En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 30 de mayo de 2013

Reflexiones sobre literatura y humor, 16



"A los inteligentes no debe ocultárseles la verdad, de la misma manera que a los Santos nadie les ocultó el vicio. Por el contrario, hay que descubrir la verdad; cogerla de improviso; mirarla cara a cara sin pestañear, de igual modo que miramos la factura del gas a primeros de mes. Y cuando podamos contemplar, libres de estremecimientos, aquel semblante repulsivo, entonces... ¡a reír! ¡A reír hasta hartarse!

¿Tomar las cosas en serio? Los burros y los hombres formales esos si toman las cosas en serio.

Pero es que un hombre formal sólo se diferencia de un vagón de burros en que hace menos bulto y en que va al café a discutir de política."


Enrique Jardiel Poncela. Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?



lunes, 27 de mayo de 2013

Black & blue – Ian Rankin



Edimburgo, Glasgow, Aberdeen, incluso una parte de la más recóndita Escocia y hasta una plataforma petrolífera en el Mar del Norte son los escenarios de esta magnífica novela negra protagonizada por el inspector John Rebus.
La novela contiene toda una serie de historias que se entrecruzan. La primera, un antiguo caso en el que el mentor de Rebus en la policía consiguió enchironar, por asesinato, a un caballero que luego se hizo famoso escribiendo y que siempre defendió su inocencia. Ahora ambos han muerto, pero los periódicos ponen en cuestión el procedimiento que llevó al detenido a la cárcel, por lo que hacen de Rebus su objetivo, lo cual lleva también a que se realice una investigación interna.
Al frente de la investigación está un inspector jefe con el que Rebus ha tenido un encontronazo, acusándolo de corrupción, lo cual no es lo mejor que le puede pasar.
Entre medio se rememora el caso de John Biblia (inspirado en un caso real), quien a comienzos de los 70 mató a tres mujeres. Nunca fue detenido. La razón de pensar en él es que ha aparecido, muchos años después, un sucesor, al que llaman Johnny Biblia. Una de sus víctimas había sido conocida por Rebus, y eso hace que el caso le interese.
Y, para colmo, el libro comienza con un crimen espeluznante a manos de una pareja  de hombres.
La solución de todos estos embrollos evoluciona de forma que ninguno se queda descolgado, y a la vez ninguno adquiere un protagonismo desmedido. Rivalidades, lealtades, delincuentes comunes, mafias, violencia, investigación, intuición, casi todo tiene cabida en Black & blue.
Pero aparte de lo atrayente de la historia y de la realista forma de llevar a un personaje con varios frentes abiertos a la vez (aunque con cierto perfil de “duro” para evitar que caiga demasiado hondo) tres cosas me han llamado la atención:
La primera, el detallismo con que está contada la historia, hasta el punto de no saltarse ni una comida, ni una copa, ni una cerveza.
Al hilo de esto, un protagonista con problemas de alcoholismo que le cuesta reconocer, lo cual lo hace más humano, aunque no necesariamente más agradable, y que traslada la sensación de que sea cual sea el desenlace, Rebus está ya derrotado de antemano, porque son los problemas los que lo han sumergido en ese problema
El humor que, pese a todo, hay en la historia, derivado de una filosofía de vida muy peculiar: no es que Rebus, como otros personajes de otras novelas, no piense en sí mismo, o le dé igual lo que le pueda pasar. Es como si tuviera miedo a pensarlo y por eso lo relegara hasta que todo lo demás estuviera terminado. De ahí nace una inconsciencia y un desenfadado desdén ante la adversidad que impiden que esta novela sea más drama que novela negra.

jueves, 23 de mayo de 2013

Reflexiones sobre literatura y humor, 15




El Quijote contempla muchos recursos humorísticos. Uno de ellos, no poco frecuente, son ciertas alusiones escatológicas que hacen reaccionar al lector por lo que de atentado tienen a la solemnidad con que se revestía el pobre caballero andante. Sobre este asunto versará la próxima "reflexión propia". Por ahora, dejo este fragmento de la primera parte del Quijote.

Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos; y puesto que aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y leyendo un poco en él, se comenzó a reír.

