En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Liquidación final – Petros Márkaris


                Solo la policía –y, en concreto, el entorno del comisario Kostas Jaritos- parece funcionar en la Grecia de Liquidación final, la segunda novela de la “trilogía de la crisis” de Petros Márkaris. La novela se inicia con la aparición de un cadáver en un yacimiento arqueológico: el de un defraudador fiscal, condición que el mismo asesino se encarga de hacer pública. Se ve que la crisis inspira a los criminales, pues Con el agua al cuello, la primera de la trilogía, comienza con el asesinato de un banquero retirado.
                Al igual que en precedentes entregas, no hay un crimen, sino una sucesión de ellos. Y además parece haber mensajes ocultos por la forma en que son asesinadas las víctimas. El asesino en esta ocasión principia liquidando defraudadores fiscales, y da al asunto todo el bombo que puede, dejando en evidencia, de paso, la dimensión de los agujeros de las redes informáticas griegas, lo cual invita a pensar en organizaciones chapuceras cuya mala organización encaja en un entorno social donde todo se ha derrumbado. Pronto, tanto defraudador ajusticiado anima a quienes se sienten perjudicados por la crisis y consideran que los asesinatos son una forma de justicia y solución; y a la vez amedrenta a los defraudadores, que comienzan a presentar regularizaciones “voluntarias” que terminan de transformar al asesino en un héroe popular.  Llegado ese punto, el caballero decide exigir una comisioncilla, y pronto diversifica su actividad, pues no solo los defraudadores se benefician de lo que es de todos: el tráfico de influencias y otras actividades igual de edificantes también permiten prosperar a costa de la ciudadanía.
                De esta forma el libro transcurre entre cadáveres de ejecutados ritualmente, el papelón de los políticos responsables de la lucha contra el fraude -que parecían no haberse enterado de nada-, el papelón de una policía incapaz de detener a un tipo que parece saberlo todo y ser capaz de hacer cualquier cosa, una administración fiscal ineficaz y corrupta (precisamente en 2011, fecha de publicación de esta novela, la propia Hacienda griega hizo pública una serie de medidas anticorrupción e investigaciones que afectaban a varios centenares de sus funcionarios), y, sobre todo, un entorno social profundamente deteriorado, donde las idas y venidas del comisario se ven constantemente perturbadas por infinidad de manifestaciones y donde el suicidio es cada vez más una solución a los problemas económicos.
                Junto a esto, como siempre, una parte de la novela está dedicada a los avatares personajes  y familiares del comisario: el ascenso que está en juego (y que le permitirá paliar el recorte del sueldo que trae a todos sus compañeros de cabeza) y la situación de su hija, quien afectada por la crisis ha tenido la idea de emigrar a África a un puesto en un organismo internacional, lo que provoca la consternación de todos. También aparece Zisis, el viejo combatiente de izquierdas, el único que realmente sabe lo que es pasarlo mal.
                Como novela policiaca Liquidación final deja algo que desear, pues el autor, por ojos de Jaritos, decide no ver muchas de las cuestiones que facilitarían en condiciones normales el seguimiento e identificación del asesino (las vinculadas a las telecomunicaciones tienen un tratamiento que, por ser sutil, dejaré en “mejorable”, y aparecen otros puntos flojos al no hacerse preguntas derivadas de hechos obvios), y es que sabido es que las ventajas de las nuevas tecnologías para la localización son un engorro notable para los escritores de intriga: deben soslayarlas porque son un tostón, no implican acción y permiten coger demasiado pronto al malvado de turno. Al hilo de esto se dejan también sin resolver hechos que en algunos momentos parecen clave, como la maestría cibernética del asesino. Otros puntos flojos son la irrealista inspiración del criminal (cosa ya frecuente en Márkaris), su afán por atentar contra un colectivo y no sobre personas concretas (también recurrente) o su versatilidad (que facilita mucho las cosas a un escritor). Este conjunto de hechos hace, y no es la primera ocasión, que el lector se entretenga sin sufrir, sin ponerse en el pellejo de ningún personaje, como quien ve una película siendo consciente de estar viendo ficción, o como quien ve a un mago sabiéndose el truco.
Pero como novela “social” la cosa cambia: las continuas alusiones a un entorno donde casi todo el mundo siente haberse quedado sin futuro invitan a cierta reflexión, aunque Márkaris apunta a los hechos y a los sentimientos de los ciudadanos, sin intentar dar explicaciones. Las causas objetivas hay que buscarlas entre líneas: que todo el mundo aplauda al asesino de defraudadores en un contexto como el que se describe, de fraude generalizado, solo es lógico porque nadie es consciente de su propia responsabilidad hacia los demás; pero como nadie ejercer esa responsabilidad, el resultado es una sociedad que no se hace responsable de sí misma y que, en consecuencia, no puede encauzar su propio futuro. Como ya ocurría en Con el agua al cuello, casi todo el mundo piensa que las cosas ocurren porque otros hacen mal las cosas, y que mejorarán cuanto a esos otros se les controle como es debido. Es más sencillo dar con un culpable que con una solución, es más sencillo centrarse en los chivos expiatorios que hacer autocrítica. Mientras tanto, las decisiones individuales se siguen tomando sin tener en cuenta sus efectos sobre la sociedad. Por desgracia, la historia de siempre en los países donde lo público –independientemente de la dimensión amplia o reducida que se le quiera dar en función de la ideología- no es visto como algo propio a construir y defender, sino como algo ajeno a exprimir.


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