daño le hicieron, de aquellos de quienes pudo despedirse pensando, al mirarlos a los ojos en el último momento , «aquí estoy yo, a tu lado, no te vas en soledad porque aquí estoy yo, yo, que tanto te quiero».

Si bien las escenas emocionalmente intensas se suceden, Marta Querol las trata con exquisitez. Sin rastro de sensiblería. En una novela con abundantes situaciones que se prestan a la lágrima fácil ha huido de este recurso. Si la novela conmueve es precisamente por lo contrario, porque si algo origina es la lágrima dura, la que brota como último recurso, cuando ya nada más queda por hacer.

Siendo una novela amena, no es una novela inofensiva; siendo fácil de leer, es amarga de sentir; pero siendo amarga de sentir, no es desagradable de leer. Nada hay sórdido ni se usan golpes artificiosos aunque sean muchas las cosas que le ocurren a Lucía, y casi ninguna buena, pero es que treinta años dan para todo, y he aquí otro gran mérito de esta novela: la forma en que evoluciona el personaje. Cuando Lucía es niña, es niña; como es adolescente en la adolescencia; como es joven cuando le toca serlo y madura cuando lo es. Y todo sin sobresaltos, siguiendo una evolución irreprochable.

Los capítulos finales son, sin duda, los más emotivos tanto por lo que narran como porque son esos hechos los que dan sentido a que Lucía, tanto tiempo atrás, se sentara a contarnos la vida de su familia. Un final tan sencillo como apoteósico. Un final tan previsible como inolvidable.

Y un final del final inmejorable. Una canción alegre, Our house, que nos dice que la casa de Lucía, la casa de los padres con los que nunca convivió, existió en realidad, y en ella había vivido siempre con ellos e iba a vivir, porque su casa, la de ellos tres, our house, estaba donde había estado siempre: en su corazón.



Marta Querol, el día en que eligió el titulo de su
última novela: Yo, que tanto te quiero.




 

martes, 1 de diciembre de 2015

Quisiera que alguien me esperara en algún lugar – Anna Gavalda




     Otra breve reseña rescatada del fondo del ordenador. Una lectura de julio de 2008.


     Compré este libro porque me pareció lo bastante ligero para desengrasar las neuronas cuando fuera preciso. Y con ese ánimo lo leí. Pensaba que no tenía grandes pretensiones, pero la verdad es que me ha gustado bastante. Es bueno, aunque con altibajos entre una historia y otra.

     Se trata de una colección de historias cortas y temática variada. Unas son bastante simples (como la del viajante), otras algo trilladas (como la del reencuentro), y alguna simplemente pasable; pero aún esas son agradables de leer. Otras, como la primera, parecen ser anodinas hasta el final; y entonces, a la luz del desenlace, adquieren otra dimensión. Esa primera historia, que es la que me viene a la cabeza al acordarme del libro, cuenta, literalmente una tontería... y cómo a menudo echamos las grandes ocasiones a rodar por cuestiones sin importancia. Hace pensar sobre la forma en que uno se perjudica a sí mismo a cambio del pequeño placer de actuar sin pensar. 

     Por otra parte, cuanto más se lee y se recuerda, más personal parece el estilo de la autora, como si en lugar de reflejar “un estilo literario” (sea eso lo que sea, porque no lo sé definir) reflejara su propia personalidad.


sábado, 28 de noviembre de 2015

Novecento – Alessandro Baricco




     Tras un larguísimo periodo de «sequía lectora» que todavía sigue, retomo las reseñas del blog con una rescatada de las catacumbas de mi ordenador, escrita cuando leí el libro, en junio de 2008.

     El propio autor lo define Novecento como inclasificable: no es una novela, no es teatro. Es un texto para ser leído en voz alta... Pero en el fondo es algo teatralizado, qué duda cabe. 

