En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 31 de diciembre de 2012

La muerte viene de lejos – José María Guelbenzu



Esta segunda entrega de la juez Mariana de Marco está, a mi juicio, por debajo de la primera. El argumento es simple: Carmen, secretaria judicial y amiga de la juez de Marco (quien ha cambiado de destino a una localidad mayor, que, casualmente, se llama Villamayor) tiene una sobrina veinteañera que se ha liado con un cuarentón. El problema es que Carmen está convencida de que el tal cuarentón se cargó a su tío para heredar, e intenta que su amiga reabra el caso (que se consideró accidente). Pero la juez acaba conociendo al sospecho: un tipo encantador con cierta cara dura, un tipo que sabe camelar, aunque en esta historia acaba camelando con bastante poco.

Con estos mimbres, el cesto se repite a cada página: la una, convencida de que el tal Rafael (así se llama el caballero) es un asesino; la otra pensando que no hay motivo para reabrir el caso, pese a un poso de duda, y que a ver cómo le cuenta a la primera sus citas con el sospechoso. Intervienen además otros dos personajes un tanto traídos por los pelos, cuya finalidad es la que es, pues estamos en presencia de una de esas novelas cuya trama es muy sencilla: todo parece ser así o asá hasta que de pronto alguien dice “cáspita” y el lector comprende que cuanto lleva leído solo ha servido para entretenerlo, y que más le vale olvidar casi todo; para colmo, la tensión se mantiene en las páginas finales mediante un “truco” de muy bajo nivel: la juez de Marco ya ha descubierto el pastel pero, simplemente, no se le dice al lector, que debe acabar de leer para saber por qué la señora dijo “cáspita”.

En cuanto a los personajes...

La juez, dejémosla en demasiado filosófica y perfecta. Se analiza a sí misma y analiza su propio comportamiento con una objetividad, con una frialdad, poco real, como si opinara sobre una desconocida. En consecuencia, la reflexión ocupa buena parte del espacio que en la realidad corresponde a los sentimientos y las sensaciones. Además, es un “tipo social” un tanto extraño: demasiado “señorona burguesa” para su edad y situación, demasiado “selecta”, y demasiado difícil de conciliar semejante anclaje con la imagen que a veces asoma de mujer joven, independiente y decidida a dar a emociones a su vida. El conjunto produce sensación de envaramiento, de poca naturalidad, de estar ante un personaje estirado y poco ágil. Un personaje capaz de decir frases como “Y no sigo hablando porque estoy empezando a ponerme estúpidamente mayestática”.

De Carmen, su amiga, tenía otra visión procedente de la primera novela. En esta parece más alocada, obcecada, y, en resumen, menos inteligente, por no decir que a veces parece una pobre tonta voluntariosa. Tampoco cuadran su empecinamiento con los conocimientos que cabe presuponerle por su profesión. Llamativa resulta su amistad con la protagonista, que les lleva a organizar cenas privadas con champán y velas y a compartir techo algún fin de semana. La cosa sugiere una amistad muy “intensa”, desmentida por lo que se cuenta, que, en buena lógica, debería preocupar a la juez tanto como le preocupa en el resto de casos. Y es que la juez siempre está alerta para que nadie pueda pensar que tiene un lío con un hombre, pero ni siquiera llega a pensar que alguien pueda creer que lo tiene con su amiga.

El resto de los personajes… Rafael, un chulillo cuyo cinismo se refleja en pinceladas demasiado gruesas; y Teodoro y “el de las vacas”, demasiado planos, demasiado directos, buenazos y simplones incluso cuando quieren ser pícaros.

Hablando ahora del entorno, y dejando al margen los paisajes norteños (esos sí gustan), está muy presente el ya mencionado temor al qué dirán. Se diría que todo el mundo anda pendiente del ir y venir de una juez que no es de allí. El chismorreo ha jugado su papel en este país, pero cuando una mujer de poco más de cuarenta años va en estos tiempos a una localidad donde nunca antes ha vivido y esa localidad es medianamente grande, el qué dirán se la trae al fresco en grandísima medida. La conducta de la juez es la de un personaje chapado a la antigua, lo cual enlaza con el comportamiento “pequeñoburgués” antes aludido. Para su edad, sus temores son anacrónicos. Pero lo que chirría no es eso. Si la juez simplemente temiera el qué dirán, sería prisionera de sí misma, no del entorno, pero como el autor le da la razón al respecto, nos pinta un paisaje que cada vez existe menos, y eso va en mengua de la credibilidad, al tiempo que aumenta el envaramiento del personaje: su moralidad le permitiría “soltarse el pelo”, pero tiene tanto dominio de sí misma que, sin aparente esfuerzo, somete todas sus apetencias.

Los capítulos son muy breves, pero algunos sobran porque no son sino disertaciones (por ejemplo, sobre la pena de muerte) que lo mismo podrían estar o no. Nada aportan a la historia, y poco sobre los personajes.

