En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 29 de marzo de 2012

Ronda del Guinardó - Juan Marsé


           Cuando leo algo tan breve y tan bueno como Ronda del Guinardó, inevitablemente pienso en la superficialidad de muchos best sellers y, sobre todo, en la enorme diferencia existente entre escribir para vender y escribir con la exclusiva pretensión que dar lo mejor de uno mismo.

            Lo digo porque solo un gran escritor puede hacer lo que Juan Marsé en esta breve novela: mostrarnos varias vidas, desde el pasado hasta su previsible futuro, limitándose a narrar lo acontecido en una tarde. Si nuestro presente y futuro están condicionados por nuestro pasado, cualquier buen observador puede sacar muchas conclusiones dedicándonos solo unos instantes de atención. Es lo que hace magistralmente Marsé.

            La acción transcurre en Barcelona, al final de la primera mitad de los años cuarenta. El momento queda fijado por las noticias sobre la Segunda Guerra Mundial. El entorno, claro está, ayuda a situar la acción, pero no con tanta precisión.

            El protagonista, un viejo policía malhumorado y violento, recibe el encargo de llevar a Rosita a identificar el cadáver de su presunto violador. Rosita, que fue asistenta en casa del policía, es una huérfana adolescente acogida en una institución que dirige la monja cuñada del policía, y en la que la esposa, ya cansada y temerosa del marido, colabora. La tarde en cuestión, dos años después del suceso, Rosita está ocupada limpiando de casa en casa; y además no siente ningún deseo de ver cadáveres. El policía la sigue de un sitio a otro, entre espera y espera, tratando de haberla convencido de acudir a la morgue para cuando ella termine su trabajo.

            En eso transcurre la novela. Y aunque dicho así parece poco, es todo lo contrario. El pasado regresa a la cabeza del policía, incapaz de huir de su temperamento, sus miedos y sus tentaciones. Rosita es ya una desaliñada Lolita que trabaja como un asno y no hace ascos a cuanto le permite una ínfima prosperidad. La Barcelona de postguerra sigue su vida, haciendo palpable que el poder del policía apenas ha servido para dar un puñado de disgustos que nada han cambiado. El paseo mano a mano, de casa en casa, demuestra cómo se han separado dos mundos, el del protagonista y el de la muchacha, que una vez fueron el mismo. Rosita ha sido capaz de dejar atrás su pasado, cosa mucho más sencilla de hacer a su edad que a la del policía.

            Cada personaje, con sus actos y palabras, se retrata en cuerpo y alma. Sobre todo en alma. El autor nos avisa de todos y cada uno de los detalles que informan de cómo reaccionamos y asociamos ideas sin darnos cuenta. Marsé es un fantástico observador, su prosa es de una concisión extraordinaria, y su vocabulario una joya que no puede encontrarse en la mayoría de los libros. Y leerlo, es un lujo al alcance de todos.
             

lunes, 26 de marzo de 2012

El guardabarrera - Andrea Camilleri


          El guardabarrera forma parte de la Trilogía de la Metamorfosis, comenzada con El beso de la sirena, aunque es una novela completamente independiente.

          Y además de independiente, es muy distinta: si El beso de la sirena es una novela tierna y divertida, El guardabarrera, manteniendo el mismo tono, incluye tal dosis de violencia (derivada de la guerra, la mafia y el fascismo), que el resultado final es más inquietante que tierno, y más amargo que dulce.

          Nino es un pobre diablo que, debido a sus limitaciones en una mano, es recompensado con una caseta al borde de la vía, con vistas al mar, no lejos de Vigàta, donde hace las funciones de guardabarrera. Allí vive con su esposa, Minica, sin otro trabajo que ver pasar dos trenes regulares al día y algún que otro tren militar. Ni que decir tiene que, sin nadar precisamente en la abundancia, es un afortunado: tiene trabajo y un huerto con un pozo. Lo que no tiene son hijos, hasta que Minica se queda embarazada tras haber visitado él a una curandera de la zona.

          Mientras la vida discurre, Nino y su amigo Totó sacan algún dinerillo tocando todas las semanas en una barbería de Vigàta, pero como la cosa anda poniéndose fea por la influencia fascista, reorientan su repertorio hacia la música “oficial”, ignorantes de los males que esa idea les va a acarrear.

          Nino y Minica, cada uno de una forma, acaban siendo objeto de la violencia ciega e irracional del fascismo y de la alimentada por la guerra. Y Minica pierde el hijo que esperaba. Pese a todo, tienen una suerte: Nino es protegido por el jefe mafioso de la zona, que se aprovecha generosamente de su ingenuidad (ingenuidad que, en realidad, no es tanta).