Preguntéle que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese, y él, sin dejar la risa, dijo:

-Está, como he dicho, aquí al margen escrito esto: «Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha.»


lunes, 20 de mayo de 2013

Don de lenguas – Rosa Ribas, Sabine Hofmann



Don de lenguas es una de esas novelas que se recuerdan largo tiempo, porque se comienza leyendo con calma y se termina leyendo con avidez, porque el lector se solidariza con las dos mujeres protagonistas, porque tiene un marco temporal y espacial reconocible y ya casi elevado a la categoría de “clásico”  por aparecer tanto en grandes novelas como en novelas no tan grandes pero de gran difusión, y porque es una novela cuya acción va de menos a más, comenzando de forma lenta, y acelerando progresivamente hasta un final intenso donde la acción toma giros tan inesperados como razonados y brillantes, que permiten lo que tantos lectores desean: que el desenlace coincida, casi, casi, con el punto final.
Es decir, una de esas obras que uno recomienda leer, porque aunque a bote pronto sea fácil realizar algunas objeciones, es complicado ofrecer alternativas a cada una de ellas. Por ejemplo, es cierto que en alguna ocasión las protagonistas son demasiado osadas para el perfil que han dado hasta ese momento, pero si no lo fueran la historia no sería viable, porque nadie puede investigar un crimen quedándose en su casa; otro ejemplo, en algún punto hay búsquedas de datos que enlazan con las novelas juveniles de misterio, lo cual no es muy realista, pero la verdad es que contribuye a dar emoción y se relaciona con el espíritu que a algunas novelas centradas en la Barcelona de esos años han dado muchas obras en los últimos años, y además refuerza la posición de una de las dos protagonistas, Beatriz, cuyo papel en otro caso quedaría desequilibrado, en perjuicio del conjunto. El último ejemplo que se me ocurre lo mismo podría ser una crítica que una alabanza: al final todo encaja de tal forma que parece demasiado perfecto para ser real. En resumen, “críticas”, con comillas, que surgen de la idea de que estamos ante una novela policíaca (de hecho, está en la colección “Policíaca” de Siruela), cuando en realidad es algo más, porque enlaza elementos de otros géneros, lo que hace de Don de lenguas una novela que gustará a un abanico muy amplio de lectores. 
La acción se sitúa en la Barcelona de los primeros años 50, cuando el régimen franquista está ya lo bastante consolidado como para manipular a su antojo lo mismo a la policía que a los medios de comunicación;  pero, a la vez, se siente lo bastante vulnerable como para ejercer ese dominio con toda su crudeza. La protagonista, Ana, es una joven periodista de La Vanguardia (periódico del que su padre ha sido depurado) dedicada a los temas de sociedad; información banal, aunque importante para el periódico  en la medida en que sirve para contentar a las clases poderosas. A consecuencia de la baja de un compañero de la sección de sucesos, más bien trepa y traidorzuelo, Ana recibe el encargo de hacer el seguimiento, mano a mano con la policía, del asesinato de la viuda de un conocido médico de la burguesía barcelonesa. El objetivo es dar una buena imagen de la ciudad, una imagen de orden y solvencia policial, de cara al Congreso Eucarístico que se ha de celebrar poco tiempo después.
Pero, claro está, las altas esferas se relacionan con las altas esferas, e investigar la muerte de una persona de cierta relevancia implica molestar a otras tan relevantes o más, por lo que el interés del la policía y del Gobernador Civil por el caso no es tanto averiguar la verdad como zanjar la investigación de forma rápida. Ana, en cambio, está más preocupada por la verdad, lo cual la conduce a actuar con su cuenta. Esto la lleva a mantener una relación de “amor-odio” (mucho odio y poquísimo amor) con el policía encargado de la investigación, un tipo duro, que si está ahí no es precisamente para cuestionar el régimen, y que está lo bastante asendereado para saber, sin que nadie se lo diga, cuándo y ante quién debe parar. En definitiva, un tipo tan expeditivo como pragmático, sabedor de que su papel en la policía no es hacer justicia, sino ganarse la vida.
En esa acción Ana acaba recurriendo a una familiar: Beatriz. Una experta lingüista capaz de extraer un buen número de conclusiones de cualquier cosa expresada con palabras. Beatriz, además, ha sufrido también la depuración del franquismo, y malvive en su casa a la espera de poder prosperar, gracias a sus investigaciones, en el extranjero. Así llegamos a una novela en la cual el lenguaje y la literatura toma forma como parte de la acción, lo que siempre agradecen los lectores, porque de alguna manera implica conectar con su mundo. Por último, que la pareja protagonista no sea “chico-chica” no deja de ser una novedad en los tiempos que corren, y como no hay pareja literaria sin antagonismo, en esta ocasión es la diferencia de edad lo que ofrece las distancias necesarias para complementarse y sorprenderse mutuamente.
El entorno de los personajes es asfixiante debido a la censura y al control absoluto de lo que se dice y hasta de lo que se piensa, a poco que se acierte a expresarlo. Aumenta esa sensación el hecho de que las protagonistas sean mujeres, porque en esa época una mujer actuando por su cuenta, yendo, viniendo y decidiendo no dejaba de ser una excepción y, como toda excepción, algo cuestionado y llamativo. Hasta el hecho de vivir sola precisa explicación. Colabora a ese ambiente cierto “maniqueísmo” en los personajes: de los opuestos con más o menos intensidad al franquismo se da la visión amable, esforzada, sacrificada, resignada, mientras que los integrados en el régimen son tipos que han sacrificado su sensibilidad, que miran hacia otro lado, o que, directamente, se aprovechan de la situación; solo el policía acaba teniendo un perfil más real, pues tiene sus luces y sus sombras. En consecuencia, las aventuras de la protagonista ganan en intensidad, porque cuando el entorno no le es hostil, le resulta impotente. 