Y termino con una referencia al lenguaje. Al principio me ha llamado la atención por recurrir a expresiones demasiado convencionales, como si no estuvieran trabajadas. Luego me ha pasado inadvertido. El tono se va contagiando de las contradicciones de la protagonista: da una apariencia de normalidad… con cierto envaramiento, en el que de muy vez en cuando desentonan expresiones más o menos humorísticas. Un ejemplo: “cuando se desplazaba por una sinuosa carretera comarcal entre montañas camino de Infiesto, una vaca se desprendió de la ladera donde estaba pastando y cayó sobre el capó del coche provocando un accidente que a punto estuvo de acabar con la vida de la vaca y la de Tomás”. Así que la vaca se “desprendió”. La imagen es humorística, pero ni ese tipo de humor ni la forma de expresarlo encajan en el tono general, muy vinculado al del personaje central.

Conclusión: novela ligerita, muy mejorable.


viernes, 28 de diciembre de 2012

Un breve resumen



 
No es que haya sido una avalancha, pero quizá porque estas son fechas propicias para comprar libros han sido varias las personas que me han preguntado mi opinión sobre qué leer. Y de ahí que se me haya ocurrido poner este post, con algunas de las lecturas que he reseñado este año aquí, en el blog, y que me han gustado especialmente. No las pongo por orden de preferencia, porque no es algo cuantificable. El enlace a la reseña, pulsando sobre el título.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
En general todas son asequibles, menos, quizá, El rey pálido (tanto por la temática como por el hecho de estar a medio hacer). Unas son más "ligeras", como La captura de Macalé, y otras más intensas, como Ronda de Guinardó y, sobre todo, la genial El hombre que mira. Algunas son clásicos, como Las uvas de la ira, y otras llevan camino de serlo, como Ensayo sobre la ceguera. Y, por supuesto, hay humor: un clásico del humor español como Amor se escribe sin hache, y libros más humorísticos de lo que parecen, como El caballo desnudo, y La Isla de los Jacintos Cortados. Casi todas están en edición de bolsillo, muy económicas, excepto La captura de Macalé y El rey pálido (o al menos no lo estaban cuando las leí).
 
 
Lo dejaría aquí, pero como a veces lo malo atrae tanto o más que lo bueno (misterios, o no tan misterios, del ser humano), me anticipo a quienes quieran saber en qué libros no he encontrado ni un solo motivo para pensar en volver a leerlos alguna vez, y aquí van tres. No digo que sean malos, pero lo que de bueno puedan tener, no he sido capaz de apreciarlo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Aparte de todo esto, una vueltecita por el archivo del blog permitirá encontrar un buen puñado más de reseñas, en general de libros bastante decentes, porque no soy tan tonto como para leer lo que pienso que no me va gustar, por más que a veces me equivoque en en el pronóstico.
 

 
 
 

jueves, 27 de diciembre de 2012

Reflexiones sobre literatura y humor, 10



-Hacer chistes es una de las metas más nobles que un hombre puede poner a su vida. Es más: creo que debería educarse en el niño su capacidad chistosa. Sería conveniente crear una matrícula de humor que probase la aptitud de cada individuo para el chiste y la simpatía. Créeme, Hugo: para cumplir nuestra misión en el mundo no nos basta con plantar un árbol, con tener un hijo y con escribir un libro; además de todo esto tenemos que hacer un chiste.

Un náufrago en la sopa. Álvaro de Laiglesia.


martes, 25 de diciembre de 2012

Jazz navideño


Ya que es Navidad, una versión de Let it snow!, a cargo de Oscar Peterson. Esto es tocar el piano, y lo demás cuentos.

lunes, 24 de diciembre de 2012

La piscina de los ahogados – Ross Macdonald


En 1950 Ross Macdonald publicó La piscina de los ahogados, que en 2011, 61 años más tarde, ha sido publicada por RBA, aunque la edición que yo he leído es otra bastante anterior. Basta este dato para comprender que estamos ante un clásico de la novela negra.
En sus comienzos, la novela negra tenía por protagonistas más a detectives privados que a policías, debido, sin duda, a la escasa confianza que en la mayor parte de los sitios inspiraban los cuerpos policiales. En La piscina de los ahogados al detective Lew Archer una mujer le hace un encargo: averiguar quién ha enviado un anónimo a su casa calificándola de adúltera.
La mujer vive con su marido, su hija y su suegra en una propiedad de esta última, sobre la que la ha puesto los ojos una empresa petrolera. La suegra es de la cofradía del puño prieto, aunque solo respecto a su familia, porque en modo alguno está dispuesta a vender la casa.  Sin embargo, algo ocurre: alguien aparece ahogado en la piscina durante una celebración en la que el propio Archer está presente. ¿Accidente o no?
A partir de aquí se desarrolla una trama  donde la violencia y los “hombres duros” campan más o menos a sus anchas. Incluso el tono es “duro”, y la expresión es directa y austera. Hay escenas de acción, e incluso alguna verdaderamente “peliculera” (quizá por eso la novela fue llevada al cine). Y dada la época en que fue escrita, no se sabe qué ha influido en qué, si el cine en la novela o la novela en el cine. El desenlace… Bueno… Sabido es que nada es lo que parece.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Microrrelatos de humor