          Las tribulaciones de Nino corren parejas a la suerte de Minica, tan empeñada en tener un hijo que termina queriendo dar fruto como sea, estando en este empeño la razón de incluir esta novela en la Trilogía de la Metamorfosis. Una matamorfosis, la intentada por Minica, que también tiene mucho de huida de un mundo salvaje.

          Una cosa me ha llamado la atención: el considerable número de cabos sueltos que el autor deja, vinculados, casi todos, a la figura del capo mafioso, así como el apunte de hechos significativos que finalmente no tienen la trascendencia que prometen. Quizá por esto el final transmite una sensación de historia inacabada.

          Por lo demás, una novela de Camilleri al mejor estilo de Camilleri.


viernes, 23 de marzo de 2012

Nueve meses, y no es un embarazo


¿Qué puede durar nueve meses y no ser un embarazo? El tiempo que La terrible historia de los vibradores asesinos figura entre los cinco libros más vendidos de la Librería Central de Zaragoza.



jueves, 22 de marzo de 2012

El pequeño César – William Riley Burnett


          Chicago, años 20. No hace falta decir más para entrar en ambiente, pero sí hay mucho que decir de esta magnífica novela negra.

          Lo primero, que el autor nació en 1899 y esta novela se publicó en 1929. El dato es importante por su cercanía a la época que cuenta, y, sobre todo, porque siendo una novela muy “cinematográfica” cabe preguntarse quién influyó en quién, aunque la respuesta, a la vista de las fechas, parece obvia: más esta novela en el cine que viceversa. Por cierto, fue llevada a la gran pantalla interpretada por Edward G. Robinson. El autor, además, estuvo muy vinculado al cine: escribió otras novelas sobre las que se hicieron películas (como La jungla de asfalto) y fue guionista de éxitos como Scarface y La gran evasión. Entre sus obras, otro clásico de la novela negra: Goodbye, Chicago.

          Dicho lo cual, la influencia posterior del cine negro ha sido tan grande que resulta poco menos que imposible no imaginar en blanco y negro todas las escenas de esta historia, hasta el punto de que cuando se citan colores se siente una sensación extraña.

          El argumento tiene su punto de originalidad: no hay crímenes raros, ni intrigas retorcidas, ni motivos inconfesables, ni misterios a resolver; es la vida de unos delincuentes, sin más historia que la de hacer dinero y escapar de la ley. Relaciones entre criminales, el mundo del hampa, novela negra en estado puro.

          Sam Vettori está al frente de una de las bandas que operan en Chicago, con sede en el club de baile Palermo. Desde allí organizan toda suerte de atracos y golpes bajo la premisa de no apretar nunca el gatillo, pues matar hace especialmente entregada a la policía y la cosa desemboca en la horca. Sin embargo, Sam Vettori es ya un “anciano” de unos 45 años y ha comenzado a dar muestras de pereza, indolencia y temor. El temor del que vive bien y tranquilo y tiene poco que ganar y mucho que perder. A su banda pertenece César Bandello, conocido como Rico. Un joven duro, ambicioso y respetado por casi todos sus compañeros.

          Durante el asalto al club Alvarado, Rico acaba matando a un policía de paisano. La perspectiva de la horca pone a todos de los nervios. La necesidad de lealtad se hace entonces manifiesta, así como la precariedad en la que viven las bandas: basta un delator para que todo termine. Rico aprovecha la situación para hacerse con el control de la banda sin necesidad de eliminar a Sam, el cual se aviene a mantenerse en segundo plano. Los restantes miembros de la banda se pliegan a la nueva situación con más o menos entusiasmo, aunque uno de ellos, Joe Massara, cuyo papel consiste en hacerse pasar por cliente de los lugares atracados para indagar y avisar de eventuales problemas, está más preocupado por su carrera artística que por la delincuencia.

          Por encima de las bandas se encuentra un tal Big Boy, tipo rico e influyente cuya opinión y apoyo decide el futuro de bandas y personas. Y Big Boy acaba apostando por Rico. Los riesgos por el crimen del Alvarado parecen diluirse, y Rico comienza a prosperar. Todo apunta a que va a adueñarse de Chicago. Sin embargo, como se verá, el éxito y el fracaso dependen de la casualidad.



lunes, 19 de marzo de 2012

La acabadora – Michela Murgia


Cerdeña. Bonaria Urrai, una vieja modista, adopta a María Listru como fill´e anima, o «adopción del alma», una suerte de adopción conocida y consentida por la familia de origen, con la cual la persona adoptada no rompe lazos; simplemente, la niña se va a vivir con su adoptante comportándose como si esta fuera su madre. El origen humilde de María, ser hija no deseada y ser la última tres varias hermanas mucho más mayores, abona el camino.