     Narra la historia de un niño, nacido a bordo de un barco, que nunca llega a poner los pies en tierra y, por un casual, se transforma en un pianista prodigioso. La historia, sin contar nada, invita a reflexionar sobre la naturaleza humana: ¿cómo puede tener el mundo dentro de sí quien nunca ha salido de un barco? ¿Qué es Novecento? ¿Un prisionero de sí mismo? ¿O la persona más libre que jamás ha existido? Por momentos parece lo primero, porque una persona verdaderamente libre no encontraría obstáculos en probar cosas nuevas, en averiguarlas... y Novecento parece tener miedo a ellas. Por eso, quizá, la historia al final es la historia de una huída: de cómo una persona puede encontrar dentro de sí misma la solución a todo lo que desde fuera la aterra. Son elucubraciones, claro: ya digo que se trata de una historia abierta.

     Presenta, además, escenas que hacían la novela mucho más propia para la adaptación cinematográfica que para el teatro; por ejemplo, el clásico «duelo» para dirimir quién es mejor en algo (en este caso el mejor pianista), personajes que van y vienen, dilemas, o algo que se transforme en el sentido o la pregunta de la historia: ¿pondrá alguna vez pie en tierra?

     Una cosa echo en muy falta: la mención expresa al amor, a las relaciones. Novecento, en el fondo, emocionalmente es un autista. Y no sé si echo más cosas en falta o ninguna, porque es un libro bueno, correcto, agradable, bonito, que invita a pensar, a reflexionar, a sacar cada uno sus propias conclusiones. Pero estoy seguro que ese mismo tema da para un libro antológico: los procesos mentales de alguien como Novecento son demasiado particulares como para que el lector normal pueda deducir demasiadas cosas, y mucho menos ponerse en su lugar (a no ser que dedique muchas horas a reflexionar, lo cual no suele suceder), por eso estoy convencido de que se podría sacar mucho de este tema, tomando a Novecento como el exponente radicalizado de todos los miedos que, de una manera u otra, todos tenemos.

    Y, por supuesto, en alguien que jamás pone los pies en el suelo, como una especie de barón rampante moderno, siempre hay un motivo para la reflexión: la soledad. La soledad como condena y como refugio.


     PD: no he visto la película. No sé si la veré.





domingo, 22 de noviembre de 2015

SORTEO



Si hasta el 18 de diciembre de 2015 quieres participar en el sorteo de un ejemplar dedicado de La sota de bastos jugando al béisbol, visita la página de Facebook Novelas de Ajonio Trepileto. Verás qué sencillo es.

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En papel, pídelas en tu librería



viernes, 13 de noviembre de 2015

Y solo hay una solución: leer



     Hoy es el día de las librerías. Aunque son negocios sometidos al mercado, como el resto, por lo que significan para una sociedad culta tienen una importancia superior a la mayoría. Pero el sector editorial, y no digamos ya las librerías, por sus peculiaridades no puede utilizar las mismas armas que muchos de sus competidores: por ejemplo, ni el libro más vendido en España da para financiar una campaña publicitaria equivalente a la de algunas películas.

     Aunque hay más población que nunca y unas tasas de alfabetización próximas al 100%, aunque tenemos el nivel de vida más alto jamás alcanzado, aunque las técnicas de edición han rebajado los costes, el ritmo de desaparición de las librerías es dramático. La lectura se vincula al ocio (mal hecho) y por el tiempo de ocio compiten millares de bares y restaurantes, hoteles, cientos de canales de televisión, cine, videojuegos, todas las oportunidades que da Internet... Muchas de esas alternativas son poderosas, porque mueven su producto en un mercado mundial con enormes economías de escala. Unamos el pirateo y tendremos una visión más o menos aproximada de cómo están las cosas. Un panorama difícil.

     Ante la caída de ventas no todas las librerías tienen las mismas posibilidades de reacción. Una gran superficie reduce metros cuadrados de exposición de libros y en su lugar vende videojuegos, o perfumes, o marroquinería, y sale adelante. Una pequeña librería no puede hacer algo así. Por debajo de cierto volumen de ventas, desaparece.

     Las pequeñas librerías están siendo las primeras en morir. El mercado que dejan libre lo están absorbiendo las grandes cadenas de distribución, titulares de las únicas librerías abiertas en los últimos diez o quince años.