"Pase lo que pase, no deje de tomar el tren de las cinco", le había dicho a la sorda anciana, quien, sentada en bar de la estación junto a su maleta, soplaba a su taza de té mientras veía marchar del último tren del día.




lunes, 17 de diciembre de 2012

Cuando estás en el baile, bailas – Galgo Cabanas




En una época sin concretar, alrededor del primer tercio del siglo XX, en una ciudad sin identificar envuelta en una creciente revolución proletaria, y en un país que solo por alguna referencia al idioma se sabe que es España, se desarrolla una historia que es más que una novela negra, porque abarca tantos géneros que no cabe calificarla en ninguno, por más que haya sido reconocida con el Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra que apadrina Lorenzo Silva.
Y no hace falta comenzar a leer para que algo llame la atención: la doble paternidad de la novela. Óscar Sipán y Mario de los Santos firman Cuando estás en el baile, bailas bajo el nombre compartido de Galgo Cabanas. Tras leer, es inevitable reflexionar acerca de si esta forma de trabajar se nota o no en el texto. Lo cierto que la novela es tan uniforme como si la hubiera escrito un único autor, lo cual pone de manifiesto un trabajo y una compenetración que solo podrá valorar con justicia quien se haya visto en una tesitura similar.
Metiéndome ya en materia, a pesar de la violencia, física y espiritual, latente en cada página, Cuando estás en el baile, bailas se mueve en un tono entre lo irreal y fantástico. ¿Por qué? Por dos motivos.
-Porque la indefinición tiempo-lugar obliga al lector a completar el decorado, y muy tonto ha de ser quien no lo haga con lo mejor, con lo más romántico y lo más evocador que encuentre en su memoria. Y para que cada cual pinte el cuadro a su gusto, la novela ofrece una amplia paleta de colores donde cada lector puede elegir el predominante: la lucha de los trabajadores reclamando su dignidad, las atrocidades de la violencia generalizada, los vicios y virtudes acentuados por esa misma violencia, el entorno burgués en el que se mueve el protagonista (la feliz segunda o tercera generación de recién llegados a la prosperidad económica, todavía todos muy satisfechos de sí mismos), el gran río que discurre pausado trayendo consigo la necesaria dosis de calma e intemporalidad, un “espejo” acuático presentado con tintes mágicos, o esas ciudades con doble alma: la oficial, la que se ve, y el submundo paralelo movido por las mafias.
-Por la alta expresividad del lenguaje. “Imágenes potentes”, pone la contraportada en boca de Lorenzo Silva. Son innumerables las descripciones y explicaciones en las que ideas y sensaciones complejas se resumen en una sola expresión, dando a la novela contundencia y cierto halo poético. Esta expresividad, además, da el tono de la narración y la singulariza, aunque a veces pueda ocurrir que el lector, pensando en tal o cual imagen, acabe  sobrevolando las líneas siguientes, por lo que es aconsejable leer despacio y sin prisa.
Pero solo el tono no basta para dar fuerza a una historia, y en Cuando estás en el baile, bailas encontramos personajes capaces de compatibilizar individualidad y “clasicismo”: la mujer fatal es una verdadera y creíble mujer fatal; los burgueses felizmente insensibles a todo lo que no sea el ande yo caliente podrían haber escapado de cualquier buena novela sobre esa época, de la misma forma que los mafiosos, como buenos mafiosos, se desenvuelven en la trastienda, haciendo que su presencia se sienta sin verse. Incluso el protagonista, más que un detective forzoso, es un enamorado tan ciego e irreflexivo  como solo puede serlo quien está completamente colado. Es más: es un sastre tan verdadero que traslada al lector un conjunto de reflexiones, al hilo de la vestimenta de cada persona, que merece destacarse. 
¿Y qué sería de los personajes sin una motivación? No hay en esta historia quien no ande zarandeado por una pasión, y las pasiones conviven adaptándose y luchando entre ellas para salir a flote: la violencia, la sensualidad, la avaricia, el amor, el fanatismo... Todas dan fuerza a los personajes y a la acción.
Dicho lo cual, ¿qué cuenta Cuando estás en el baile, bailas? La historia de Carlo, un sastre que, para evitar problemas, cierra los ojos a lo que quiera que haga el mafioso local a su alrededor, y los abre a su profesión y, sobre todo, a una de sus clientas: la joven hija de un empresario local con la que comienza a tener una relación clandestina mientras la ciudad entera se derrumba presa de los enfrentamientos revolucionarios. Mientras tanto, una secuencia de muertes se produce a su alrededor, sin que sea posible relacionarlas, e incluso pareciendo accidentales algunas de ellas.
Una muy buena novela, que se lee rápido y bien, aunque con un peligro: pese al Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra no es una novela negra al uso, por lo que los forofos del género quizá esperen algo diferente. Aunque lo que es peligro para ellos, es una oportunidad para el resto.