El hombre al que amaba Bonaria en su juventud, desapareció en la guerra. No se sabe si murió o desapareció voluntariamente. La tesis “oficial” es la primera, obviamente, pues la alternativa para Bonaria hubiera sido presentarse como una mujer abandonada, algo poco digno en una comunidad tan pequeña, frente a la dignidad de la “viudedad”. Convertida desde entonces en “solterona”, es una persona seca, solitaria e independiente, bienintencionada, pero no amorosa ni alegre, y de costumbres muy estrictas. Y aunque ejerce como modista, todos en el pueblo la conocen por otra causa: por actuar de “acabadora”. Es decir, por ayudar morir. O, mejor dicho, por prestarse sin dudar a acabar con el sufrimiento de los agonizantes. Bonaria, sin embargo, no accede a cualquier petición; la autora se cuida de dejarlo claro con el episodio donde se niega a actuar sobre un anciano moribundo, trasladando la idea de que Bonaria y "el acabamiento", están sujetos a un código ético propio muy severo.

María crece junto a Bonaria ignorando la extraña actividad de su madre adoptiva, pese a lo extraño que le parecen ciertas salidas nocturnas.

Hasta aquí, la historia discurre en términos de “planteamiento”. Lo que sucede a continuación es previsible: en primer lugar, la autora debe enfrentar a Bonaria a una situación límite que ayude a aclarar ese código ético. Lo concreta merced al “accidente” de hermano de aquel que echa los tejos a María. El muchacho pierde una pierna y, considerándose un inútil, pese a su juventud y a no tener otro problema de salud, quiere morir.

Este hecho es enlazado con el segundo asunto que hay que resolver: la reacción de María al conocer las actividades de su madre adoptiva. Y he aquí la única nota discordante en la historia, porque este asunto da lugar a un par de capítulos quizá necesarios para poner tierra y tiempo de por medio entre el comienzo y el final de la historia, pero en un ambiente tan distinto y alejado del original que no acaba de encajar en la novela.

Finalmente, llega el momento de Bonaria. La acabadora afronta el fin de su vida. ¿Cómo reaccionará María?

La novela es, en conjunto, bastante buena. Bien narrada y entretenida. Engancha. No se compromete con ninguna postura acerca de la eutanasia. Lo mismo pueden extraerse lecturas a favor como en contra. Lo único indudable es que hace meditar.

Pese al tema no es una novela ni triste ni lúgubre. Ofrece un mundo pequeño pero completo, muy cerrado en sí mismo, con las pasiones y miedos inevitables en las novelas clásicas: el amor, el egoísmo, la altivez, el odio, el despecho, la generosidad, la vida, y la muerte.

Una muy buena lectura.


jueves, 15 de marzo de 2012

El almuerzo desnudo – William S. Burroughs



Esta novela tiene más en común con un museo que con la literatura al uso. Lo digo porque no hay ni una historia ni un argumento a seguir. Ni siquiera unos personajes claramente delimitados. Lo que hay, como en un museo, es una ingente cantidad de imágenes. Y lo subrayo: imágenes, más que escenas. Imágenes procedentes del mundo de la drogadicción, imágenes de una dureza inusitada, carentes de lógica, monstruos de la imaginación, del delirio, del mono o del subidón. Cuadros pintados con el pincel de la droga en un lienzo de piel reseca de yonquis cadavéricos.

No es pues una novela tal y como suele entenderse este género, sino una suerte de descripción de los fantasmas de un drogadicto. Las cosas reales devienen inmediatamente en fantasías desmesuradas, imposibles, crueles y aterradoras. Hasta en sueños no existe sino la ley del más fuerte en un mundo donde el más fuerte es, solamente, el siguiente en caer.

La crudeza de las imágenes, la constante alusión al sexo más sórdido (con especial fijación la homosexualidad entre desiguales, donde siempre alguien es usado o explotado) y los comentarios racistas y xenófobos van constantemente de la mano para crear el infierno donde algunos viven. La “historia” no es, pues, ni agradable ni bonita, sino todo lo contrario: desgarradora y repugnante. Pero esto no debe ser entendido en sentido negativo, sino todo lo contrario: la fealdad forma parte del mundo tanto o más que la belleza, y posiblemente es más meritorio un buen libro sobre lo terrible que sobre lo agradable.

