En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 15 de marzo de 2012

El almuerzo desnudo – William S. Burroughs



Esta novela tiene más en común con un museo que con la literatura al uso. Lo digo porque no hay ni una historia ni un argumento a seguir. Ni siquiera unos personajes claramente delimitados. Lo que hay, como en un museo, es una ingente cantidad de imágenes. Y lo subrayo: imágenes, más que escenas. Imágenes procedentes del mundo de la drogadicción, imágenes de una dureza inusitada, carentes de lógica, monstruos de la imaginación, del delirio, del mono o del subidón. Cuadros pintados con el pincel de la droga en un lienzo de piel reseca de yonquis cadavéricos.

No es pues una novela tal y como suele entenderse este género, sino una suerte de descripción de los fantasmas de un drogadicto. Las cosas reales devienen inmediatamente en fantasías desmesuradas, imposibles, crueles y aterradoras. Hasta en sueños no existe sino la ley del más fuerte en un mundo donde el más fuerte es, solamente, el siguiente en caer.

La crudeza de las imágenes, la constante alusión al sexo más sórdido (con especial fijación la homosexualidad entre desiguales, donde siempre alguien es usado o explotado) y los comentarios racistas y xenófobos van constantemente de la mano para crear el infierno donde algunos viven. La “historia” no es, pues, ni agradable ni bonita, sino todo lo contrario: desgarradora y repugnante. Pero esto no debe ser entendido en sentido negativo, sino todo lo contrario: la fealdad forma parte del mundo tanto o más que la belleza, y posiblemente es más meritorio un buen libro sobre lo terrible que sobre lo agradable.

Solo una cosa resulta contradictoria en un mundo así: que alguien, como Burroughs, pueda transformarlo en arte mediante una abundancia de imágenes que entra de lleno en la exuberancia.

Una advertencia final: se trata de un libro para leer en el momento adecuado, con tiempo y silencio por delante. Y a ser posible sin prisas, porque no habiendo historia no hay un desenlace al que llegar. Así que vuelvo al principio: que el lector haga cuenta de estar visitando un museo, y que conforme va avanzando se detenga en las obras que más llamen su atención.


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