lunes, 10 de diciembre de 2012

Fluye el Sena – Fred Vargas



Esta obra está compuesta por tres relatos. En el primero (Salud y libertad), un indigente está aposentado en un banco frente a la comisaría, y poco después comienzan a llegar anónimos al comisario Adamsberg tildándolo de “gilipollas” por no haberse enterado de un crimen. En el segundo (La noche de los brutos), una mujer muere ahogada en el Sena el día de Nochebuena, y el caso se resuelve muy originalmente merced al elegante borracho que, un día sí y otro también, se niega a dormir la mona en el calabozo si no se le suministra una percha para que no se deforme su chaqueta. En el tercero (Cinco francos unidad), un vagabundo que vende esponjas podridas es el único testigo de un crimen, y hay que conseguir que cante.
Podría pensarse, a juzgar por el título, que el Sena juega un papel fundamental. Y en cierta medida es el marco común, pero para mí hay dos hilos conductores más importantes:
-El primero, el papel de los indigentes, presentes y relevantes en las tres historias. Con la necesidad común (y esta es la clave) de que el protagonista, el comisario Adamsberg, se adapte a las rarezas de cada uno, sepa cómo penetrar por la muralla por la que cada uno de los indigentes se protege, sabiendo, a la vez, que se trata del eslabón más débil, de personas que se protegen porque se saben vulnerables, de personas que si por una parte pueden ser fácilmente manipulables, por otra puede costarles entrar en razón porque la lógica de los demás los ha conducido a un sitio donde cualquier minucia es cuestión de dignidad.
-El segundo, el protagonista, el comisario Adamsberg: un “antihéroe” convencido de las virtudes de la paciencia y de que basta sentarse a esperar para que casi todo lo que a uno le interesa en la vida pase delante de sus narices. Solo hace falta (y no es poco) tener paciencia y talento para identificarlo.
Frente a esa actitud “pasota” y a veces hasta estrafalaria, sus ayudantes son tipos mucho más normales y cuadriculados (aunque bastante grises), lo que ofrece un contraste que da al ambiente una pátina de buen humor.

lunes, 3 de diciembre de 2012

El abuelo que saltó por la ventana y se largó – Jonas Jonasson



He aquí la demostración de que no hacen falta mimbres demasiado originales para hacer una novela que entretiene y divierte. Y he aquí también la demostración del papel que pueden jugar unos buenos personajes, sea cual sea el argumento. Lo digo porque el lector se encariña tanto con algunos de los que aparecen en “El abuelo que saltó por la ventana y se largó”, que me atrevo a augurar a esta novela una vida algo más larga de la que tienen la mayoría de “best sellers”.
¿Y por qué me ha sorprendido el libro, si digo que no es original? Quizá por cómo sorprende la forma en que mezcla argumentos ya vistos. A ver si soy capaz de explicarlo.
La acción comienza en 2005, en Suecia. Allan cumple ese día 100 años, y un rato antes de la fiesta en su honor que se ha preparado en la residencia donde vive, decide que aquello es un latazo, se descuelga por la ventana, y se larga. Allan llega a la estación de autobuses, donde un tipo con mala pinta y los intestinos en ebullición le pide que le vigile la maleta. Pero Allan, que solo desea salir pitando, la coge y se larga en el primer autobús. ¿Y qué había en la maleta? Dinero.
A partir de aquí se abre una historia mil veces repetida, sobre todo en el cine: un “bueno” que ha cometido una pifia más o menos involuntariamente, va encontrando gente pintoresca en su camino, gente que se le va uniendo mientras “los malos” los persiguen; y la policía, por otra parte, también trata de encontrar al desaparecido. En esta ocasión el policía es el típico comisario ya maduro y con sensación de fracasado que anda más o menos a las órdenes de un no menos típico fiscal hambriento de protagonismo en los medios de comunicación. He aquí el elemento de tensión de la historia: ¿los encontrarán? ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Qué ocurrirá entonces? ¿Se descubrirán todas las tropelías que sin querer han ido cometiendo?
Y el fin de esta historia, que comienza en 2005 y termina unas semanas después, coincide con el fin de otra historia que se inicia 100 años antes, en 1905. Dos historias paralelas que se alternan, con tiempos distintos, y que deben llegar a un fin común. Tampoco es muy original.