Solo una cosa resulta contradictoria en un mundo así: que alguien, como Burroughs, pueda transformarlo en arte mediante una abundancia de imágenes que entra de lleno en la exuberancia.

Una advertencia final: se trata de un libro para leer en el momento adecuado, con tiempo y silencio por delante. Y a ser posible sin prisas, porque no habiendo historia no hay un desenlace al que llegar. Así que vuelvo al principio: que el lector haga cuenta de estar visitando un museo, y que conforme va avanzando se detenga en las obras que más llamen su atención.


lunes, 12 de marzo de 2012

El ángel más tonto del mundo – Christopher Moore




Los comienzos de esta novela recuerdan a las típicas peliculitas americanas que buscan la risa fácil y sin complicaciones, pero al menos los personajes son lo bastante estrafalarios como para hacer sonreír al lector sin necesidad de que a nadie le suceda nada. Tras una primera parte con acción lenta que sirve para presentar a los personajes y para nada más, se desencadena un final pésimo que poco o nada tiene que ver con lo anterior, como si en la novela hubiera dos partes: una primera para decir “te presento a Fulano”, y otra para explicar qué le sucedió. Lo malo es que lo mismo le pudo suceder a Fulano que a Mengano, de modo que la primera parte podría ser la que es o cualquier otra. Y tampoco hay unión entre ambas desde el punto de vista de la forma o el humor: si en la primera se busca el humor a través de personajes más llamativos que divertidos, en la segunda se persigue mediante situaciones demasiado insólitas para tomárselas en serio, con lo cual hace poca gracia, porque el humor consiste en enfrentar lo inesperado a lo esperado, y si nada puede esperarse racionalmente, poco humor cabe. En definitiva, lo que al principio es una novela más o menos original aunque sin muchas pretensiones y con un humor demasiado simple -aunque muy visual- se termina transformando en una soberana calamidad por tres causas:

Una "solución final" tan extremadamente simplificada que produce rubor.

Un final en todo igual a esas horrorosas comedias americanas donde todos los actores sobreactúan.

Un pegote, añadido después de la novela, que nada tiene que ver con ella, y que el editor pone ahí como le podía haber dado por regalar caramelos con cada ejemplar (una especie de historieta con los mismos protagonistas pero totalmente independiente de la trama). De alguna manera, parece obligado leerla, porque uno piensa que por algo estará ahí, pero lo cierto es que no hay razón para hacerlo.

El resumen: una mala comedia americana puesta por escrito, hecha a base de pedazos de escenas vistas miles de veces en el peor cine. Pese a ello, la cosa comienza de forma agradable y hasta por momentos promete ser buena, hasta que todo se pifia.


jueves, 8 de marzo de 2012

La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina – Stieg Larsson



Segunda parte de la trilogía Millennium, con muchos cambios respecto a la primera.

Para empezar, el protagonismo corresponde a Lisbeth. Mikael se transforma en el principal de los personajes secundarios. Aunque si el misterio lo constituye la suerte de Lisbeth, resulta que ésta, como queda pronto de manifiesto, es la que sabe todo de pe a pa desde el principio. Es la única para la que el misterio no existe. Como en la primera entrega, un truquillo burdo que no me gusta: que sea evidente que quien hurta las cosas al lector no es la historia, sino el autor.

El personaje de Lisbeth, además, sufre una transformación considerable. Se normaliza en el plano psicológico. Deja de ser una inadaptada para convertirse, simplemente, en una insociable. Se nos quiere hacer ver que sigue siendo un bicho raro, pero los hechos lo desmienten. Otra cosa es la irrealidad como “heroína”. Súperlisbeth. Es el recurso facilón que permite solventar todo lo solventable, como en el primer libro. Pero como es una superheroína canija, aislada, y en cierta medida una “perdedora” (y más con el negro pasado que se le pinta) despierta simpatías.

Mikael B. me cae gordo: es uno de estos tipos que confunde los principios de su profesión con los personales, lo que hace que confunda valores corporativos con valores morales. No trago a este tipo de sujetos. Pero ya digo que en esta novela el personaje está en segundo plano.

