En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 16 de junio de 2014

Asesinos sin rostro – Henning Mankell



Serie Kurt Wallander, 1

Comienzos de 1990. Sur de Suecia, Ystad, una localidad de unos 17.000 habitantes frente a las costa alemana y polaca, cerca de Malmö (que tiene alrededor de 300.000). Kurt Wallander, cuarentón, trabaja allí de policía. Su jefe está de vacaciones en España; él ha quedado al frente de la policía justo en el momento en que se comete un doble crimen: el de una pareja de ancianos que vivía en una apartada granja. El hombre ha sido brutalmente asesinado. Ella, que ha sido sometida a torturas, muere poco después sin alcanzar a pronunciar más que una única palabra (un recurso algo peliculero, dicho sea de paso). Solo hay otras dos pistas: el extraño nudo con el que la anciana ha sido casi asfixiada, y que alguien ha echado de comer al caballo a las tantas de la madrugada, que ya son ganas. La cosa se complica cuando, debido a la hostilidad reinante hacia los extranjeros, que los hace ser de inmediato sospechosos, el mismo Wallander recibe un par de llamadas amenazando con represalias contra ellos.


Ystad. A 60 kms. de Malmö, a 323 de Goteborg y a 667 de Estocolmo.

Asesinos sin rostro fue publicada en 1991. Veinte años después su protagonista es ya un clásico de la novela negra. Al menos lo bastante como para que más de uno me haya reprochado no haber leído nada de esta serie (aunque sí había leído un par de libros de Mankell). Bueno, pues ya he leído el primero de Wallander. Y no me queda más remedio que darle la razón a un amigo que sabe infinitamente más que yo sobre este género; al decirle que estaba leyendo Asesinos sin rostro me contestó algo así como “Las novelas de Wallander están bien. La intriga no suele ser gran cosa ni está muy elaborada, pero el personaje cae bien”. 

Así es la novela: no hay una investigación brillante, sino interrogatorios no muy elaborados, y no se buscan ni se encuentran otros datos que los lógicos, sin sitio para las extravagancias; tampoco estamos ante esos “héroes” que viven por y para su trabajo. Wallander y sus chicos trabajan pensando que acumulan horas extras con las que se pegarán unas buenas vacaciones, y son perfectamente capaces de olvidar por completo una investigación para atender a otra, amén de para dedicarse a sus cosillas.

Y cosillas, Kurt Wallander tiene muchas. La primera, un padre ya anciano que lleva toda la vida pintando el mismo cuadro, y sobre el que existen serias dudas de que pueda seguir viviendo solo; la segunda, un reciente divorcio que tiene al hombre traumatizado porque todavía no ha sido capaz de asimilarlo; la tercera, una hija rarita que no se deja ver el pelo; la cuarta, la soledad; la quinta, una fiscal recién llegada a la que el policía no ve con malos ojos; y la sexta, cierta apetencia por ahogar las penas en alcohol.

Así es como la historia se transforma de una novela policial en una novela sobre el protagonista (lo cual es compatible con lo que he leído hace poco del ego del autor, del cual Wallander, al parecer es un alter ego). El detalle de cómo está el protagonista y de lo poco que hace por estar de otra forma se combina con la investigación, algo torpe, de los crímenes. Y hablo en plural. La variedad de casos permite una alternancia oxigenante, facilita la escritura, y hace que el centro de la historia se desplace del "caso” (por ser varios no hay tal) al protagonista. Seguramente es lo que pretendía el autor, porque las entregas siguientes de la serie salen a una por año hasta 1999, así que la intención de crear una serie está clara y precisaba un personaje potente; una de las formas de lograrlo era evitar, en esta primera novela, que el misterio quedara por encima del protagonista (aunque sea discutible si no es mejor lo contrario). Una última ayudita recibe Wallander de su autor: los secundarios, en especial el resto de policías, le ayudan a resaltar porque son personajes grises, sin apenas personalidad, excepto el más estrecho colaborador de Wallander (lo cual me hace preguntarme si el final que se le reserva es inocente).

Por lo demás, Kurt Wallander tiene muchos elementos típicos del personaje policíaco de éxito comercial: resulta cercano porque no desempeña ningún puesto de relumbrón (¿cómo, en una localidad tan pequeña como Ystad?), está en un lugar poco dado a la gloria porque nunca pasa nada (vamos, que Ystad no es el Chicago de los años 20), tiene un jefe que ve las cosas de otra manera pero al que siempre es un alivio poder echar encima la responsabilidad de los casos, una relación amistosamente tensa con la prensa (una prensa, también es típico, mucho más curiosa que la real), “disfruta” de problemas familiares que le acarrean ciertos complejos, y, como era de esperar, tampoco anda sobrado de dinero. En resumen, no falta nada del estereotipo novelesco.


Vista de la calle de Mariagatan, en Ystad. Aquí sitúa Mankell la vivienda de Wallander
 
     Es una novela entretenida (aunque en algunos momentos me he cansado de la continua referencia al protagonista por su nombre y apellidos, tan intensa que llega a perder todo el significado que pudiera tener al principio), con unos recursos lingüísticos al alcance de cualquiera, con una claridad expositiva y un orden notables (es lo mejor, y lo que hace sencilla la lectura), con un personaje que como he apuntado antes cae bien; con unos métodos de investigación rudimentarios -apoyados en la constancia más que en el genio- que humanizan la situación y dejan como único factor de intriga la incógnita sobre la identidad de los malos; una novela donde la acción no está apenas presente. Una obra de género que sigue la tradición de otras muchas, sin innovar en casi nada.

Quizá, lo reconozco, esperaba algo más. O al menos algo distinto. Pero en cualquier caso la novela se deja leer, consigue captar el interés del lector y entretiene, que no es poco.




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