     Esta concentración de la distribución minorista es una desgracia para la cultura, porque son las pequeñas librerías las que dan voz, aunque suene baja, a todas las pequeñas editoriales y a todos sus autores desconocidos. Y ese conjunto es el vivero de la literatura.

     Las relaciones entre las grandes cadenas de distribución y los grandes grupos editoriales limitan la oferta y, apostando por lo seguro porque lo mercantil prima sobre lo literario, se da prioridad a publicar la imitación del último éxito, o la traducción de lo que ya lo ha tenido en otros países. Una reducción de la oferta a disposición del lector, y de su calidad.

     El empobrecimiento para el pensamiento y el nivel cultural de la sociedad que esta deriva supone a largo plazo, es inmenso.

     Y solo hay una solución: leer. 



miércoles, 4 de noviembre de 2015

Infortunios, tribulaciones y contentos de un escritor



Ayer se cumplió un año desde que La terrible historia de los vibradores asesinos salió a la venta en ebook. Antes, en mayo de 2011, había visto la luz en papel. A final de mes también cumplirá un añito la edición en papel de La sota de bastos jugando al béisbol, ambas en Mira Editores. A la sota dedicaré otro artículo, si tengo ocasión. Hoy –ayer no pudo ser- hablaré de la primera.

Es frecuente utilizar la expresión «hacer balance», pero un balance refleja lo que se tiene hasta el momento de hacerlo y de dónde ha salido, y me interesa más ver lo obtenido durante un periodo y cuánto ha costado. Es decir, no hacer balance sino cuenta de resultados.

Algunos dicen que quien escribe lo hace para ser leído. Se equivocan. Igual que no siempre se canta para ser escuchado. Pero se publica para ser leído, y la decisión de ver a Ajonio Trepileto en ebook es un intento de llegar a más lectores porque tras un año en las librerías cualquier libro en papel ha dejado de estar visible y apenas se vende ya, y este llevaba tres. En Internet el problema es el mismo: hacer visible el ebook, cuestión muy difícil para quien ni tiene ni busca otra notoriedad que la obtenida a través del propio libro, de su calidad. Un círculo vicioso que a veces rompe el boca a boca. Hice dos planes a un año: uno realista y otro más optimista que requería esfuerzos adicionales y sobre el que recabé alguna opinión que no llegó. He superado el realista. No he alcanzado el otro. Tampoco he tenido ocasión de poner los medios.

El motivo quizá sea que no ha sido un año fácil, lo cual me ha impedido disfrutar como hubiera deseado del trabajo hecho. El día a día ha interferido demasiado en la literatura, el agotamiento mina la ilusión y sin ella es más complicado sacar fuerzas para algo que requiere tanta constancia como dar a conocer un libro por métodos artesanales, a pesar de lo cual ha habido cosas buenas y malas. La cuenta de resultados.

            Entre lo positivo de esta edición en ebook sin presentaciones ni promoción alguna, está, obviamente, haber llegado a un buen número de lectores. Gracias a lo cual algunos han leído además La sota de bastos jugando al béisbol, y otros se han hecho con La terrible historia de los vibradores asesinos en papel para conservarla o regalarla. La confianza de un lector requiere todo agradecimiento porque su tiempo es limitado y te lo ha dedicado. Especial mención merecen quienes además han reseñado la novela en sus blogs o en Amazon, dando así un valor añadido a su lectura y ayudando a que otros lectores confíen en mis novelas. Y lo agradezco también porque sé –algún silente me lo ha confesado-, que la palabra «vibradores» ha retraído menciones y reseñas por miedo a quienes forman su opinión a partir de un «titular» o, en este caso, de un título. Todas las opiniones han sido libres y sinceras, porque al igual que he rechazado todos los ofrecimientos recibidos para reseñar libros en este blog –y el ejemplar que me regalaban-, a nadie le he pedido que escriba una sola línea sobre ninguna de mis novelas, y mira que me hubiera sido fácil regalar ebooks a mansalva.

