En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

martes, 25 de junio de 2013

Minutillo de gloria


No todo han de ser libros ajenos. Permítaseme un minutillo de gloria: se cumplen ya dos años, justo ahora, de la presentación "en casa", de La terrible historia de los vibradores asesinos, publicada con Mira Editores. ¡Cómo pasa el tiempo!

Quien quiera leerla, ya sabe, que la pida en su librería. 

Para conmemorar tan magno evento, aquí va un fragmento del primer capítulo:


Capítulo I

Donde cuento cómo y dónde entré en conocimiento de la existencia de los vibradores asesinos, así como las razones por las que me vi envuelto en esta terrible historia

    Fui tan pánfilo de enterarme de la existencia de los vibradores asesinos veinticuatro horas más tarde que el resto del país, cuando nadie hablaba de otra cosa. El domingo 28 de enero fue noticia de portada en toda la prensa; incluso la televisión le dedicó varios de sus valiosos minutos; pero como siempre leo los periódicos al día siguiente, ignoré tan delicado asunto hasta el lunes a la hora del desayuno, las once de la mañana. El Pelos o la Chafy, no recuerdo quién, me había prestado alguno de los ejemplares atrasados sobrantes en la gasolinera. No era amabilidad; me los cedían gratis (con compromiso de devolución a hora fija y sin manchas de huevo frito) a cambio de dispensarles idéntico trato con alguna que otra peliculita de las que el resto de mis clientes pagaba religiosamente.

    El titular me hizo opinar con la boca llena. «Joder», fue mi dictamen. Una gota de yema se escurrió por las comisuras de mis fauces y un concejal algo granuja quedó pringado por algo más que por un problemilla de urbanismo; limpié la mancha con la manga a pesar de que ni el Pelos ni la Chafy habían llegado a examinar nunca los periódicos de vuelta. La noticia no podía ser más clara y concisa: «Una muerta en Barcelona por la explosión de un vibrador». El subtitular añadía que la finada tenía cuarenta y ocho años y era viuda de un ex (por razones obvias) ministro del Gobierno de la Nación (España). La letra chiquitina añadía alguna información importantísima: el aparato había reventado cuando su víctima se encontraba haciendo uso del mismo; la policía estaba investigando el suceso.

    No me equivoqué al pensar que al menos un par de programas estarían ocupándose del tema en aquel mismo instante. Busqué el mando a distancia de la tele por todo el mostrador; al encontrar solo un plátano deduje que el artilugio estaba en el frigorífico, como así fue. Apreté unos cuantos botones apuntando al televisor adquirido a un gitano en el rastro, en cuya pantalla Jenna loved Rocco por milésima vez. Sintonicé un programa al azar y salió un gordo dando una receta de codornices, así que volví a darle al mando hasta encontrar lo que buscaba: una tertulia donde tras comentar otro apasionante acontecimiento abordaron el que a mí me interesaba. El locutor recordó la noticia con cara de huerfanito, dando paso a continuación a una compañera desplazada hasta el cementerio de Collserola. Allí una procesión de políticos y famosetes, cabizbajos y contritos, se negaron a hacer declaraciones a la prensa; solo un actor de segunda se acercó a la cámara, ojeroso, para decir afligido que al menos la difunta había muerto pasándoselo bomba. El realizador dio paso acto seguido a otro intrépido reportero situado en la esquina del paseo de Gracia con Mallorca, junto al domicilio de la fenecida. El pipiolo informó de que nadie quedaba por allí por estar todos los deudos en el funeral, y añadió a gritos que la policía, partiendo de los datos de la tarjeta de crédito, había localizado el lugar de compra del criminal artefacto: un sex shop de la Gran Vía cuyo nombre me sonó vagamente por haberlo visto en algunos de los papeles arrugados que tenía en la parte interior del mostrador. La pericia policial había conseguido desentrañar el misterio en apenas dos días: la máquina asesina era un vibrador modelo Big Julius importado de Taiwan. Meses atrás, por un error en el manejo de los ingenios que cocinaban las mezclas, se había añadido a la masa de látex, edulcorantes y detritus variados una elevada dosis de «tripiñueletano» (o algo así), sustancia que explotaba al calentarse. La propia empresa había descubierto el desaguisado durante el verano, merced al reventón en un escusado de un empleado del departamento de control de calidad. El análisis del suceso había desembocado en la siguiente conclusión: la temperatura alcanzada por el motor estaba en el origen del petardazo y subsiguiente fosfatinamiento del trabajador. Inmediatamente la compañía había tomado las medidas oportunas: extremó las cautelas para evitar que los operarios distrajeran parte de la producción y retiró del mercado diez mil Big Julius (alrededor de dos kilómetros y medio de látex emponzoñado de «tripiñueletano», o algo así). El accidente de Barcelona había puesto de manifiesto, no obstante, que el departamento de logística de la empresa también precisaba una revisión urgente. Así concluyó su alocución el sujeto, dando paso de nuevo al presentador del plató, el cual afirmó que, pese a todos los pesares, no debía cundir el pánico. El ministro de Sanidad y Consumo acababa de afirmar, en unas declaraciones realizadas en la inauguración de unas jornadas sobre el jamón de Teruel, que el asunto estaba zanjado: la totalidad de la partida con destino a España había ido a parar al sex shop de la Gran Vía de Barcelona. Todo estaba bajo control. Solo seis Big Julius habían llegado al público. Uno de ellos ya estaba localizado, aunque desintegrado. El ministro recomendó a los cinco compradores vivos que entregaran cuanto antes sus juguetes a las fuerzas y cuerpos de seguridad, y aprovechó para recordar las recomendaciones que sobre el uso de estos productos daban los expertos (a quienes no identificó): no usar tallas desmesuradas ni calentarlos en el microondas.

