En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Pan, educación, libertad – Petros Márkaris



            Esta novela comienza mañana, el 31 de diciembre de 2013, el día siguiente de publicarse esta reseña, y se prolonga durante los primeros días de 2014. Por lo que he podido ver desde que se publicó este mismo año, son muchos los que han hablado de este libro en las redes sociales sin haberlo leído. Lo digo porque he visto numerosas alusiones e incluso recomendaciones que parecen considerar el título una proclama ante la situación económica, cuando la realidad es que “pan, educación y libertad” es la reivindicación de los asesinos que dan pie a esta novela cargándose a unos cuantos caballeros que tienen muy pocas cosas en común: su pasado en los “sucesos de la Politécnica” en 1973, y el hecho de que todos tengan hijos jóvenes. Vamos, que el autor juega en el título mezclando las motivaciones de sus criminales y las del ambiente social. La necesidad de “pan” existente en la Grecia que describe (de la que enseguida hablaré) puede no ser cuestionable, pero a la vista del texto no está tan clara la necesidad de educación, y lo que viene a llamar “libertad” es en realidad la transparencia necesaria para que haya justicia, ya que la libertad es solo un componente de la justicia. Claro que tampoco puede haber justicia sin pan. La sociedad que Márkaris refleja, en resumen, necesita justicia. La pregunta es si cada ciudadano está dispuesto a asumir su parte del esfuerzo o piensa que eso es algo que deben hacer “otros”, los “culpables”, porque siempre es más cómodo echar las culpas a alguien que asumir las propias responsabilidades.

            Como en la anterior, dos cosas pueden distinguirse en esta obra: la “trama policial” y el entorno.

            La trama no es para tirar cohetes. Es en todo similar a las anteriores, y en especial a las de la Trilogía de la Crisis, lo cual sin duda mengua la brillantez del conjunto: una sucesión de crímenes, cada uno de los cuales aporta alguna pista por acumulación de coincidencias; los criminales, además, dejan sus “mensajes”, que en lugar de ser claros tienen cierto misterio a desvelar. Nada nuevo en el modus operandi de los asesinos y del comisario Jaritos; y tampoco en el ámbito de las motivaciones, pues los delincuentes andan tratando de hacer justicia a su manera y se inspiran en cosas poco realistas aunque muy novelescas en la medida en que permiten enlazar el presente con un pasado más o menos remoto, lo que siembre da cierto halo épico. En esta ocasión, sin embargo, los asesinatos no cuentan con la comprensión social apreciable en las dos anteriores novelas de la trilogía; son asesinatos, sin más. Al menos en apariencia.

            Otra cosa es el entorno, mucho más original. Márkaris ha sido osado, aunque no ha llegado a las últimas consecuencias.  Lo ha sido porque la novela, publicada en 2013, comienza, como ya he dicho, el 31 de diciembre de 2013, un día antes de que Grecia, Italia y España vuelvan al dracma, la lira y la peseta respectivamente, según se nos dice. El escenario es (o debería ser) de hecatombe, porque se ha consumado la salida de Grecia del euro. Es decir: lo que se ha querido evitar a toda costa hasta el punto de someter a la sociedad a enormes esfuerzos, se ha consumado. Se ha llegado al peor escenario posible con una sociedad devastada por años de duras medidas que al final no han servido para nada. ¿Y qué ocurre? Que Grecia vuelve a un dracma devaluado y que se sigue devaluando, que su gobierno suspende pagos dejando a todos los funcionarios, incluido Jaritos y su yerno, sin cobrar durante unos meses, abocándolos a una suerte de “economía de guerra”; además el gobierno dimite y convoca elecciones, dejando el país descabezado. En ese contexto los personajes se muestran preocupados por comer y aguantar unos meses, pero, sorprendentemente, no angustiados ni por eso ni por nada más, lo cual no deja de chocar. Parece que el drama se limita a aguantar hasta la siguiente nónima, porque nadie siente ni desazón ni angustia de ningún tipo, sino una suerte de resignado optimismo muy útil para sobrevivir, pero que inexplicablemente alimentan sin esfuerzo, como si el futuro estuviera asegurado a pesar de que todo se está cayendo en pedazos. Es cierto que todos se quejan del paro, que todo está cerrado, que hay muchas manifestaciones, pero eso cambia poco respecto a las anteriores novelas de la trilogía (más allá de que en esta novela se apunta a manifestaciones más violentas, en especial contra los inmigrantes), pero Márkaris, como he dicho, no ha llevado hasta sus últimas consecuencias la situación que ha imaginado: la vuelta al dracma, de haber sido real, hubiera implicado un doble “corralito” durante el tiempo preciso para sustituir la moneda: uno externo, para impedir la salida de euros fuera de Grecia, y uno interno, limitando la disposición de efectivo para evitar la acumulación con fines especulativos. “Corralitos” que, por sí solos, hubieran bastado para causar temores, desórdenes y crispación muy superiores a los que describe el libro. Pan, educación, libertad elude hablar de los miedos, aunque sí lo hace del malestar. La gente se manifiesta y protesta, pero ningún personaje hay angustiado; ni el comisario (que siempre ha ido en la vida justo de dinero pese a llevar una vida de una austeridad franciscana) ni sus subordinados (que ganan menos que él y siguen tan panchos), ni ninguno de quienes los rodean. Lo dicho: una novela donde el enfado sustituye al temor, como si en el fondo los ciudadanos griegos creyeran que todos sus males son coyunturales, y que antes o después las cosas volverán donde estaban, como si pese a los años de penurias nadie creyera que todo, antes o después, acaba derrumbándose.