            También me alegra haber encontrado personas que me buscan para alabar el resultado, aunque me desazona cuando se muestran sorprendidas porque no esperaban algo así de una novela de humor, dejando entrever el desprestigio (por contaminación con libros de humor que no son literatura) de un género que, sin ser en realidad tal porque el humor no es un tema sino un modo de enfocar las cosas, cuenta con novelas legendarias y en el que han buceado muchos de los mejores escritores. Por motivos similares también me desazona la pregunta de otros de si no voy a escribir «otra cosa», o sea, «algo serio», porque mis «payasadas» me han costado más esfuerzo y trabajo de lo que me hubiera llevado una novelita pongamos de intriga, negra o policial.

            Agradezco cómo algunas personas, pocas, siempre están ahí con el sencillo gesto de un clic de ratón para compartir las aventuras de Ajonio en las redes sociales, porque conocen el valor de difundir selectivamente y con constancia. Al apostar por mí asumen cierto riesgo, y solo puedo corresponder tratando escribir lo mejor que sé, de forma que ofrezcan a sus amigos, conocidos, admiradores o simples curiosos algo de calidad. Sin salir de las redes, también me impresiona ver cómo lo que he escrito transforma a desconocidos en conocidos, a veces en amigos, que con sus «me gusta» me dan ánimos a la vez que agradecen el buen rato de lectura; un enriquecimiento solo posible gracias a las redes sociales pero que, en algunos pocos casos, ha sido un brutal empobrecimiento cuando los «me gusta» o los «retuits» han sustituido a otras formas de expresión. Gracias a ese conocido común llamado Ajonio hay quienes han comenzado a apoyarme y ahí siguen, y quienes lo han hecho solo durante un tiempo. En ambos casos se lo agradezco desde aquí y no personalmente, porque entre los costes de la cuenta de resultados cabe incluir la sensación de que no suelo estar a la altura de estas personas, de que debería ser más agradecido, y si no lo soy es porque si les dijera algo quizá se sintieran obligadas a seguir haciendo lo que han hecho libremente, y es precisamente esa libertad lo que le da valor a su conducta.

            Computo como «ingreso» en esta «contabilidad» a las personas, algunas de las cuales conocí hace más de diez años por culpa de algún pinito literario, que regularmente me preguntan por cómo va la cosa. Si Ajonio va bien, si estoy escribiendo algo, qué, en qué estilo, por qué, cuándo terminaré... Personas que me desean y presagian un porvenir literario mucho más claro y halagüeño del que yo veo, y que me regañan cuando les respondo que apenas me muevo por editoriales, agentes y demás fauna. Reducen los «ingresos» personas de quienes podía esperar un interés similar y no han preguntado nada ni una sola vez; resta también el caso especial, que no sé definir, de una persona, excepcional lectora, que lleva cerca de una década animándome a escribir y echándome flores, diciéndome que soy un escritor formidable, y que ha acabado confesando, pasmaos, que no se ha leído ninguna de las dos novelas que he publicado. Para colmo de extravagancia, tras reconocerlo no ha cambiado su opinión sobre el talento que me atribuye. Qué cosas.

            Termino con las personas más cercanas, ajenas a lo que puede interesar a quien escribe, pero no ajenas a quien escribe. Precisamente por eso su apoyo es más meritorio y mucho más de agradecer. Todo un ejemplo. Muacks.

            Pues eso: Ajonio Trepileto lleva un año en ebook. Cada vez que alguien compra La terrible historia de los vibradores asesinos en Amazon Ajonio vuelve a salir de su destartalado sex shop y se lanza al mundo en busca de los tres vibradores que por un defecto de fabricación pueden explotar. Cada vez que alguien lee la novela Ajonio vuelve a prendarse de Zoé, vuelven a machacarlo sus amores con Claudita, y de nuevo el pobre hombre torna a enredarse y desenredarse en los intereses, amoríos y maniobras «non sanctas» que conducen la acción. Ahora que Ajonio no me oye, espero que Claudita siga aplastándolo con sus toneladas de amor, que siempre haya al menos un lector que lo permita, porque la literatura, como la música, se construye cada vez que alguien lee, aunque el autor esté en la tumba.