La trama está mejor diseñada que en la primera entrega, donde la estructura estaba descompensada. La secuencia de situaciones es más racional, y está mejor administrada para mantener la tensión y la atención del lector. Como nota curiosa y meritoria, en qué consiste “el misterio” de esta novela no es fácil de averiguar pronto (a diferencia de muchas de las recetas de “éxito” que ponen “el muerto” en la primera línea”). Los hechos se van enlazando y sucediendo sin rumbo hasta que de pronto uno se ve inmerso en la historia.

Aparte de cómo pueda haber influido el fallecimiento de Stieg Larsson en el éxito de su obra (el morbo se autoalimenta, y comprobar qué éxito se perdió el autor contribuye al éxito), hay algunas “recetas” típicas de muchos best sellers: Suecia no es lo que se dice un país demasiado conocido; los parajes “exóticos” atraen;  el tema informático se lleva muy lejos, lo que da un toque novedoso, pues las pifias informáticas –realistas o no- todavía han sido poco tratadas en literatura, son desconocidas para muchos, y la forma en que aquí se hace (como si Lisbeth fuera una especie de “gran hermano” que todo lo puede ver) resulta atractivamente peliculera: la idea de alguien “que casi todo lo sabe y casi todo lo puede” tiene su aquel; además es una novela urbana, con modos de vida asociados a las personas de supuesto “éxito” social (en el concepto más peregrino y banal de “éxito”); personajes con una sexualidad muy abierta conviven por pervertidos más o menos tópicos, hay por medio profesiones llamativas y hasta a menudo mitificadas, como la de periodista, mafias, intereses económicos y personales entremezclados... En resumen, un  revoltijo de cosas con tirón.

En esta segunda entrega también hay, y lo digo en sentido peyorativo, mucho “cine”. Cine facilón del que pone al “bueno de la película” al borde de todos los peligros, que transforma al “bueno” en víctima para levantar simpatías y que el lector lea como una forma de solidaridad, a la espera de ver cómo todo se solventa favorablemente y experimentar a continuación el alivio consiguiente. La búsqueda de alivio es un gran motor tanto para el cine como para la literatura. Y abundas las escenas de corte cinematográfico. Incluso el “corte” en sentido estricto, al pasr pasa a otro tema, debe mucho al cine.

Me llama la atención el detalle con se cuentan las cosas, lo cual hace más cercano a los personajes. El autor casi no se salta un desayuno, ni una cena ni una comida. Hasta manda a los personajes a hacer la compra y nos dice dónde compraron, si se llevaron cuarto y mitad de queso, cebollas o cebolletas.

También llama la atención, por diferencia con la primera entrega, que en este libro se nos “descubre” a los protagonistas, sobre todo a Lisbeth. Se cuenta toda su vida y deja de ser una desconocida. Un tremendo gancho, cuando la primera novela ha tenido éxito.

Dicho lo cual, termino: es una novela entretenida, y todo un ejemplo de cómo fraccionar los acontecimientos en plan “palo y zanahoria”. Los intentos por humanizar a los personajes (¿con detalles como que han comprado queso?) permiten que la cosa no quede como una novela de fantasía, pues Lisbetita, como ya he dicho, sigue siendo Superlisbeth.



miércoles, 7 de marzo de 2012

Los hombres que no amaban a las mujeres – Stieg Larsson


Cuando leí este libro lo disfruté como un enano, lo cual no significa que todo me pareciera de perlas, aunque lo entretenido del asunto superó los muchos defectos de la novela.

Lo mejor es la primera mitad y su mezcla de géneros. El interés que despierta en ese momento es enorme, y el ritmo tan bueno que la acción no parece lo lenta que en realidad es. Me refiero a lo que podría llamarse “el planteamiento”; la sucesión de datos que se amontonan sin que el protagonista sea capaz de extraer ninguna conclusión ni de realizar ninguna hipótesis.

Luego, cuando las cosas empiezan a avanzar, la historia vira a “novela negra tradicional”, al tiempo que la acción, aunque más rápida, produce cierta sensación de estancamiento porque se van descubriendo piezas nuevas pero su encaje es postergado. Y lo peor: es demasiado evidente. Cuando claramente hay cosas resueltas para el protagonista pero no para el lector, la calidad de la trama –otra cosa es la curiosidad por el desenlace- cae en picado: que el autor oculte algo sin más es una forma demasiado simple de mantener viva la curiosidad, un recurso demasiado burdo.