El resultado, una novela que acaba enganchando al lector, con una trama ejecutada con maestría, y que merece la pena leer.




lunes, 13 de mayo de 2013

El antropólogo inocente – Nigel Barley




El antropólogo inocente no es un libro de humor, pero como si lo fuera, porque la forma en que están contadas las peripecias del autor en el país Dowayo es, en algunos momentos, desternillante.

A finales de los 70 Nigel Barley era un joven antropólogo y se debatía entre la teoría y el trabajo de campo. La historia se inicia con divertidas reflexiones sobre cómo la comunidad científica utiliza una u otra tarea para darse ínfulas (cada uno apuesta por lo que le conviene, por supuesto) y cómo ese deseo condiciona la índole de los trabajos a desarrollar, dejando en segundo plano el interés y el rigor científico (que también ceden ante factores relativos a la comodidad del investigador). Estas reflexiones son las que lanzaron a Barley a hacer trabajo de campo, y el lugar elegido (que pudo haber sido cualquier otro) fue la remota zona de Camerún donde habitan los dowayos.

Y para allá se fue el hombre, un año y pico, a convivir con una cultura y una naturaleza desconocida, como casi desconocida era nuestra cultura para los dowayos.

El cúmulo de problemas administrativos en una burocracia plagada de inutilidades y sinsentidos y, luego, los abusos a los que el extranjero debe ceder, son el prólogo de una experiencia insólita, por las enormes diferencias culturales. Los contrastes que lo mismo sorprenden a Barley que lo hacen aparecer a ojos de los dowayos como un bicho rarísimo son constantes y divertidos. Los problemas con la lengua, otro tanto. La lógica dowaya, aplastante. Todo lo cual, conducido por la dificultad para hilar el sentido de ciertas tradiciones dowayas, alumbra un relato inteligente, muy humorístico y, a la vez, formativo. Y es divertido pese a que la historia de Barley es la de un extraordinario cúmulo de calamidades y penalidades; una historia que, sin humor, sería como para volver loco al más pintado.

Así, el lector se encontrará con nativos que critican el racismo de los blancos a la vez que afirman que jamás de los jamases se les ocurriría relacionarse con los de no sé qué otra etnia, con dificultades idiomáticas que producen divertidos equívocos, con la picaresca dowaya, con su generosidad, con los hechiceros capaces de afirmar que una canica moderna es una piedra preciosa con varios siglos a cuestas legada de generación en generación, con una lógica que vincula los precios no a las cosas sino a cada persona porque es más justo que pague más quien más tiene, con una sociedad donde una cerveza abre todas las puertas, y donde el occidental se encuentra desplazado incluso climatológicamente, porque el calor y la humedad son un pudridero instantáneo para la mayoría de los alimentos.

Unido a esto, la distancia que el antropólogo debe poner con el pueblo estudiado, de forma que no interfiera en sus costumbres ni las juzgue, ofrece una visión de respeto a lo distinto que se complementa con el respeto que, a su vez, los dowayos profesaron al distinto. Y el mutuo esfuerzo por conocerse produce una sensación casi de alivio, de confianza en el género humano, cuando tantos casos hay hoy de lo contrario: de gente empecinada en negar la existencia del otro, de ignorarlo o de menoscabarlo, o de afirmarse sobre la base de la negación del otro.

Narrado con un excelente sentido del humor, es una lectura que ha resistido perfectamente bien los treinta años que han pasado desde su publicación. Un libro que nadie se arrepentirá de leer.