Esa otra historia es la de la vida Allan, y cómo desde su humildad, su peculiar forma de ser y su pragmática ignorancia, acaba influyendo en hechos decisivos del siglo XX: desde la Guerra Civil en España hasta el desarrollo de la bomba atómica, pasando la instauración del comunismo en China, o la caída del muro. Una forma, además, de convertir en personajes de la novela a un buen número de las grandes personalidades del siglo XX. ¿Original? No mucho. Un antecedente sobradamente conocido, y también traído del cine, es Forrest Gump.
Pero como he dicho al principio, con esos mimbres bastante manidos Jonas Jonasson ha sido capaz de hacer una digna novela, apoyándose en el ingenio, en los personajes, y en un singular sentido del humor.
El ingenio, porque es capaz de concatenar hechos simples para hacerlos desembocar en resultados delirantes, como ocurre con la desaparición del chico de la maleta. E ingenio también hace falta para hilar las aventuras de Allan a lo largo del siglo XX. También es cierto, sin embargo, que en ocasiones la solución ingeniosa falla, y se convierte en tradicional (y algo decepcionante), como ocurre con la huída de Vladivostok. Quizá, de los tres pilares de la novela, este sea el más irregular. De hecho, es preciso recurrir a un buen puñado de casualidades para tapar todas las grietas.
Respecto a los personajes, hay algunos inolvidables. El que más, el propio Allan. Un hombre con no demasiadas luces (aunque tampoco tonto) sin ningún tipo de ambición material o espiritual, y con una capacidad prodigiosa para no preocuparse por nada. En su mayúscula cortesía radica una de las fuentes del humor de la novela (de la que luego hablaré), y el tono entero de la misma. En contraste con ella, lo expeditivo de su conducta produce un efecto chocante. Para terminar, sus escrúpulos guardan relación directa no con bondad o maldad (conceptos ajenos a él), sino con el pragmatismo necesario para poder rascarse inofensivamente las narices y disfrutar de vez en cuando de una copita de aguardiente.
Si el héroe de la historia es un centenario, “la chica” es una cuarentona malhablada (esto último tampoco es ninguna originalidad). Una cuarentona que convive con una elefanta fugada de un circo, y que se enamora de uno de “los chicos”, un vendedor de salchichas que es en realidad un “casi erudito” en todo por culpa de su deseo de disfrutar de una herencia. También aparece el mayor zoquete conocido, que además es hermano de Albert Einstein, y la que acaba siendo su señora, que además de zoquete se dedica con entusiasmo a la corrupción… Como digo, toda una caterva de personajes pintorescos y divertidos.
En esa tropa hay que añadir a “los malos” que los persiguen y a los famosos: desde Mao, a Truman, Stalin, Franco o Churchill. Todos ellos tienen algo en común: son más incompetentes y su comportamiento es más “de andar por casa” de lo que podría suponerse. Y en esto radica otra de las fuentes de humor de la novela.
Y llegamos al tercer pilar: el humor. Presente a cada palabra por lo disparatado de las situaciones, por lo ingenioso de algunas soluciones, por los personajes y su conducta, por el confortable hedonismo al que todos aspiran más que a la riqueza económica y, como he apuntado antes, por la educación y amabilidad de Allan, que lleva al autor a hacerle expresarse de forma indirecta y muy divertida, pues Allan no pierde la educación ni cuando su vida corre inminente peligro. Especialmente brillante es la forma en que pone objeciones a las cosas. Es notable también la ironía con que se trata la corrupción, la demagogia y todas las formas de engaño que utiliza el ser humano, poderoso o no, para garantizarse el “ande yo caliente”.
Destaco, por último, cómo la decisión inicial de la novela, escaparse de la ventana, que en ese momento al lector se le hace extraña porque no sabe a qué achacarla, queda perfectamente explicada al final, una vez que se conoce a Allan, lo que provoca un efecto de “cierre del círculo” que da consistencia a la novela.
En resumen: un digno libro de humor. O, mejor dicho, digna literatura de humor.