            Y dejo para el final algo que no sé si hago bien en citar, y que constituye el único «ingreso extraordinario» de esta «cuenta de resultados». Pero qué ingreso. No voy a dar detalles por respeto, y porque no los conozco con exactitud. Lo mejor que me ha pasado en lo literario, en este año complicado, ha sido saber que mis novelas hacen reír a una persona con una de esas enfermedades que obligan a sentarse a esperar lo que nunca se desea. En según qué circunstancias entretener a las personas es muy difícil, pero hacerlas reír es...  La noche en que me enteré no pude dormir. Así que termino dando las gracias a ese enfermo desconocido cuya risa me ha hecho sentir parte de un todo que no entiendo, porque yo no he hecho nada; la única persona con mérito es la que, queriendo cuidarlo, le dio a conocer a Ajonio. Pero qué queréis que os diga: a mí, me conmueve.

                Feliz cumpleaños, Ajonio.



                       

  



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miércoles, 29 de julio de 2015

Mi pequeño drama


Hace más de cuatro años que puse en marcha este blog. Cincuenta meses. Cuántas cosas han sucedido en ellos. Desde hace unos cuantos lo tengo algo olvidado. No por falta de tiempo, que es la excusa universal para no admitir que se ha perdido el interés por algo o alguien (para lo que importa siempre hay tiempo), sino porque ando sumido en una larguísima «crisis lectora» y porque hablar de humor requiere estar de humor, lo cual no siempre es posible.

El 29 de enero de 2012 hablé aquí sobre cómo sería hoy don Quijote. Por incontables motivos le tengo mucho cariño a esa entrada que, para mi alegría, enseguida se convirtió en la más leída de toda la historia del blog. Así ha seguido a lo largo de más de tres años, gracias a varios miles de personas.

Hace unas horas ha dejado de serlo. Gurb la ha superado con una entrada del 10 de febrero de 2014, que complementé tres días después con un artículo titulado Noticias de Gurb.

No puedo decir que no le tenga cariño a Gurb y sobre todo a su compañero, que se hartó de buscarlo por Barcelona, pero nada comparable al que profeso a don Quijote. Tampoco los libros ni las circunstancias de uno y otro artículo tienen nada que ver.

Esta derrota de don Quijote se ha producido, de nuevo, en una batalla sin gloria: tras ser derrotado por un rebaño, un molino y otros mil "enemigos", ahora lo ha sido por un ser ridículo y pacífico, protagonista de una historia que ni pretendía ser un libro. Qué humillación para quien da vida a la novela más importante. Triste sino el de don Quijote. Pero en esta derrota me queda un consuelo que también lo sería para él: no ha habido fuerza en la tierra que haya podido vencerlo en este blog. Ha tenido que venir un marciano, un ser de otro mundo, para acabar con él.

Así debía ser, me temo, porque mirad alrededor y veréis que no hay sitio para los soñadores. Al soñador se le observa con displicencia o condescendencia, que es la forma más baja y desigualitaria del respeto; del respetito, quizá diría Mihura; se le profesa el afecto reservado a las mascotas; se le puede tener simpatía y cariño, pero no despierta pasiones; no se le ama ni aunque comparta todos y cada uno de sus sueños. Para que se le ame debe desaparecer y, como don Quijote, transformarse a su vez en un sueño. Don Quijote, como buen soñador, además de bueno era noble y generoso. Solo le sirvió para que todos, hasta los más cercanos, se aprovecharan de él. Pobrecillo, hoy todo sigue igual. El compañero de Gurb que protagonizaba la novela, en cambio, es  tan bueno como le permite el «ande yo caliente», por no hablar del egoísmo de Gurb. Si las ensoñaciones de don Quijote han cedido en este mundo frente a la pragmática ignorancia de un marciano y al egoísmo de su compañero, probablemente sea porque los verdaderos marcianos siempre han sido los soñadores.

En mi blog Gurb se ha puesto primero y, dada su velocidad, don Quijote ya no le alcanzará. Pero permaneceré a su lado. Sigo teniéndole más cariño a su entrada, porque para saber cuál sería hoy el aspecto de don Quijote es preciso hacer algo muy parecido a soñar.


lunes, 27 de julio de 2015

La importancia de las portadas


          Voy a contar una historia más o menos curiosa.