Un hecho clave a la hora de juzgar la novela es que, pese a lo que parece durante mucho tiempo, hay dos tramas: la de Harriet y las propias vicisitudes jurídico-periodísticas del protagonista (pero esta última siempre parece un “marco”, más que una trama paralela). O, mejor dicho, hay una trama (la de Harriet) y una tramichuela. Decepciona que la más importante termine cuando todavía faltan casi un centenar y medio de páginas. Eso, me temo, mata el interés de la historia en ese punto, aunque para entonces el lector sigua hasta el final.

La trama en sentido estricto (Harriet), está bien planteada, pero en el fondo es muy sencilla y tiene varios puntos débiles, alguno de los cuales se ve muy fácilmente al inicio (por ejemplo, el rastreo de domicilios es tan lógico que su falta permite suponer por dónde van a ir los tiros). Otro ejemplo: quizá para intentar sorprender al lector no existe ninguna referencia, siquiera sea como elucubración, a cualquier tesis distinta al asesinato; sin embargo el hecho de vincular la violencia a citas bíblicas puede hacer pensar que, por ejemplo, la buena mujer se largara y se metiera en una secta, lo cual eliminaría el asesinato y justificaría su ausencia de rastros; en el momento en que llegas a plantearte algo así, aciertes o no el desenlace deja de sorprenderte. En cuanto a lo que exactamente pasó con Harriet (que no digo para no reventar la historia), es algo que a partir de cierto momento también se ve venir; y en las páginas anteriores al desenlace es tan evidente que cuando se produce hay curiosidad satisfecha, pero no sorpresa. Pese a todo la historia resulta atractiva, aunque sin alardes de lenguaje.

El desenlace de la “trama Harriet” es, además, bastante más rápido de lo podía esperarse, y la escena en el chalet (clave, puesto que sin ella nada podría confirmarse sino sólo elucubrarse) es, me da pena decirlo, de una vulgaridad superlativa (debe de haber miles de escenas idénticas narradas en la literatura, por no hablar del cine).

Volviendo al precoz final de la “trama de Harriet”, con ese final comienza a hablarse en serio de la otra “trama” (a partir de la página 500 y pico). Además de la sensación de decepción ya aludida, tuve la misma que ante esas películas americanas en las que no puede ponerse “the end” sin que el héroe, después de haber salido victorioso en el asunto principal, dé una satisfacción a sus forofos y a la justicia universal propinando un mamporro en la jeta del imbécil de la película. ¿Me explico? Quiero decir que las vicisitudes personales del protagonista han influido en la historia, pero no son la historia: culminar el libro con ciento y pico páginas destinadas a ellas es algo que no me convence. Si aporta algo no es, desde luego, a esta novela; sí, me temo, a la siguiente. Quizá hubiera sido bueno buscar un mayor paralelismo cronológico entre ambas tramas para evitar que la importante termine dejando luego tantas páginas en el limbo.

Respecto a esta “subtrama”, si antes la he llamado “tramichuela” es porque no hay tal trama, sino ciento y pico páginas destinadas a jalear al héroe de la novela. Porque, ¿trama? ¿Qué trama? Nada se desentraña: ni ilegalidades ni chanchullos. Sólo se nos informa de que ciertos “asuntillos” de enjundia económica han sido descubiertos de forma simplicísima (birlando un disco duro). No hay misterio ni nada que se le parezca sino, simplemente, se da ocasión al héroe birlón de cubrirse de gloria. Insisto, el único logro de esta “subtrama” es encumbrar al protagonista sin aportar nada a la historia. Bueno, una cosa sí: algunas reflexiones en torno al periodismo en las que los periodistas no salen muy bien parados (desde mi perspectiva).

Lisbeth. Como es más rara que un perro verde es muy difícil de caracterizar; sobre todo si se pretende hacerla evolucionar. Y mucho más si se pretende que su evolución sea tan grande y rápida como acaba siendo. Es mucho más complicado reflejar los cambios en la personalidad de un chiflado que su personalidad en un momento dado; por eso el esfuerzo por hacer de ella una persona normal dentro de su rareza no cuaja. El que está zumbado, está zumbado, y no se socializa como por ensalmo compartiendo techo y trabajo unos cuantos días. Demasiado simple, demasiado sencillo. Demasiado “película” de buenos y malos. Precisamente el final de la novela marca su punto culminante de “normalización”. El resultado final es un personaje todavía más raro que al comienzo, porque la Lisbeth del final no es la del principio, y el proceso de cambio es brusco y no fundamentado. El personaje cae bien, aunque desde el punto de vista de la estructura de la novela es una solución demasiado fácil para todos los problemas: lo mismo hackea sin dejar rastro que pincha teléfonos, allana, vapulea, se camufla o realiza transacciones económicas internacionales a través de cuentas secretas hablando (sin acento) inglés y alemán y supongo que, de ser preciso, también guanche. Y todo sin haber pisado un aula ni haber hecho jamás nada distinto de estar encerrada entre cuatro paredes enfrentada a sí misma. En resumen: no hay problema en una novela que un personaje así no pueda resolver. Superwoman anoréxica con incapacidad emocional, pero Superwoman. Demasiado fácil para mi gusto, y demasiado peliculero. El personaje de Lisbeth es tan fantasioso que resta a la novela todo realismo. Una pena, y más teniendo en cuenta lo bien que cae.