jueves, 29 de noviembre de 2012

Reflexiones sobre literatura y humor, 8




Cuando el presidente de la cooperativa, al volver del trabajo, saca a pasear a su Mefisto y se encuentra con Teresa, nunca olvida decir: «¡Señora Teresa! ¿Por qué no la habré conocido yo antes? ¡Hubiéramos salido a ligar juntos! ¡No hay mujer que se resista a dos marranos!». El cerdito estaba adiestrado de tal manera que, cuando terminaba de decir estas palabras, gruñía. Teresa se reía aunque sabía de antemano lo que el presidente iba a decir. El chiste no perdía su gracia con la reiteración. Al contrario. En el contexto del idilio, hasta el humor está sometido a la dulce ley de la repetición.

Milan Kundera. La insoportable levedad del ser.


lunes, 26 de noviembre de 2012

Diario de un emigrante – Miguel Delibes

              Cada vez me salto con más frecuencia mi costumbre de no leer muy seguidos dos libros del mismo autor, pero en esta ocasión tengo excusa: el Diario de un emigrante es continuación del muy buen Diario de un cazador, hasta el punto de que no solo aparecen los mismos personajes, sino que la primera historia conforma los recuerdos que se rememoran en la otra, y las dos forman parte de una misma secuencia temporal. Pendiente me queda el Diario de un jubilado.
                Si digo que Diario de un emigrante me ha gustado menos que el Diario de un cazador quizá dé la impresión de que no merece la pena leerlo. Nada más lejos de la realidad. Es una magnífica obra, muy buena y con la que me lo he pasado muy bien, aunque, me temo, tiene un poco menos de interés, o al menos cuesta un poco más interesarse por la historia. O a mí me a costado.
                Lorenzo se ha casado y va a ser padre. No vive mal en su tierra, donde es feliz cazando, pero la tentación de mejorar le impulsa a emigrar a Chile, con la ayuda de unos tíos de su esposa, asentados allí, que les envían dos pasajes. La historia de la novela es la de ese viaje y los meses siguientes.
                Así vemos como, primero, Lorenzo, que mucho mundo no tiene, queda impresionado por cuanto ve en el barco, por la forma en que se vive a bordo, y acaba gastándose más de lo que debería víctima de todo tipo de tentaciones. Pero que no tenga mundo no impide que se crea en posesión de un buen número de verdades, y aquí radica la principal fuente de humor en esta novela.
                Una vez en Chile, su peripecia principia y termina en la capital. Allí se alojan primero en casa de los tíos. El tío es un hombre agarrado, partidario del trabajo de sol a sol y de una austeridad franciscana, lo que no tarda en chocar con el protagonista, amigo de salir a cazar, de conversar en el bar con los amigos o de marcarse un buen baile. Junto al tío está la tía, más joven, que no duda en echar los tejos a Lorenzo, el cual se debate entre su orgullosa moral a prueba de bomba y el “uno no es de piedra”, con lo cual aprovecho para remarcar otra de las fuentes de humor de la novela: las contradicciones del personaje, causadas, siempre, por el deseo de ofrecer la mejor imagen posible de sí mismo, y que se manifiesta en la forma en que acaba adaptándose, muy a su pesar, a cada realidad.
                Cuando la situación se hace insostenible, Lorenzo, con una ingenuidad que ya para entonces es más que conocida, decide establecer su propio negocio con más voluntad que talento. Y a partir de aquí lo que ocurre lo sabrá quien lea la novela, porque si lo cuento perderá la gracia.
                Aunque se me ha hecho un pelín largo el primer tercio, es un libro que se lee muy bien, y en el que llama la atención la abundancia de lenguaje, así como los giros y expresiones hechas que a cada momento repite el protagonista. Pero hay algo más que llama la atención: las expresiones chilenas se van filtrando poco a poco en el lenguaje de Lorenzo, hasta acabar usando como propias palabras de las que al principio se reía o echaba pestes.
                Lo “malo”, por así decirlo, es que si en el Diario de un cazador Delibes conseguía hacer un retrato completo del personaje a base de unas cuantas pinceladas, en el Diario de un emigrante ya conocemos al personaje, Delibes nos pone de manifiesto cómo el orgullo se adapta, sin perderse, a lo que en teoría nunca se iba a adaptar, nos cuenta algunas cosas más, completa al personaje, pero… el personaje ya es conocido, por lo que el qué ocurre adquiere otra dimensión más independiente del personaje, y ahí creo que la “trama” (innecesaria en el “cazador”) cojea un poco durante la primera mitad.
                Pero sea como sea estamos hablando de una obra divertida, enriquecedora y muy por encima de la media de lo que suele leerse.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Humor y solemnidad




Decía en el primer artículo de esta sección que el humor implica, en general, despojar a las cosas de lo superfluo, reducirlas a su verdadera dimensión, surgiendo lo cómico del contraste entre lo que de verdad son las cosas y lo que parecen, y dándose el caso de que casi todo es menos importante de lo que aparenta.
Luego lo opuesto al humor no es la seriedad, sino la solemnidad. Porque la función de la solemnidad es crear una apariencia de importancia. Justo lo contrario de lo que consigue el humor.
La consecuencia es que nada más sencillo para quien quiere divertirse que la solemnidad, porque todo lo artificial puede desmontase: el manto de armiño que cubre a un rey, es, objetivamente, un pellejo peludo haciendo sudar la gota gorda a quien va debajo. Y es que como las cosas son lo que son, la solemnidad precisa de la simbología, que no es algo intrínseco a nada, sino que está en la mente de quien mira. Por eso basta olvidar el simbolismo para que toda solemnidad devenga ridícula y transforme al solemne en mamarracho.
Es más: al ser artificial la solemnidad cualquier añadido imprevisto (y, por imprevisto, “natural”) acaba con ella. Si los tropezones de los capitostes mundiales al subir o bajar un escalón son siempre noticia es porque los despojan de toda solemnidad, demostrando que, por mucha pompa que los rodee son un hijo de vecino más, con los huesos igual de duros o blandos que el resto.
Todo esto lo digo sin querer ser malo. Porque si lo fuera añadiría que la solemnidad es también el disfraz que los más torpes y acomplejados utilizan para intentar disimular sus carencias. «Si soy solemne, soy importante», es su idea, pese a que el concepto de solemnidad exige exactamente lo contrario: otorgarla solo a lo verdaderamente relevante, para evitar que se confunda con lo que no lo es. Pero aunque en el mundo hay muy pocas cosas importantes, la cantidad de idiotas y pobres diablos que creen serlo supera a cuanto quepa imaginar. Eso sí: quienes escribimos humor a menudo, nunca lo agradeceremos lo suficiente.