En ese sentido es una gran novela, porque si se piensa bien lo que refleja es la enorme inconsciencia de la sociedad griega, que cuando está despeñándose por el precipicio se dedica a pensar “ya vendrán tiempos mejores”. Inconsciencia también porque todos, desde los que se manifiestan hasta los asesinos, no buscan soluciones sino culpables.

Como siempre también, la familia del comisario ocupa una parte importante de la novela. Y, cada vez más, la suerte profesional de su hija se mezcla con la de Jaritos. Una historia que da unidad a la serie. Pero algo ha ido a peor: la perspicacia del comisario para analizar las motivaciones ajenas no es tan brillante como antes, quizá porque su relación con su superior se ha normalizado hace tiempo. También falta chicha en un cambio que prometía más: la incorporación de Kula al equipo del comisario. Es un personaje que daba más juego antes.

Con Pan, educación, libertad Petros Márkaris ha cerrado la Trilogía de la Crisis, tres novelas de factura muy similar en cuanto a su componente “negro” y “policial” y con gran mérito común: mostrar una sociedad que ha vivido, y sigue haciéndolo pese a los trompazos, ajena a su propia responsabilidad para consigo misma.

El momento para leerlas (sobre todo Pan, educación, libertad) es ahora. ¿El motivo? Cuando el tiempo pase y la crisis quedé atrás, el entorno perderá actualidad, perderá atracción y quedará, a lo sumo, en el reflejo de los miedos que una vez se adueñaron de media Europa; la parte “negra” ya he dicho que no es muy original, y no hay motivos para que sobreviva por sí sola. Y si el tiempo lo que dictamina es que Grecia, antes o después, salga del euro, entonces Pan, educación, libertad será una novela ingenua, porque las consecuencias serán mucho más duras de las que reflejan sus páginas, y los momentos del cambio serán mucho más convulsos.

Tengo la duda, también, de si Márkaris no ha hecho un guiño con esta novela a la tragedia griega clásica, asumiendo, eso sí, que la relación entre los héroes clásicos y los personajes de la novela son fiel reflejo de la decadencia griega.

Una última cuestión, que a ver si soy capaz de explicar sin reventar el final a nadie: con todas las “virtudes” que adornan a las víctimas de Pan, educación, libertad, lo cierto es que la novela concluye de tal forma que si Jaritos y su hija fueran la mujer del César, parecerían cualquier cosa menos una señora recatada. ¿Sintomático, simple descuido, o preparando el terreno para los futuros avatares personales-profesionales del comisario? La solución: pregúntele a Márkaris.


2 comentarios:

  1. buena reseña!

    crees que se puede leer sin haber leido antes los libros anteriores de la trilogia de la crisis?

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  2. Vaya. Ayer contesté pero no sé qué ha pasado con la respuesta. :-S

    La novela se puede leer sin haber leído antes ninguna otra. Eso sí, te perderás apreciar cómo han cambiado los personajes secundarios y la relación de Jaritos con ellos (pero me refiero a todas las de la serie, no solo a la trilogía de la crisis).

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