Volviendo a la trama principal, es extremadamente sencilla: una vez decidido lo que le había sucedido a Harriet, la “construcción al revés” obliga al autor a preguntarse cómo el protagonista determinará “quién ha sido”, lo cual hace depender de un dato casi anecdótico; todo lo demás no hace sino despistar magistralmente: podía ser lo que es, o ser otra cosa; el resultado sería el mismo; todo es muy interesante aunque nada es relevante, y hasta la relación entre las citas bíblicas y el desenlace está sobrevalorado en boca del protagonista a fin, creo yo, de excusar tanto despiste; la diferencia fundamental con otras novelas negras no es, pues, la trama, sino el entorno en el que se desenvuelve, lo que la rodea, los ornamentos, la familia Vanger, la isla, las historias colaterales de los protagonistas...

Dicho todo lo anterior, puede parece que esta novela “me gusta, pero...”. Nada de eso. Es entretenida. Dudo que llegue a ser un novelón inmortal, si no es porque lo importante de una época, literariamente hablando no solo es lo que se escribe, sino también lo que se lee, pero está infinitamente más trabajada que la mayoría de los best seller que circulan por ahí, y tiene su punto de originalidad.

Y para terminar, si no lo digo reviento: si los personajes de esta novela no tomaran café, habría 50 páginas menos.



lunes, 5 de marzo de 2012

Letra muerta - Juan José Millás




            Lo mío con Juan José Millás es una relación de amor odio: si he leído trece o catorce de sus libros es porque me gusta, porque escribe bien, porque su dominio del lenguaje y la expresión deja por los suelos la simpleza de la mayoría de autores de best sellers, porque siempre se pregunta al menos una cosa más que el resto, porque sostiene un enfoque muy peculiar sobre la vida, pero... Pero no acabo de encontrar “la gran” novela de Juan José Millás, la novela por la que deba ser recordado. Y no será por no haberla buscado.

            Desde luego, esa novela no será Letra muerta, una de sus primera obras (1984). En concreto, la quinta.

            El título hace honor al contenido. La historia parece una prueba, un experimento a medio gas o un juego. Me ha trasladado la sensación de “esto es lo que sabe escribir el autor cuando no está especialmente inspirado”.

            Que nadie busque en esta novela sino un rastro de los particulares mundos de Millás. En Letra muerta no sucede nada especialmente raro, si no es una trama de la que no cabe esperar nada concreto porque nada en concreto se sugiere que pueda pasar: un tipo, aspirante a terrorista, se infiltra como lego en una orden religiosa para combatir el sistema desde dentro, aunque, cachis en la mar, hace tiempo que ha perdido el contacto con su organización. Y ahí anda el tío, en una orden religiosa como un náufrago en una isla desierta. Y así como Robinson debía apañárselas con un entorno salvaje, para Turis, que así se llama el personaje, el entorno es la orden, el superior, el ecónomo, un tal Seisdedos, y un adolescente que anda por ahí. Sobre ellos tiene que apuntalar su vida y sobrevivir. El final, aunque relativamente sorprendente, carece de fuerza. Entre medio, poca cosa, sino es el proceso por el cual el protagonista va integrándose sin darse cuenta en la vida religiosa.