lunes, 19 de noviembre de 2012

Niebla – Miguel de Unamuno



               Cuando vuelvo a leer un libro, normalmente le saco mucho más jugo que la primera vez. Pero con Niebla me ha ocurrido al revés: siendo la segunda vez que lo leo, me ha divertido menos que la primera, así que ojo con esta reseña, porque igual no estaba yo en el mejor momento para leer esta “nivola”.
                ¿Y qué es la niebla? El conjunto de pequeñeces, historias y mandangas que nos impiden ver el mundo como es. Y de toda la niebla, la más densa es la que surge de nosotros mismos, porque tendemos a achacar nuestras equivocaciones a cualquier motivo con tal de justificar nuestros errores. Sin embargo lo cierto es que la mayor parte de nuestros errores se producen porque no somos capaces de dar más de sí.
                Es lo que le pasa al protagonista de esta historia, Augusto, un “señor bien” cuya madre sobreprotectora ha fallecido; un tipo solitario y aficionado a darle vueltas a la cabeza, y estrafalario en el fondo; un personaje que, como ocurre en el resto de novelas de Unamuno, tiene graves problemas consigo mismo y es muy amigo de llevar sus filosofías hasta el límite, hasta el punto de acabar dudando de si existe e incluso de si es dueño de suicidarse. Y todo al hilo de un empecinamiento amoroso que acaba sometido a una suerte de principios que, de puro nobles, son estrambóticos, máxime en comparación con el pragmatismo como mínimo “amoral” del resto de los personajes. Todo eso hay que hilarlo con el concepto de “nivola”, como alternativa al de “novela”, mediante el cual Unamuno trata de decirnos que el realismo no es algo esencial a la novela,  y que novela puede ser cualquier cosa que el autor decida que lo es: toda una declaración de intenciones respecto a la literatura de las décadas precedentes.
                Y desde este pensamiento, donde los personajes sortean la locura de Augusto aprovechándose de él mientras él bracea en la niebla, enlazamos con el final, que es sin duda lo que más me ha atrapado: la relación entre el autor y sus personajes (porque Unamuno interfiere en la novela, en la nivola, relacionándose con ellos), el debate sobre quién crea a quién, si el autor a los personajes o los personajes al autor, el debate sobre la inmortalidad y hasta qué punto la gana uno u otro, el autor o sus personajes. Pero así como Unamuno llega a decir, no sin razón, que entonces (y hoy, añado yo) don Quijote es más real que Cervantes, creo que Unamuno, hoy, es más real que sus personajes. De lo cual podemos sacar la muy “filosófica” conclusión de que al final siempre hay situaciones para todos los gustos. Aunque, personalmente, tengo en más las novelas en las que los personajes eclipsan al autor que aquellas en las que ocurre al contrario.
                Una última referencia, cómo no, al humor, presente en todas y cada una de las páginas de Niebla, por lo que me atrevo a calificarla de “novela de humor”. Lo encontramos de mil maneras: en las insensateces de Augusto, en sus bienintencionados disparates, en sus encendidas reflexiones movidas por una lógica limitada por el formalismo de sus premisas, en la cara dura con que Eugenia, Mauricio y el resto de personajes torean al pobre Augusto, en la forma en que se angustia reflexionando sobre el sexo de los ángeles, en los juegos de palabras, en las reflexiones llevadas al todo blanco o todo negro sobre numerosos temas (la paternidad o el matrimonio, por ejemplo) y, cómo no, en la pintoresca aparición del propio autor, en la relación entre autor y personaje, que conviven de tú a tú en las últimas páginas de la novela y que, más allá de la historia, nos otorgan una visión bastante lograda de la relación de Unamuno consigo mismo. Un recurso que opera casi como un truco de magia en el que la historia con sus personajes se esfuma ante nosotros para quedar, sin darnos cuenta, aplaudiendo al mago que acaba de hacer el prodigio.
                Una novela imprescindible, que entretiene y hace pasar un muy bien rato, pero que conviene leer cuando además apetece pensar.


viernes, 16 de noviembre de 2012

El final del Ave Fénix, en bolsillo



    Acaba de salir a la venta la primera edición de bolsillo de El final del Ave Fénix, novela de la que guardo un excelente recuerdo por lo buena que es y porque me sirvió para conocer a su autora, que más tarde tuvo a bien presentar de La terrible historia de los vibradores asesinos en Valencia y Teruel.

    Me molesto en ponerlo en el blog porque El final del Ave Fénix es una gran novela cuyas peripecias dan para otra novela. Siendo “ópera prima”, fue finalista del Premio Planeta en 2007, pero esa condición, lo que son las cosas, le cerró más puertas de las que le abrió. Vio la luz por primera vez en la editorial Centurione, que ni de lejos estuvo a la altura de las circunstancias, por decirlo de una forma piadosa, pese a lo cual llegó a tener una considerable difusión. Una segunda edición vio la luz poco después, en la editorial Aladena, que tampoco pudo, quiso o supo explotar esta gran historia. Harta ya de tanta perdiz mareada, la autora, aun a riesgo de sepultar de por vida las posibilidades editoriales de la novela, sacó una tercera edición, esa vez en ebook. Hacerlo así, ella y en ebook, constituía y constituye para muchos una especie de «pecado mortal literario». Sin embargo el pecado desembocó en virtud, porque tras unos primeros meses de rumbo incierto, el boca a boca llevó a El final del Ave Fénix al número uno absoluto de ventas en Amazon a lo largo de varias semanas, que es tanto como decir el número uno absoluto en ebook en este país, pues Amazon pasa por ser la plataforma con más ventas. Así se fijó en ella Ediciones B, que hizo volar de nuevo al Ave Fénix en una cuarta edición, en ebook, y que ahora lanza de nuevo El final del Ave Fénix en papel, en bolsillo, a un precio más que asequible: menos de diez euros por una novela de medio millar de buenas páginas entre las que se cuenta un prólogo inolvidable. Una novela que, más allá de lo mucho y bueno que cuentan sus páginas, es ya una historia en sí misma.

