En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 27 de octubre de 2011

El ladrón de meriendas - Andrea Camilleri


El ladrón de meriendas (Serie Montalbano, 3)


    Creo que ya dije que ando empecinado en leer las novelas de Montalbano en el orden en que fueron publicadas. Primero, porque es frecuente encontrar referencias a las anteriores y, sobre todo, para ver la evolución del personaje.

   En esta trama, donde se mezcla, como en otras, lo cotidiano con lo trascendente, lo que inicialmente parece un crimen pasional se complica hasta alcanzar vinculaciones con el terrorismo internacional. Y todo, además, sin que Salvo Montalbano pierda el buen humor, porque si algo caracteriza al personaje en esta novela es el desenfado con que hace su peligrosísimo trabajo. Es un comisario menos preocupado que otras veces, más contento e incluso más alocado. Un poco como en El perro de terracota, historia en la que casi investigaba “por pasatiempo”, dado que se trataba de un crimen de hacía décadas, pero en esta ocasión el crimen es presente, lo cual supone un “plus” de inconsciencia en la alegría con que Montalbano asume el peligro. Y además, para dar todavía más liviandad a su humor, incluso avanza en su “plan de vida” de solterón recalcitrante.

   Leer en este orden sirve además para ir conociendo poco a poco a los secundarios; el reencuentro produce sensaciones agradables, y cada vez se aprende algo nuevo sobre ellos.

   El sentido del humor está presente tanto en los personajes como en las valoraciones que realizan, así como en muchas aseveraciones del autor. Incluso uno de los momentos “cumbre” (que por no destripar solo diré que transcurre al final, en casa del comisario), es de una violencia que resulta cómica y que incluso en parte vivida es así por quien la ejercita: como una ópera bufa. Precisamente ese momento, siendo divertido, culmina también un tono de farsa que tiene el mérito de no influir en lo que de trágico tiene la historia; y es que esa es otra: pese al tono, las consecuencias de los crímenes no dejan de afectar al corazoncito del lector.

   De nuevo, me temo, tampoco estamos en presencia de un crimen “normal”, sino que al final, cómo no, como siempre, aparecen contubernios que dificultan la correcta aplicación de la justicia. Quizá por eso cae tan bien el personaje, porque aunque su afán de justicia se topa con un fracaso tras otro, él puede dormir con la conciencia tranquila. Aunque eso no deja de producir la sensación de que Montalbano deja siempre todo a medias.

   Una última cosa: como siempre, ojo a la cocina.



domingo, 23 de octubre de 2011

Un grito de amor desde el centro del mundo - Kyoichi Katayama








Una de las formas de captar la atención del lector es anticiparle un final truculento. Algo que despierte su curiosidad morbosa. Es lo que sucede en este libro, cuando las primeras páginas anuncian la muerte de la chica de la historia: una adolescente. Y para darle más morbillo quien cuenta la historia es otro adolescente: su novio.

El resto cuenta la historia del romance y la enfermedad, engordando el contenido con una vieja y algo macabra historia de amor del abuelo del protagonista, historia que enlaza con el final, supuestamente poético, dado a las cenizas de la chica.

Dice la contraportada que es un libro muy leído, y me lo creo, pero no porque sea bueno sino porque es morboso. No es que haga de la enfermedad un espectáculo, pero sí lo hace –aunque con cierta elegancia- del dolor y la forma en que las personas se enfrentan a la propia muerte y a la de los seres queridos.

En resumidas cuentas, no me ha gustado. Demasiado sentimentaloide. El tema de la muerte es universal, y lo mismo da para genialidades que para vulgaridades; igual que otros temas eternos, como el amor. Pero escribir bien sobre la muerte es muy, muy, muy complicado, y el autor no lo consigue. Si alguien quiere saber algo de qué se siente ante ella, de la mezcla sentimientos que provoca, tiene lecturas mucho mejores. ¿Alguna recomendación? Historia de los siete ahorcados, de Andreyev, que leí hace poco y he comentado en este mismo blog O el magnífico prólogo de El Final del Ave Fénix, de Marta Querol, editado en Aladena.


jueves, 20 de octubre de 2011

Tres sombreros de copa – Miguel Mihura





    Qué poco humor tenía que haber en este país para que Tres sombreros de copa tardara tanto en poder estrenarse y “entenderse”. Lo entrecomillo porque tampoco es sencillo encontrar un mensaje en esta obra: el lance que detalla más parece una excusa para pasar un buen rato que para llegar a alguna conclusión. Aunque si he de llegar a una me quedo con el final, con la última palabra de Paula que antecede al telón, y que muestra hasta qué punto la vida, toda la vida, es en el fondo risible. ¿De qué nos preocupamos cuando la causa de todas las alegrías y los pesares viaja dentro de nosotros mismos?