            A pesar de lo disparatado de las pretensiones del personaje, el autor ni construye una novela de humor, ni una parodia. Se limita a hacer una novela “realista”. Es decir, todo lo realista que puede ser algo con ese argumento, que no es mucho porque el desatino le resta credibilidad; y a la vez no es un desatino tan ilógico que aplicándole las reglas del sentido común se obtenga un resultado original. El resultado es pobre. Al menos en comparación con otras novelas del mismo autor.



domingo, 4 de marzo de 2012

Más cambios en el blog



Como ayer comenté, ha habido un cambio de apariencia en el blog relativo a las imágenes. Pero además, para facilitar la localización de los libros, he añadido una página, cuyo enlaces está en la parte derecha del blog: la lista de reseñas por autor, para la fácil localización de cualquier autor y novela desde la página principal del blog. Espero que sea útil.


viernes, 2 de marzo de 2012

Nueva imagen del blog

Cada día sois más los que visitáis este blog, haciendo que la decisión de hacerlo y mantenerlo cobre sentido. Y qué menos que tratar a las visitas lo mejor posible, así que el blog cambia de "look", para estar más guapo. El cambio, sin embargo, es sencillito: en lugar de la imagen de portada del libro comentado, bien sea enlazada o subida para evitar el "hotlinking" ese, subiré una foto del ejemplar concreto que haya leído y comentado. Procuraré ir cambiando las fotografías ya puestas, para darle un aspecto más personal al blog, aunque no podrán ser todas porque algunos libros me los prestaron y ya no los tengo para fotografiarlos. No es un cambio sustancial, claro, pero me gusta más así (pura coquetería). Espero que a vosotros también.


jueves, 1 de marzo de 2012

Trainspotting – Irvine Welsh



Según la traductora, el “trainspotting” (quedarse mirando un tren para identificar sus características y presumir de entendido) es considerado el más bajo de los hobbys. Algo así como nuestra versión del “quien no tiene que hacer, con el culo mata moscas” (o con el rabo, dependiendo del lugar). Y eso es lo que les pasa a los protagonistas: personas en torno a los veinticinco años, con un pasado no muy boyante y ningún futuro en el horizonte, que se dedican a ver pasar los días en compañía de la heroína (fundamentalmente) y de cuanto son capaces de echarse al cuerpo.

La historia es realmente buena por lo que permite intuir y por cómo lo cuenta. Respecto a lo primero, en lugar de pontificar expresa o tácitamente sobre las drogas, se limita a contar la vida de unos cuantos drogadictos sin escatimar alusiones a episodios verdaderamente sórdidos. La degradación, la miseria, la marginación, la enfermedad e incluso la muerte, conviven con toda naturalidad en un mundo donde nadie piensa en el futuro, posiblemente porque no lo hay; sin embargo, la forma de narrar tiene –ya que no los personajes- una alegría y un humor que hacen la historia muy atractiva. Las situaciones divertidas son, pese al entorno, numerosas.

Droga mediante, cualquiera se transforma en un individuo sin otra aspiración que la de sobrevivir con las justas lealtades, transformándose, con toda naturalidad, en ladrón, psicópata o fantasma de sí mismo. La violencia gratuita está a la orden del día, pues es, me temo, la única forma que muchos tienen de canalizar su miedo y sus frustraciones. Trainspotting es, desde luego, una maravilla dejando constancia de personalidades aniquiladas por la falta de futuro y de recursos económicos, morales e intelectuales. Y casi todos los personajes, de una manera u otra caen bien, porque todos son perdedores. Todos.

Al principio, sólo al principio, puede tener comparación con alguna de las novelillas de Bret Easton Ellis. Pero es un error: no hay puntos comunes más allá de la drogacción de los protagonistas; y no porque uno aluda siempre a gente podrida de dinero y Trainspotting se centre en pobres diablos que malviven trapicheando y estafando en el subsidio de desempleo, sino porque Trainspotting es un novelón como una catedral donde los protagonistas, además de hacer cosas “escandalosas”, piensan y sienten.

Todos los personajes cuentan la historia en primera persona; lo cual a veces produce un poco de confusión, porque no se sabe muy bien quién empieza a hablar en cada momento. Por otra parte, como se definen casi exclusivamente por sus hechos, hay una tropa de secundarios en la que a veces es fácil confundir a unos con otros, sin que por suerte eso afecte a la historia.

El lenguaje es, como corresponde a los personajes, muy limitado y jalonado constantemente de muletillas y términos en “jerga”. Además todo es “puto”, “jodido”, etcétera. Y así debe ser.

El final es, sin duda, de lo mejorcito, porque muestra la única manera que de verdad existe de romper con las drogas: romper con todo. Otra cosa es si quienes lo intentan (incluidos los personajes de esta novela) consiguen hacerlo o no. El marco de la intentona (el “golpe de su vida”, en el que se echan cándidamente en brazos de un traficante experimentado), es una clara muestra de dónde han estado en todo momento los protagonistas, y de hasta dónde pueden llegar procediendo de donde proceden.

Debería ser de lectura obligatoria.