          Elegir la portada de un libro siempre es complicado. Junto al título y la sinopsis de la contraportada son los principales reclamos de cualquier novela. A menudo, los únicos.

          Cuando hace ya unos años Mira Editores me planteó la cuestión de qué portada podía tener La terrible historia de los vibradores asesinos, decidirlo fue complicado. A la dificultad habitual se añadía que cada tipo de portada podía trasladar al potencial lector ideas muy distintas, a causa de lo particular del título.

          Por ejemplo, sin ver portada alguna y dejándose llevar por la palabra «vibradores» (y, por supuesto, sin haber leído una línea) hubo quien afirmó por entonces, y no para echarme flores, que había escrito un libro pornográfico. Lo de «asesinos» le preocupaba menos. De ser cierto, la portada más adecuada se hubiera parecido a la que bajo estas líneas puede verse. La imagen, no sé si erótica, sugerente o vulgar, de puro típica no hubiera dejado lugar a dudas de que lo importante del título era la palabrita «vibradores», y de que, por tanto, el argumento giraba en torno al sexo. Literatura erótica. Similar resultado hubiera logrado cualquier portada de tonos oscuros y algún objeto en penumbra en medio, como cuantas han imitado las de las famosas 50 sombras de Grey. No digamos ya si en la portada hubiera aparecido un vibrador: por poco realista que fuera, muchos hubieran tenido la novela por pornográfica, cuando en realidad era solo una parodia de la novela negra.



          En cambio, si en la portada hubiera aparecido un pistolón, la sangre hubiera acudido a la mente de quien la viera, y las palabras claves hubieran sido «terrible» y «asesinos», lo cual, seguramente, hubiera hecho pensar al lector en una novela negra más o menos típica cuya relación con el humor (por la estrambótica expresión de vibradores asesinos) fuera, como mucho, tangencial.



         Una calle desierta, de noche, mojada, con una persona alejándose, hubiera provocado una idea a medio camino. «Historia» sería el término clave. Algunos lo habrían vinculado al crimen por lo de «asesinos» y otros al misterio por lo de «terrible».





          La terrible historia de los vibradores asesinos tiene intriga y hay quien no duda en calificarla de novela negra, aunque paródica, pero es, ante todo, una novela de humor. Tras comentar con la editorial la idea de que una portada u otra podía inducir a confusión, se me ocurrió proponer que apareciera un sex shop como el que regenta el protagonista y, aparcado delante, un coche de la Guardia Civil. La idea recreaba una escena de la novela. Quien viera esa portada vincularía la palabra «vibradores» al sex shop y se quedaría con la idea no de una novela erótica, sino de una historia donde el sexo está presente de forma indirecta, porque la presencia de la Guardia Civil sería indicativa de un suceso vinculado a la intriga o al género negro que sería el motor de la acción. Desde esta idea, si la portada era una composición fotográfica no se remarcaría la importancia del humor, cosa que sí se lograría con un dibujo caricaturesco o casi infantil. Pensé, además, que de esa forma todas las palabras del título aportaban algo a la idea de lo que había tras la portada.

          Para explicarme mejor pintarrajeé un esbozo, aprovechando que hace varios siglos dibujaba viñetas (incluso perpetré un largo cómic titulado La verdadera historia de Caperucita Feo, que a saber dónde ha ido a parar). Para mi sorpresa, gustó, y me preguntaron por qué no lo adecentaba un poco y lo usábamos de portada.

         Dije que sí. Era la idea que había trasladado, y, además, aquel mequetrefe que hace siglos dibujaba vio así uno de sus dibujos en la portada de un libro. Si la idea fue acertada o no, juzgad vosotros.