    Y es que, titule como titule mi amiga Marta, el Ave Fénix no tiene final. 



 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Diario de un cazador – Miguel Delibes



Recién conseguido trabajo de chico para todo en un colegio, una vez hecho el cambio de vivienda correspondiente llevando a su madre consigo, el protagonista de este diario se dedica a contarnos su pasión por la caza. Y es que vive por y para ella, y a ella subordina todo lo demás, incluidos los amoríos y la economía (los otros dos grandes asuntos que le interesan). El periodo que comprende el relato da para una temporada de caza completa y los preparativos e inicios de la siguiente; pero que la caza sea su obsesión no significa que la vida no vaya fluyendo, por más que él parezca tratarla como “lo que ocurre entre día de caza y día de caza”. Es así como Delibes muestra, magistralmente, la forma en que la dicha y la tragedia ocurren a nuestro alrededor con naturalidad, cómo vivimos inconscientemente hasta que la tragedia nos alcanza, y nos muestra un personaje entrañable no solo por su desbocada pasión y su inconsciencia para todo lo demás, mezclada con un pragmatismo notable, sino por su saber hacer y por la forma en que, dentro de su humildad, es una persona orgullosa. Notable es también la forma en que a través de esas pinceladas que parecen retratar solamente una obsesión por la caza, Delibes acaba haciendo en realidad un perfil humano completo.
Pero hay más: la relación del hombre con la naturaleza, a la que parece regresar como si el ambiente urbano fuera una anomalía; la defensa de una concepción de la caza en la que el cazador es el principal defensor de la fauna; y, por supuesto, encontramos la riqueza de lenguaje y el dominio de la expresión que hacen de Delibes mucho más que uno de los mejores escritores del siglo XX: un testigo de una época que, sin él, se perdería.
Una última cuestión, el humor. Un humor natural, que brota del contraste de las buenas intenciones, la ingenuidad y el orgullo del protagonista con la realidad con que se topa.
Literatura breve y de la máxima calidad.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Reflexiones sobre literatura y humor, 7



"-El ánimo sólo está sereno cuando contempla la verdad y se deleita con el bien que ha realizado, y la verdad y el bien no mueven a risa. Por eso Cristo no reia. La risa fomenta la duda.
 
-Pero a veces es justo dudar."

Umberto Eco. El nombre de la rosa.


lunes, 5 de noviembre de 2012

La Abadía de Northanger – Jane Austen



           Leí Orgullo y prejuicio y me pareció una obra maestra. Por ese motivo compré La Abadía de Nothanger, pese a tratarse de una “obra menor”, porque creí que, pese a ese carácter “menor”, encontraría buena parte del talento derrochado en Orgullo y prejuicio.
            Pero, curiosamente, lo que más me ha llamado la atención una vez finalizada la lectura no ha sido el texto, sino la breve nota de la editorial en la que se avisa que se trata de un libro con una técnica depuradísima. Y no se cita otro mérito relevante. Y así es, porque es lo mejor que se puede decir de una novela que se me ha atragantado debido a que pocas páginas dan un aliciente para seguir leyendo. Solo al final, ya no sé si por la historia o por el deseo de acabar, fui capaz de leer largo y seguido.
            El argumento es bastante pobre: paseos arriba y abajo pensando y hablando en quién se fija en quién y en a ver si me encuentro "casualmente” con… De aquí salen unas cuantas relaciones más o menos amorosas que deben enfrentarse a los problemillas al uso (si se es un buen partido o no, y si al amor triunfa sobre lo económico) y pare usted de contar. Todo apunta a un final feliz pero no puede haberlo sin que la heroína de turno se lleve algún soponcio previo. Y el que se lleva en La Abadía de Norhanger se resuelve de una forma decepcionante.
            Una novela, en resumen, que justifica la fama de “pastelosa” que a veces se le atribuye a la autora, con esos irreales diálogos que  cuando no consiguen formar parte de una obra maestra como Orgullo y prejuicio, quedan tan pomposos y redichos que producen urticaria.
            Y termino con una referencia al humor. La historia no lo contiene, pero sí la actitud de la autora ante el lector y ante la propia obra. Presenta a la protagonista como la “antiheroína”, y llega a regodearse en la acertadísima idea de que tan antiheroína es que, en realidad, nada de cuanto le sucede es digno de contarse. Lo peor de este ramalazo de humor es que no se mantiene: comienza con fuerza, se diluye luego, y reaparece de vez en cuando… a destiempo.
            Quien quiera conocer a Jane Austen, mejor que lea Orgullo y prejuicio.




jueves, 1 de noviembre de 2012

Reflexiones sobre literatura y humor, 6



...

-En efecto, no te lo niego. Gusto de la bufonería.

-Que es siempre en el fondo tétrica.

-Por lo mismo. No me agradan sino los chistes lúgubres, las gracias funerarias. La risa por la risa misma me da grima, y hasta miedo. La risa no es sino la preparación para la tragedia.


Miguel de Unamuno. Niebla.