En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

martes, 1 de noviembre de 2011

El legado del rey Tsongor – Laurent Gaudé




Esta novela, premio Goncourt des Lycéens 2002, y finalista del Premio Goncourt, es una historia entre lo mítico y lo fantástico con una doble finalidad: demostrar que nada tenemos por más ricos que seamos, y que el mundo más se mueve por los sentimientos que por la racionalidad.

Después de haber levantado un imperio a sangre y fuego, el rey Tsongor lleva unos añitos de calma chicha y se dispone a protagonizar la fiesta de su vida con ocasión de la boda de su hija Samilia con el príncipe Kuame. Pero la cosa se tuerce, como ya esa mañana presiente Katabolonga, el fiel servidor de Tsongor que antes fue el último enemigo del último pueblo conquistado y juró matar a su conquistador (para sorpresa de todos, pese a la amenaza, Tsongor lo había retenido a su lado como recordatorio de todo el mal que había hecho, dándole licencia para apiolarlo cuando el destino lo tuviera a bien).

Las cosas se ponen feas cuando, en la mejor tradición de los amantes de Teruel, justo antes de que llegue Kuama aparece Sango Kerim al frente de un ejército. Se trata del antiguo viejo compañero de juegos de los hijos del rey, a quien Samilia hizo un juramento de amor que ya no recuerda, y que tiene por tontería infantil. Sango era el único que recordaba esa alocada promesa, y alimentado por ella se había pirado a hacer fortuna.

Como ni Sango Kerim ni Kuame van a renunciar a Samilia, la cosa amenaza con ponerse fea. Y más todavía cuando la princesa resulta ser, en ese punto de la novela, tan insulsa que ni siquiera interviene para exponer sus pensamientos más básicos. Las idas y venidas posteriores sobre sus sentimientos son, me temo, de una debilidad tremenda. Es un personaje clave, porque es el origen de todos los males, pero a la vez es un personaje demasiado “parado” para sostener la novela. A mi juicio, es el punto más débil. Con otra Samilia la novela mejoraría mucho.

Vista la que se avecina, el rey Tsongor cree que la única manera de solucionar el desaguisado es quitarse de en medio, y así lo hace, pero sin estar dispuesto a entrar en el país de los muertos hasta que su hijo menor complete la extraña misión que le encomienda, tras la cual el fiel Katabolonga deberá ponerle una monedita entre los dientes para pagar su pasaje al fin definitivo. Y así se pasa el hombre la novela: con los dos pies en el vestíbulo del otro barrio y la mirada en este; es así como el rey muerto se comunica con Katabolonga para expresar su sufrimiento.

El sacrificio de Tsongor no tiene éxito y, como es de esperar, Sango Kerim y su ejército la emprenden a palos con el ejército de Kuame. Los hijos de Tsongor se dividen entre ambos bandos.

Las batallas son contadas sin fuerza, parecen casi una mala película de los años 50 o 60. Se recurre al “truco” de inventar batallones fantásticos que transforman la acción en una historia de ficción: desde los mascadores de no sé qué droga (que pelean así embrutecidos) hasta quienes lo hacen travestidos y a mordiscos. La guerra se prolonga, porque cuando pelea el orgullo contra el orgullo nadie puede salir ganador, y sí todos perdedores. La pelea prosigue incluso cuando ya no hay motivo. Al final, cuando la batalla termina por falta de motivos para continuarla, el deseo de venganza pervive y aniquila cuanto queda, porque cuando los argumentos desaparecen el embrutecimiento pervive, y el ser humano no es más que un animal iracundo.
Una novela más sobre las consecuencias del orgullo que sobre sus razones, y sobre las sinrazones a que nos puede conducir.

Una novela de capítulos cortos con la que pasar un buen rato, pero a mi juicio completamente prescindible.

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