     Siendo ya un clásico del teatro español, recordar el argumento parece ocioso, pero allá va: Dionisio va a casarse, y pasa la noche previa en el peculiar hotelito de un no menos peculiar don Rosario: un hostelero capaz de meterse en la cama de los huéspedes los días de frío para darles calor. Allí pernocta también una caterva de personas del mundo del espectáculo, y Dionisio ve en una de ellas, en Paula, cosas que no había visto nunca. La tentación, en esa última noche de soltero, llama a su puerta. El dilema entre lo que uno debe hacer y lo que le apetece, el miedo al futuro, a comprometerse sin haber reflexionado ni conocer nada del mundo, lo que de renuncia tiene el compromiso, todas estas sensaciones se adueñan de él y ponen su virtud y su futuro en un brete, de la mano de una Paula que quiere ser precisamente como no es. Aunque paradójicamente Dionisio se fija en Paula por lo que es, cuando ella en el fondo envidia a la prometida de Dionisio.

   Y es al hilo de estas situaciones cuando podemos ver algunas de los diálogos más divertidos del teatro español. Un ejemplo, hoy políticamente incorrecto, del diálogo entre Dionisio y el negro Buby:

    "DIONISIO. (Para romper, galante, el violento silencio.) ¿Y hace mucho tiempo que es usted negro?"

    Una obra en la que el absurdo juega un papel fundamental, aunque sea un absurdo ligero, aprovechando lo que de imposible ponen a tiro las circunstancias, a diferencia, de, me viene a la cabeza, La cantante calva, en la que el absurdo es tal que de nada le sirven las circunstancias. Un absurdo, por tanto, inteligible, más vinculado al humor que al pasmo, un humor que resulta a menudo de que la lógica del lenguaje no respete la lógica de la realidad.

   Y qué pena es que Miguel Mihura no sea más conocido en la actualidad.



sábado, 15 de octubre de 2011

Noticias sobre "vibradores asesinos"


Algunas noticias sobre La terrible historia de los vibradores asesinos publicadas en la prensa con ocasión de la presentación en Valencia (Bibliocafé), de la mano de Marta Querol, finalista del Premio Planeta 2007 con El final del Ave Fénix (pulsar sobre las noticias para ampliar).

El día 27, la presentación será en Teruel. A las 6 de la tarde fima de libros en la Librería Perruca, fundada en 1890, y a las 8 presentación en el Café Estandarte.

En un rincón del alma – Antonia J. Corrales



Antigua edición de Aladena

Cada libro tiene un momento para ser leído, y aunque hay muchas ocasiones para leer historias como En un rincón del alma, hay que tener la paciencia de aguardarlas. Solo así se podrá disfrutar completamente de su lectura.

Y es que este libro hay que leerlo con calma, sosiego y silencio, con el espíritu de quien se apresta a escuchar la confesión de un amigo y, a la vez, a quedarse a solas consigo mismo, porque no hay vida ajena que no haga reflexionar sobre la propia.

El libro es la confesión de una vida. Pero de una vida con sabor más amargo que dulce: un cúmulo de alegrías y sinsabores, de ambiciones insatisfechas, de sueños incumplidos, de incomprensiones y previsiones equivocadas.

Nueva edición, en Vergara, de Ediciones B
La historia, en forma de carta-relato dirigida a una madre, tiene mucho de reivindicación y excusa. De reivindicación de la protagonista, de su propia personalidad, de explicación de por qué es como es, y de excusa por sus actos incomprendidos. Pero aunque la tendencia natural siempre es suponer que el incomprendido es “el bueno” y quienes no comprenden “los malos”, las cosas en realidad no son tan fáciles: a veces el incomprendido no hace nada para sí mismo, si no es esperar a que alguien le comprenda o repare en él; y no se plantea que el resto del mundo también tiene bastante con salir adelante. La protagonista responde en parte a este perfil: confiesa haber llevado una vida que no la ha satisfecho (incluso cuando reconoce momentos de felicidad, lo hace de forma que parecen accidentales), pero poco o nada ha hecho para remediarlo, si no es acumular fuerzas (o males) durante años  para al fin emprender el viaje liberador que justifica la carta.



Pero más allá de una historia de encuentros o desencuentros, se filtran en la historia presagios que de alguna manera hacen pensar en la predeterminación, lo que excluye la existencia de buenos y malos, de comprensión e incomprensión, y acaba adueñándose de la novela la idea de la fatalidad, del destino, lo que permite que el final sea un cierre completo, sin resquicios, que transmite cierta paz espiritual: si ha pasado lo que tenía que pasar, ¿para qué buscar culpables, responsables o, simplemente, causantes?