          Cuando ya en 2014 publiqué La sota de bastos jugando al béisbol, no dudé: la portada la haría yo. La similitud, debida al tipo de dibujo, informaría de la continuidad de la saga de Ajonio Trepileto.








sábado, 18 de julio de 2015

La sota de bastos jugando al béisbol, en vídeo



Por aquello de no dejar huérfana de vídeo (o, mejor dicho, de "vídeo") a La sota de bastos jugando al béisbol, he aquí lo perpetrado en la misma línea que el de La terrible historia de los vibradores asesinos. Para ver y escuchar, así que conectad los altavoces.



domingo, 12 de julio de 2015

Ardores de agosto – Andrea Camilleri



Ardores de agosto (Serie Montalbano, 14)


Tras un largo paréntesis lector, y alternando con un par de libros con enorme carga de profundidad (Museo de la soledad y El animal moribundo) en enero hice algo contrario a mi religión: leer casi seguidos tres libros de una saga. Ardores de agosto, Las alas de la esfinge y La pista de arena.

Ardores de agosto es un título con doble sentido: alude al calor en sí, porque la acción transcurre en agosto y Montalbano se pasa el libro sudando como un pollo, y alude también a otros ardores, vinculados a la carne, que ya se sabe que es débil y, me temo, la relación de Montabano con Livia necesitaba (literariamente hablando) que algo ocurriera para no caer por enésima vez en la repetición. Dicho de otro modo, si en cada novela de la serie Camilleri nos ofrece un caso (o varios) y además nos cuenta cómo evoluciona la vida del comisario, respecto a esto último, en el plano afectivo, Ardores de agosto supone un antes y un después inevitable para poder dar un giro a la vida del protagonista y poder incluir en las siguientes novelas factores emocionales que mantengan vivo el interés del lector, aunque sea a costa de mezclar en demasía el rosa con el negro.

Comparada con el resto de novelas de la saga que he leído hasta ahora, es quizá la más floja. Livia le hace un encargo al comisario: que busque una casita para que unos amigos veraneen. Montalbano la encuentra, pero en ella los amigos comienzan a enfrentarse a una serie de plagas bíblicas un tanto asquerosillas e irreales, demasiado caricaturescas, que desembocan en el hallazgo de un cadáver.

Para más caricatura, el comisario gasta una broma para exacerbar los instintos sexuales del fiscal Tommaseo, y la broma, aunque inverosímil, se torna realidad, por no hablar de la misteriosa conexión de la víctima con su hermana. Demasiado irreal, lo que creo que va en perjuicio del personaje.

A partir de aquí, una historia típica donde el poderoso acostumbra a usar y abusar del débil, donde el crimen a veces está planificado, otras surge sin que se le espere y, en ocasiones, alimenta la venganza, un arte de lo más sibilino.


lunes, 6 de julio de 2015

Vibradores asesinos en vídeo


Dado que últimamente no escribo nada, me he entretenido perpetrando algo que bien pudiera haber hecho hace unos años de haber tenido el programita adecuado: un vídeo promocional, que no profesional, de La terrible historia de los vibradores asesinos.

Pido clemencia porque soy primerizo en estas aventuras, pero también creo que divertirá a quien lo vea. Eso sí: con sonido. Y cuanto más alto, mejor.


sábado, 16 de mayo de 2015

Reflexiones sobre literatura y humor,



"El humor no nos salva; no sirve prácticamente para nada. Uno puede enfrentarse a los acontecimientos de la vida con humor durante años, a veces muchos años, y en algunos casos puede mantener una actitud humorística casi hasta el final; pero la vida siempre nos rompe en corazón. Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo largo de su vida, siempre acaba con el corazón destrozado. Y entonces uno deja de reírse. A fin de cuentas ya sólo quedan la soledad, el frío y el silencio. A fin de cuentas, sólo queda la muerte."

"Las partículas elementales", Michel Houellebecq


jueves, 23 de abril de 2015

Vídeos - La sota de bastos jugando al béisbol


     Por razones que no vienen al caso tengo el blog un poco olvidado incluso para el autobombo de La sota de bastos jugando al béisbol. Pero aunque solo sea por recopilar las cosas que van saliendo, mientras le toca el turno a lo que ha salido en prensa aquí dejo los tres vídeos de los que tengo noticia: la entrevista que me hizo Elga Reátegui en Valencia, el resumen de la presentación, también en Valencia, que hizo Celia Corrons (aunque ya está en la entrada anterior),  y un enlace a El eco de Teruel donde han puesto imágenes de la presentación allí.