    No me quedé a la tertulia. Tenía que devolver el periódico, aunque antes me limpié los zapatos con una hoja de anuncios por palabras (ni el Pelos ni la Chafy la echaban nunca en falta). En la gasolinera permanecí algo menos de un minuto; se había estropeado la calefacción, y el frío antártico podría haberme estropeado a mí también, por ir aún en pijama. Regresé correteando al negocio. Al entrar, el teléfono inalámbrico sonaba no supe dónde. No estaba en su lugar habitual, ni tampoco lo encontré extraviado en el frigorífico; pero oírse, se oía, o en la tienda o en la trastienda. Desde la una parecía que sonaba en la otra, y viceversa. Cuando cesó la tabarra pensé que la mejor forma de localizarlo sería reanudarla telefoneándome a mí mismo con el móvil, mas este tampoco apareció; y como para localizarlo no pude llamarlo con el inalámbrico porque no podía llamar a este con el móvil, no lo encontré. No sé si me explico. Una nueva llamada vino en mi ayuda, esta vez al móvil, que descubrí en el interior de un zapato.

—¿Dónde coño te metes? —me saludó una voz varonil, como de estibador.

—¿Quién es? —pregunté civilizadamente.

—¿No eres Ajonio?

—Ajonio Trepileto. El mismo. ¿En qué puedo atenderle, caballero?

—¡No me jodas que no me conoces! ¿No llevas veinticuatro horas tratando de localizarme, so ganso?

—¿Yo? —me extrañé justamente—. ¿Por qué habría de buscarle a usted? Las últimas veinticuatro horas, desde que llegué de Barcelona, he permanecido entregado a la meditación, a falta de mejores distracciones.

—Cabrón, que soy Josefino.

—Ah… Caramba. No te había reconocido. ¿Qué se te ofrece?

—¿Tú estás en este país?

—Tan solo me separa de él una alfombra deshilachada (si no es una toalla roñosa) y dos palmos de cemento —confirmé.

—¿No te has enterado de lo de la muerta del vibrador?

—Hace un minuto. ¿La conocías?

—Fue clienta mía.

—Pobrecilla.

—Pobrecillo tú, majadero. ¡Fuiste tú quien se llevó el sábado por la tarde los cinco vibradores que la policía aún no ha localizado!

Tan espantosa noticia me obligó a recurrir a todo mi arte oratoria para salir del paso gallardamente.

—Ejem —dije.

—Ejem, ¿qué?

—Ejem… Solo ejem... Ejem y… bueno… ¿Le has contado a la pasma que eres proveedor mío? —pregunté pragmático.

—Por eso te llamo. Perdona que no lo haya hecho antes, pero es que me han estado jodiendo entre policías, periodistas, curiosos, pervertidos y una representación de la Asociación de Amas de Casa y Consumidores y Usuarios que ha querido lincharme.

—Ejem…

—Ah, sí… ¿Qué le he dicho a la pasma? Nada, no jodas. Nada. Sé cómo estás y no he querido meterte en más líos. Me debes una, Ajonio. Me debes una, ¿eh? O no. Me debes más. Me debes una y la factura.

—¿Qué factura?

—Ya me entiendes. El pedido. Te descuento diez euros por los Big Julius y vas que te matas. No te puedo rebajar más porque yo los he tenido que pagar. ¿Comprendes? Si quieres un consejo, cógelos y tíralos al vertedero, al río, o donde sea. Bueno, al río no; no sea que peten, aparezcan diez mil carpas tripa arriba y te trinquen por delito ecológico. Al vertedero. Tíralos al vertedero y a tomar por saco. Y sobre todo dos cosas: no se te ocurra vender ni uno, ni aunque te lo suplique Marilyn Monroe; ni tampoco ponerlos junto a la estufa. Ya sabes: explotan.

    Simpático, Josefino. Lo conocí en mi primera estancia en la Modelo. Él se alojaba allí por un trapicheo con jaco y yo por un malentendido que no viene al caso. Ya por entonces su señora regentaba el sex shop de la Gran Vía. Por eso, cuando el Pulgas me montó el negocio recurrí a Josefino como proveedor de confianza. Me hacía precios especiales porque, según él, no haciendo factura, no llevaban IVA ni había que declarar los ingresos.

    Sin embargo su simpatía no logró hacerme olvidar el motivo que me habían impulsado a decir «ejem»: la ausencia en mi negocio de tres de los cinco vibradores que el domingo por la mañana había traído desde Barcelona. ¿Cómo no recordar su venta?



3 comentarios:

  1. Sigo pensando que Ajonio me recuerda al extraterrestre de Sin noticias de Gurg xD

    Saludos desde Nadie esta solo =)

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  2. Rarico sí que es, sí :-P

    Pon el enlace entero:

    http://leyendosola.blogspot.com.es/

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