Lo que más sorprende es la contagiosa la serenidad con que se expresa la protagonista. No reclama, ni culpabiliza, simplemente expone (lo cual nada tiene que ver con la objetividad, porque nadie pueda analizar su propia vida objetivamente), dando al libro un tono de reflexión e introspección brillante.

Un libro para pensar sobre la vida, sobre las metas no alcanzadas, sobre si sabemos lo que queremos, sobre si sirve de algo saberlo, escrito con precisión, que se lee muy rápidamente, que incorpora una bonita historia y que está tan bien escrito que, como he dicho, contagia el ánimo de la narradora. En resumen: muy recomendable.



lunes, 10 de octubre de 2011

Ebook vs papel 1


Desde que la memoria alcanza, es muy difícil que un buen lector pueda perder toda su biblioteca. Puede olvidar un libro en un bar, dos o veinte, pero para perder todos debe sufrir un incendio o algo similar. En cambio, cuando se generalice el ebook será posible que un despiste se lleve por delante toda nuestra biblioteca, o una parte significativa. Los miles de páginas que viajan en una tarjeta de memoria pueden evaporarse por un descuido, por una mala manipulación, por quedar en el coche aparcado al sol o por accidentes que ahora nos parecen nimios: en una copa derramada pueden naufragar las lecturas de toda nuestra vida. ¿Se imagina alguien lo que puede significar que toda su biblioteca vuele de un plumazo?

Al hilo de esta idea, que apunté el otro día en una breve conversación de Facebook, me ha dado en pensar que las diferencias entre el libro y el ebook van mucho más allá del formato y el espacio que ocupan. Una tarjeta de memoria tiene el mismo aspecto vacía que con 20.000 libros en su interior. Pero una estantería no.

Los libros en una casa son algo más que papel: cuentan mucho de sus propietarios. Los libros, más allá de lo que dice su letra, son cotillas. Si por ejemplo los ordenáramos cronológicamente, en función de la fecha en que entraron en nuestra casa, tendríamos una idea bastante aproximada de nuestra vida. Podríamos comprobar cómo han variado nuestros intereses a lo largo de los años; nuestras inquietudes; nuestras aficiones (literarias o no, como demuestra aquel manual de tal o cual cosa); nuestras aspiraciones intelectuales (¿quién no ha comprado un libro “de culto” con la intención precisamente de, alguna vez, “rendirle culto”?); podríamos averiguar el concepto que hemos ido teniendo de nosotros mismos (hace falta tener buena opinión del propio intelecto para atreverse con según qué libros); nuestra situación económica (ediciones baratas de clásicos, cuando uno era estudiantillo, estaba en el paro o ganaba cuatro perras, y novedades y ediciones más caras cuando ha conseguido un buen trabajo); podríamos ver cómo en fechas significativas aparecen libros “extraños”, delatando los intereses y aficiones que nos suponían los familiares y amistades que nos los regalaron; e incluso podríamos bucear en el tiempo libre que hemos tenido o en cómo lo hemos ocupado (este año compré muchos libros porque tuve tiempo para leer cuando me rompí la pierna, y este otro apenas entraron en mi casa porque estuve muy ocupado por el trabajo, porque tuve trillizos o amoríos que no dejaron tiempo para más); incluso, si esa biblioteca andan los libros heredados, podríamos ver de dónde venimos, cuáles eran los intereses, gustos y ambiciones de nuestros padres, que en buena medida también explican cómo somos.

Todo esto y mucho más está en nuestras estanterías, estén los libros ordenados o en un completo caos. Y ni que decir tiene que la forma en que se presentan a nuestros ojos también dice mucho de nosotros.

Por eso cambiar papel por ebook implica, guste o no, renunciar a ver a cada momento qué fuimos, e incluso qué quisimos ser. Y uniformiza el "aspecto" entre lectores y no lectores. Y lo uniformiza, me temo, a la baja. En definitiva, los libros en papel, solo por estar ahí, nos ayudan a ser más conscientes de nosotros mismos.