Presentación en Teruel: El eco de Teruel



Que os aproveche.

jueves, 5 de marzo de 2015

Gracias




     Cuando asomé la nariz al mundillo literario y husmeé por Internet, la mayoría de los autores se quejaban de que sus editoriales apenas hacían nada por promocionar sus novelas. Los pocos editores no hastiados del tema les replicaban que no salía rentable. Ni siquiera las grandes editoriales -todas parte de grupos de comunicación-, publicitan más que una ínfima parte de su catálogo. En resumen, unos querían y otros no hacían por lo mismo: su propio interés.

     Son asuntos que olvidé pronto, pero que estos días han vuelto a mi cabeza a cuenta de su contraste con la presentación en Valencia de La sota de bastos jugando al béisbol. Presentación posible, de principio a fin, merced a la generosidad y el desinterés de un buen número de personas que han confiado en la novela y han tenido a bien aportar su trabajo y su ilusión en la difícil y sacrificada tarea de que una novela llegue a un puñado adicional de lectores.

     Y de ahí esta entrada: para dar continuidad al sentido de su amabilidad, de su generoso trabajo y, sobre todo, para darles las gracias.


     Gracias a María Vicenta Porcar, buena organizadora donde las haya, porque en un mundo donde casi todos dan tanta importancia a lo principal que olvidan los detalles, sabe que lo principal son los detalles porque el resto va de suyo. Y los detalles son valiosos porque exigen un tiempo que a pocas personas les sobra, y desde luego no a ella.


     A la escritora Elena Casero, con quien por desgracia apenas pude hablar para agradecerle todo lo que dijo de mis novelas. Leer un libro lleva horas. Valorarlo, resumirlo, contar sin desentrañar y dar la cara en público exige mucho más. Y si encima se hace con su talento, gracia y buen humor, ¿qué puedo añadir?


     A Voro Guzmán y Carmen Rochina, los magníficos actores que dieron vida a Ajonio Trepileto, a Danuta, a una viejecita pecadora y a un aturdido camarero. Ambos fueron los principales responsables de que los asistentes rieran, y algunos no poco. ¿Qué voy a decir de su importancia? Para una novela de humor la diferencia entre la abulia y la sonrisa es lo que determina el éxito o el fracaso.


     A Celia Corrons, que sacrificó algo más que su tiempo para estar allí. Aceptó ingenuamente el desafío de sacarme bien en una sola de las muchas fotografías que hizo (pobrecilla) y me “investigó musicalmente” sin yo saberlo, amén de ser la responsable del vídeo que encabeza este artículo, de las fotografías que aquí se pueden ver y, unos días antes, de haber hecho otro vídeo para poner en Facebook la entrevista que meses atrás me había hecho en Huesca Marta Querol para el programa de radio Pegando la Hebra.


     A Elga Reátegui, que si bien no estuvo en la presentación al día siguiente tuvo la amabilidad de desplazarse y hacerme una entrevista para el programa Momentos de su canal de Youtube, y a quien fue un placer conocer.


     Y dejo para el final, por aquello de la confianza, a Marta Querol, escritora y amiga extraordinaria, fuera de lo común. Por eso habló de mí: por cómo me conoce. Siempre se ha alegrado de mis éxitos más que yo mismo, y me ha animado y confiado en mí sin descanso. Juntos hemos vivido mucho y bueno. Incluida esta inolvidable presentación.

     En algún momento de estos días en Valencia me preguntaron si me siento identificado con Ajonio Trepileto. Respondí que sí, porque todos somos perdedores, porque a todos, al final, la vida se nos lleva por delante. No dije, porque en ese momento no se me ocurrió, que siendo eso inevitable quizá lo importante sea que la vida se nos lleve por delante en buena compañía. Como la que Ajonio ha tenido en Valencia con todas estas personas a quienes tanto echa ya de menos. Por eso Ajonio es un perdedor: porque a lo largo de su vida todo cuanto de bueno le ha salido al paso ha terminado escurriéndosele entre sus torpes dedos. Ojalá alguna vez sea capaz de retener algo. De parte de Ajonio, gracias a todos.