jueves, 9 de mayo de 2013

El caso de la mujer asesinadita – Miguel Mihura y Álvaro de Laiglesia




              En esta ocasión leer teatro es casi tan sencillo como leer una novela, porque El caso de la mujer asesinadita no tiene ninguna complicación ni por el número de personajes ni por la complejidad del escenario.
              La historia, que parte de idea de los “sueños proféticos”, comienza cuando la señora de la casa se topa con unos caballeros que dicen ser los dueños de esa misma casa y vivir allí. Y así sabemos, además, que en aquella casa fue envenenada una mujer, y que esa mujer tiene muchos paralelismos con Mercedes, la protagonista. Pero lo que el espectador ha visto es un sueño, y el sueño, después, parece ir convirtiéndose en realidad.
                Qué ocurre luego, es el desenlace, entre la realidad, los sueños y ciertas “coincidencias” no sé si mágicas o telepáticas, hacia un final inesperado y romántico, para lo cual es preciso trenzar diversas “casualidades” que no voy a desvelar, pero que requieren la atención del lector/espectador para poder apreciar en su totalidad. Y eso está muy bien hecho. Es más: el final es tan original que justifica lo de “asesinadita”, porque altera por completo la percepción de la violencia.
                La obra capta de inmediato el interés, porque nada más comenzar abre un monumental interrogante que no es cerrado hasta el final. Sin embargo, aunque hay unidad y continuidad en el argumento, hay importantes diferencias en la forma: si al comienzo el humor –con una buena dosis de absurdo- tiene un papel destacado, conforme la acción avanza el humor va difuminándose y, al final, poco queda de él, porque el objetivo de los autores parece haber ido mutando, como si el esfuerzo por sacar adelante un argumento complejo les hubiera absorbido hasta el punto de ir olvidando el humor inicial. A pesar de lo cual, el conjunto muy divertido y entretenido.

martes, 7 de mayo de 2013

Cumpleaños



          Se cumplen hoy dos años de la llegada al mundo de este blog. El objetivo era doble: dar cuenta de las vicisitudes de La terrible historia de los vibradores asesinos, y comentar los libros de humor que voy leyendo, además de otras cuestiones relacionadas con la literatura de humor.

          Tras un primer año donde llegó a estar muy alto en varios sitios, en el segundo La terrible historia de los vibradores asesinos ya da pocas noticias. Es el proceso normal. Pero los comentarios de libros se han multiplicado, adueñándose por completo del blog, como era previsible, y no se han limitado a la literatura de humor. Hay literatura de todo tipo, aunque con cierta inclinación hacia los personajes capaces de tomarse la existencia con desenfado, como es el caso de las novelas de Camilleri, que no siendo humorísticas ponen de buen humor. Lo cierto, en resumen, es que a medida que se envejece se evoluciona, y ahora mismo,a sus dos añitos, este es un blog cuadrúpedo, pues se apoya en cuatro patas: la novela de humor, la narrativa, la novela negra y policíaca (gracias a un amigo, extraordinario lector, que me presta infinitos ejemplares) y las reflexiones y comentarios al hilo del humor.

          Que ustedes lo disfruten.


lunes, 6 de mayo de 2013

Dejen todo en mis manos - Mario Levrero




Dejen todo en mis manos (1998) es la última de las tres contenidas en el volumen de Alianza Editorial titulado Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo y otras novelas, de Mario Levrero. Es, también, la novela más “normal” de las tres. Y es, sobre todo, una gran novela breve.
El narrador, que habla en primera persona, es un escritor que acude a su editor en busca de un anticipo de su última obra. La cual es calificada como tantas otras: “muy buena, pero...” La consecuencia es que el protagonista está con una mano delante y otra detrás. Por eso no duda en aceptar el trabajito que el editor le encarga: localizar al autor que le ha enviado cierto genial manuscrito. Y es que la editorial ha recibido una obra maestra, pero solo tienen dos datos para localizar a su misterioso autor: el lugar que consta en el matasellos, y el nombre con que firma: Juan Pérez. Como si hubiera pocos Juan Pérez en el mundo.
Así que el protagonista coge un autobús y se larga a la población del matasellos, una pequeña localidad de interior, donde se aloja en un hotelucho. No tarda en contactar con Juana Pérez, hermosa mujer que se saca un sobresueldo como prostituta, y de la que queda prendado entre otros motivos porque “el amor es el recurso supremo de los ociosos”, y el caballero no tiene mucho que hacer en semejante lugar.
La soledad, los palos de ciego, la forma en que se evapora el dinero, van acelerando el proceso por el que el escritor, que ha ido allí buscando a un autor, siente la necesidad de encontrarse a sí mismo, de darle un sentido a su conducta, y es precisamente la renuncia a hacerlo, por incapacidad, lo que precipita el final de la novela.
Pese a estar en el mismo volumen que Nick Carter... y La Banda del Ciempies, Dejen todo en mis manos nada tiene que ver con ellas. Ni en el argumento, ni en el tono. Y tampoco en el humor, aquí mucho más espaciado, más sutil y vinculado a la opinión que el protagonista tiene de sí mismo, un humor casi al margen de la historia.
Una obra muy bien escrita, entretenida, no inocente, y que se lee de un tirón.