El Jarama – Rafael Sánchez Ferlosio





             Hay quien dice que El Jarama es la mejor novela española del siglo XX. Sin duda es buenísima, aunque, paradójicamente, si estuviéramos ante la novela inédita de un autor desconocido, sería complicado que hoy se publicara, o, al menos, que alcanzara la notoriedad que merece. ¿Por qué? Porque durante la mayor parte de la novela “no pasa nada”: una pandilla de amigos de Madrid se van un domingo a bañarse al río Jarama. Antes, para dejar las bicicletas, pasan por la taberna en la que pretenden tomar unos vinos y cantar y bailar a la caída de la tarde, cuando regresen. La novela alterna la historia del chapuzón y la comida campestre con las visitas de los parroquianos a la tasca. En esto se consume casi toda la historia, lo cual sería inaceptable en estos momentos, en los que tanta obsesión hay por “enganchar” al lector. Y ni es sencillo enganchar al lector con estas cosas ni el autor lo pretende, y no lo hace: deja discurrir los hechos como ocurren en la realidad: sin sobresaltos, sin que sea posible predecir nada que se salga de la rutina, pero es que no es necesario salirse de ella para contar cosas: lo mismo los cortejos que las declaraciones de guerra, todo suele camuflarse en pequeños gestos. Rafael Sánchez Ferlosio está atento a todos. 

            Por eso en el “no pasar nada”, pasa mucho: no solo se retrata una época (un Madrid ya irrecuperable de mediados del siglo XX), sino la vida entera: los jóvenes que van al río, su interés por pasarlo bien, por distinguirse, por llevar a término sus primeros amoríos, la amistad, la rivalidad, la forma en que la generación que nació con la guerra pero no la conoció habla de ella... Y los adultos de la tasca –que abarcan un amplio abanico de edad-, reflexionando sobre lo divino y lo humano mientras unos beben y otros juegan a las cartas.

            En definitiva, un día plácido donde todo viene bien dado, donde los personajes se retratan mediante diálogos tan realistas como no recuerdo haber leído, donde al autor no interviene para nada, no juzga, no anticipa, no avisa, no saca concusiones... Nos pone ante los hechos haciendo de nosotros unos voyeurs, para concluir, al final de la novela, con un hecho que cambia todo y no cambia nada, y que justifica el sentimiento trágico de la vida, provocando que el lector acabe la novela casi traumatizado, siendo consciente lo mismo de su fragilidad que de su poca importancia. Nos pone donde nos corresponde. Toda una cura de humildad.

            Lo dicho: magistral. Y que Rafael Sánchez Ferlosio la escribiera con 27 o 28 años, impresionante.


miércoles, 5 de octubre de 2011

Astérix y Obélix, reducidos


   Entre el estupor y la tristeza leo que el dibujante de Astérix y Obélix, Uderzo, se retira (el guionista, Goscinny, ya falleció), pero que los personajes seguirán existiendo de la mano de un nuevo guionista y nuevos dibujantes. La razón, el vil metal.

   Y me viene a la cabeza Cervantes. Cuando tras la primera parte del Quijote apareció el Quijote apócrifo, también llamado de Avellaneda, imitando las aventuras y desventuras de don Quijote y Sancho, ¿cómo reaccionó Cervantes? Volviendo a sacar a pasear al genuino don Quijote en la segunda parte de sus aventuras, y haciendo que en ellas el caballero abominara de su réplica, y, finalmente, muriera el bueno de Alonso Quijano para que nadie pudiera volver a apropiarse de él. (*)

   No me extraña que Cervantes actuara así: admitir que un personaje propio pueda llevar su vida más allá de la mente del creador, tiene algo siniestro, es como convertir en monstruos a los propios hijos, como transplantarles el cerebro.

   Cervantes, ya anciano, preservó para siempre la dignidad de don Quijote de la única forma a su alcance: matándolo. Aunque cierto es que no tuvo la tentación de un dinero que no le hubiera venido nada mal. Uderzo (pobre hombre), sus herederos y todos quienes han presionado al dibujante para que los irreductibles galos sigan adelante, tendrán más dinero del que jamás podrán gastar, pero Astérix y Obélix nunca serán los mismos. Los personajes, como las personas, también tienen su dignidad.






(*) Final del Quijote:

En fin llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías; hallose el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote, el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió.

Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado desta presente vida y muerto naturalmente. Y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de que algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente y hiciese inacabables historias de sus hazañas.

Este fin tuvo el ingenioso hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero.

Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios de su sepultura, aunque Sansón Carrasco le puso este:

Yace aquí el hidalgo fuerte
que a tanto estremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco;
fue el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura
que acreditó su ventura
morir cuerdo, y vivir loco.

Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: «Aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir y decirles en el mejor modo que pudieres:

¡Tate tate, folloncicos!
De ninguno sea tocada;
porque esta empresa, buen rey,
para mí estaba guardada.

Para mí sola nació don Quijote y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió o se ha de atrever a escribir con pluma de avestruz grosera y mal adeliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio, a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace, tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva; que, para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los estraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo sin duda alguna. Vale.